itamos que el verdadero sentido del Nobel puede ser no ganarlo. Consideremos la posibilidad de que todos los años los académicos se reúnan en marzo, deliberen en la primavera boreal, comuniquen su decisión en el otoño, convoquen al premiado con las nieves de diciembre, el rey de Suecia se congratule una vez más, y se lean finalmente los discursos sólo para que algunos privilegiados, muy pocos, no ganen nunca el premio. Para convencerse basta con pensar en Borges, engrandecido en el humor, declarando que lo apenarÃa quebrar la tradición que se habÃa establecido entre él y la Academia escandinava, y que consistÃa en hacerle creer, todos los años, que se lo darÃan. 6y1
O en J.-P. Sartre, que siempre se tomó en serio âes el destino filosófico de J.-P.â, ufano de no haber ido a buscarlo, por lo menos hasta la pregunta inopinada de un alumno en la Sorbona: â¿Y no habrÃa sido mejor no haberlo merecido?â. Todo premio es la confirmación de un orden. Creer que uno lo merece, merecerlo, ir a buscarlo, es aceptar tácitamente ese orden. El premio es el soborno por nuestra aceptación tácita.
El lector deberá hacer de cuenta que el artÃculo que lee está firmado por Fidel Schaposnik, fÃsico teórico de la Universidad de La Plata. Nadie como él se dedicó a explicar el episodio complejo del Nobel del año â99, de manera que deberemos atenernos a sus explicaciones, si queremos entender.
Aquel año, el Premio Nobel de FÃsica fue para Gerardus ât Hooft, fÃsico holandés, y para su director de tesis, Martinus Veltman. El convencimiento de que ât Hooft lo merecÃa era unánime en la comunidad de los fÃsicos de partÃculas. El consenso sobre los méritos de Martinus Veltman lo era menos, pero dirigÃa el doctorado de ât Hooft en el momento en que ambos publicaron el artÃculo más importante de los cuatro que la Academia sueca citaba como antecedentes para concederles el premio.
Ahora bien, ât Hooft habÃa hecho varias contribuciones importantes a la fÃsica de partÃculas que no se citaban entre los antecedentes, como si los académicos hubieran decidido elegir un aspecto parcial de su obra. Eso se explicaba, de acuerdo con Schaposnik, por razones de acomodaticia polÃtica premiatoria: el premio del año â99 era una forma de âsacarse de encimaâ a ât Hooft como premiado, seguro ganador del Nobel más temprano que tarde. ¿Y por qué la Academia se lo querÃa sacar de encima? Porque necesitaba allanar el camino al Nobel a un grupo de fÃsicos norteamericanos más preponderantes que el holandés ât Hooft.
En particular, en 1972, ât Hooft habÃa mostrado que determinados modelos poseÃan una propiedad fundamental para describir las interacciones que mantienen unidos a los quarks; ât Hooft le habÃa comunicado el resultado al fÃsico alemán Kurt Zymanzik mientras volaban a una conferencia en Marsella. Y el alemán âera previsibleâ se habÃa referido al cálculo durante la conferencia, antes de que el holandés lo publicara. Bastó ese comentario en público para que tres fÃsicos norteamericanos âDavid Gross, Frank Wilczek y David Politzerâ se apuraran a enviar idénticas conclusiones a la ây aquà la adjetivación obligada es prestigiosaâ revista Physical Review Letters, de Estados Unidos.
La propiedad fundamental sobre la que ât Hooft se habÃa explayado en vuelo a Marsella se llamaba âlibertad asintóticaâ, y su descubrimiento merecÃa, sin duda, el Nobel. De acuerdo con esa propiedad, las interacciones entre quarks se debilitan progresivamente a medida que la distancia entre las partÃculas disminuye. En otras palabras, cuanto más cerca está un quark de otro, más libre es. La libertad es total cuando la distancia converge asintóticamente a cero, de ahà el nombre de la propiedad.
En conclusión, en materia de libertad asintótica habÃa cuatro candidatos al premio âât Hooft, Gross, Wilczek y Politzerâ, mientras el número cerrado para compartirlo, de acuerdo con las reglas suecas, es tres. ¿Cómo lograr la felicidad para todos? Schaposnik predijo la estrategia de la Academia en un artÃculo del año â99: premiar a ât Hooft por alguna otra contribución y allanar el camino de la libertad asintótica hacia el Nobel para los otros tres investigadores. Efectivamente, en 2004, los tres fÃsicos norteamericanos compartieron el premio por el descubrimiento de la libertad asintótica.
La Academia pudo creer que arreglaba por un lado, pero desarregló por otro. DecÃa Schaposnik en el â99: âLos trabajos de ât Hooft que enumera el comunicado de prensa de la Academia sueca, si bien han servido para (sic) âdilucidar la estructura cuántica de las interacciones electrodébiles en fÃsicaâ, son, en realidad, más citados por los fÃsicos porque en ellos se utiliza una técnica matemática llamada âregularización dimensionalâ, que ya habÃa sido inventada en la Argentina, más precisamente en la Universidad Nacional de La Plata, donde trabajaban Carlos G. Bollini y Juan J. Giambiagiâ.
Carlos Bollini se doctoró en Ciencias FÃsico-Matemáticas en la Universidad de La Plata, en 1953. Tras un paso breve por la CNEA y por el Balseiro, en 1958 viajó al Imperial College, de Londres, donde trabajó durante dos años junto a Abdus Salam, uno de los Nobel del año â79 que junto a Sheldon Glashow y a Steven Weinberg desarrollaron el modelo electrodébil. Después de esa estadÃa en Londres regresó al paÃs como profesor titular de la Universidad de Buenos Aires.
El modelo electrodébil unificó dos de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza. Los fÃsicos creen que existen cuatro interacciones fundamentales, por lo menos en el estado actual de los conocimientos: la gravitatoria; la electromagnética; la fuerza nuclear fuerte, que mantiene unidos en el núcleo de los átomos a protones y neutrones; y la débil, cuyo efecto más conocido es el decaimiento beta, la conversión de un neutrón en un protón. Ahora bien, el anhelo de los fÃsicos es unificar esas cuatro interacciones fundamentales en una sola. Mostrar que, de algún modo, esas cuatro interacciones no son sino manifestaciones de la única interacción fundamental de la naturaleza. ¿De dónde procede esa convicción? Del afán proverbial de la disciplina por construir modelos unificadores. Hasta ahora, sin embargo, las unificaciones se lograron parcialmente. En particular, la fuerza débil se unificó con la electromagnética en la teorÃa electrodébil, que modela las dos interacciones como una sola y, por esa contribución teórica, Abdus Salam recibió el Nobel del â79.
EL OTRO QUE NO
J.J. Giambiagi se doctoró en FÃsica, en la UBA, en 1950, y después de algunos años en el exterior, en 1957 dirigió el Departamento de FÃsica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Aquélla fue una época dorada de la facultad, que se interrumpió brutalmente en 1966, cuando una dictadura a cargo de un general de caballerÃa, de acuerdo con la expresión de Schaposnik, irrumpió en la facultad a bastonazos. Giambiagi decidió emigrar entonces a La Plata.
Pero para poder seguir investigando, sin embargo, durante algunos años alquiló junto a Bollini un departamento en Colegiales, donde funcionaba el que con magnÃfica ironÃa llamaban âInstituto OnganÃaâ. Allà trabajaban, recibÃan alumnos, dictaban seminarios. Finalmente, en 1969, los dos desembarcaron en el Departamento de FÃsica de la Universidad Nacional de La Plata. Las condiciones no eran las mejores, desde luego. Eran exiliados internos de la investigación cientÃfica. Pero en ese contexto adverso, parece increÃble, hicieron una contribución definitiva a su disciplina.
En 1971, la dupla envió a Physics Letters, una revista cientÃfica editada en Holanda, un artÃculo en el que proponÃan el método de âregularización dimensionalâ.
Es usual que, en sus desarrollos teóricos, los fÃsicos deban lidiar con los infinitos que aparecen en los modelos matemáticos. En particular, para que la teorÃa electrodébil pudiera finalmente formularse, habÃa que eliminar de algún modo una serie de infinitos matemáticos que procedÃan de los métodos perturbativos en teorÃas de campo.
Asà explica Schaposnik el método que propuso la dupla: âSe basaba en âextenderâ las dimensiones del espacio-tiempo para poder eliminar las cantidades infinitas que plagaban los cálculos de las teorÃas cuánticas de campos. Giambiagi y Bollini explicaban que, si en lugar de trabajar con tres dimensiones espaciales y una temporal, es decir con 3 + 1 = 4 dimensiones del espacio-tiempo, se trabajaba con, por ejemplo, 3,103 + (âi) dimensiones, o con cualquier cantidad que no fuera un entero positivo, los infinitos quedaban bajo controlâ.
Convertir en una cantidad compleja el número de dimensiones del espacio-tiempo era una propuesta audaz, extraordinaria. La divulgación de procedimientos como ése suele llevar al divulgador a afirmaciones improcedentes. No se trataba de que la dupla creyera que el mundo fÃsico tiene, o puede tener, una dimensión espacial no entera, o una temporal compleja. Simplemente, llevando a cabo ese pase matemático, âse explotaba la desaparición de las cantidades infinitas en dimensiones no enteras y, al final de la jornada, se volvÃa a la dimensión entera: 4â.
El artÃculo de Bollini y Giambiagi fue recibido el 18 de octubre de 1971. Pero ocurrió que ât Hooft y Veltman enviaron a Nuclear Physics, revista holandesa, un artÃculo con una propuesta similar el 21 de febrero de 1972.
Las revistas cientÃficas funcionan de acuerdo con el sistema de referato por pares. En principio, los editores de una revista pueden enviar a cualquier investigador del área un artÃculo recibido. El investigador que recibe ese artÃculo se convierte en referà y debe dar su parecer respecto de la eventual publicación. El referato es secreto, y el investigador que envÃa un artÃculo a una revista no sabe, en principio, cuál colega lo revisó.
Lo cierto es que los referÃs de Bollini y Giambiagi le dieron largas al asunto. Plantearon sus dudas sobre la pertinencia de la propuesta y rechazaron el artÃculo. Schaposnik recuerda: âLa idea era tan poco convencional que el árbitro, al rechazar el artÃculo, recomendó con cierta ironÃa a Bollini y Giambiagi que no perdieran el tiempo y volvieran a trabajar en las cuatro dimensiones del espacio-tiempoâ.
La discusión se extendió unos cuantos meses. Bollini y Giambiagi redactaron entonces un segundo artÃculo, más detallado, que enviaron a la revista italiana Il Nuovo Cimento unos dÃas antes de que ât Hooft y Veltman enviaran su primer trabajo a Nuclear Physics. La revista italiana aceptó el nuevo trabajo de la dupla, pero como era menos leÃda que la otra, la contribución de los argentinos pasó inadvertida durante algún tiempo. No fue inadvertida por los holandeses, en todo caso, que en su artÃculo citaban a la dupla.
Después de hablar con ât Hooft, Giambiagi declaró alguna vez haber sacado dos conclusiones definitivas: que él y Bollini habÃan llegado antes al resultado âel propio ât Hooft lo reconocióâ y que unos y otros lo habÃan hecho en forma independiente. Ni Bollini ni Giambiagi, personas extraordinariamente Ãntegras, manifestaron jamás públicamente ninguna contrariedad.
© 2000-2022 pagina12-ar.informativomineiro.com|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.