Por Marcelo RodrÃguez d1c2e
Si en vez de medir la presión arterial de la manera habitual (con el mango y la perilla) se aplica una serie de electrodos para poder ver las formas de onda que los osciloscopios registran ante el fluir de la sangre, el clásico binomio â14/9â que marcarÃa el lÃmite entre la salud y la enfermedad âcifras que en realidad son 140 y 90, los valores lÃmite de presión arterial sistólica y diastólica medidos en milÃmetros de mercurioâ debe cederle lugar a parámetros más complejos. Aparecen curvas, mesetas, cadenas accidentadas, ciclos de hiperactividad y reposo, languideces, rispideces y otras formas y figuras que serán diferentes en cada persona y en cada momento. Suena lógico pensar que esas formas no son caprichosas ni azarosas y obedecen a algún tipo de ley. Que encierran un lenguaje ansioso por ser descifrado. Pero hasta ahora los intentos por indagar en él han sido muy escasos. Casi una rareza. Hasta ahora la medicina ha preferido cotejar otros parámetros.
En la Antigüedad, antes incluso de que los médicos de Oriente y de Occidente hubieran tomado caminos tan dispares entre sÃ, no era una rareza. Los médicos chinos, con sus dedos, su experiencia y su sensibilidad poética como herramientas, intentaron traducir esas herméticas señales dadas por la vida que fluÃa a un lenguaje con el que pudieran diagnosticar y tratar a los enfermos. Los médicos de la escuela Nei Jing, hace dos mil años, establecieron una suerte de laborioso sistema con 24 caracterÃsticas mayores y otras menores para codificar el pulso. Apoyaban tres dedos sobre el brazo de un paciente y describÃan si lo que palpaban se sentÃa âhuecoâ, âflotanteâ, âresbaladizoâ, âtensoâ, âintermitenteâ o de otra forma, y en base a tal escrutinio diagnosticaron, pronosticaron e impartieron tratamiento con un grado de eficacia tal que, al menos, les alcanzó para seguir detentando por siglos su lugar de médicos en la sociedad.
Luego, en el siglo II y a orillas del Mediterráneo, el gran maestro Galeno, ávido de claridad y de conceptos lÃmpidos, dedujo que el pulso no es mucho más que el simple eco de los latidos del corazón, y asà la medicina occidental dio por respondida la pregunta, y dejó de preguntarse por aquel murmullo que los médicos chinos decÃan sentir tan claramente.
La complejidad
En la década de 1920 se puso la mira en la capacidad que tienen los organismos vivos de autorregularse y mantener un medio interno âun âadentroâ diferenciado de un âafueraââ y se la llamó âhomeostasisâ. Los primeros modelos de homeostasis estaban inspirados en artificios de ingenierÃa y la asemejaban a un servomecanismo de control con la función de corregir âen tiempo realâ cualquier posible desequilibrio en la composición quÃmica, la humedad, la temperatura o la presión interna del organismo.
Pero la forma en que se las arregla el organismo para controlar la presión de la sangre en las arterias parece estar entre los fenómenos más complejos de la naturaleza. La red arterial se ramifica en millones de vasos que se subdividen hasta su mÃnima expresión, de modo que cada célula recibe la cantidad exacta de nutrientes que necesita para sus funciones vitales en tiempo y forma. La vida âla vida en tanto vitalidad, no en tanto biografÃaâ parece consistir más bien en millones de desequilibrios simultáneos con diferentes magnitudes y sentidos y operando en diferentes niveles, y se complementa con otros millones de movimientos que reaccionan antes los anteriores y tienden a compensarlos. El resultado visible de ese caos es tal que en el siglo XVII René Descartes se maravilló de la racionalidad de la naturaleza e imaginó la salud como un estado en que el spiritus animalis fluye haciendo sonar bellos acordes diatónicos, pero todo indica que la música del organismo debe parecerse más a un caos desafinado y ensordecedor donde, a pesar de todo, es posible encontrar una rara especie de armonÃa, sin que se pueda predecir si un cambio en apariencia insignificante pasará inadvertido o, por el contrario, producirá una hecatombe.
Para entender ese caos y poder operar sobre él, la biomedicina lo diseccionó. Eso permitió establecer leyes generales y elaborar modelos eficaces que permitieron, por ejemplo, el tratamiento de la hipertensión arterial y las afecciones cardiovasculares en forma masiva a partir de la segunda mitad del siglo que pasó. Pero esos modelos simples son menos precisos a la hora de vérselas con la particularidad de cada caso: ¿Cómo saber âpor ejemploâ por qué una determinada persona tiene dificultades para controlar su presión arterial? ¿Por qué una persona fallece tras un infarto mientas que otra, internada en el mismo lugar, con el mismo diagnóstico, la misma edad y sometida al mismo tratamiento, no, sobrevive y se recupera? ¿Cuán súbita es en realidad la âmuerte súbitaâ? La causa es como una aguja en un pajar.
El surgimiento del paradigma biopsicosocial de la salud âno para suprimir al paradigma biomédico sino supuestamente para complementarloâ les complicó todavÃa más las cosas a quienes seguÃan con su modelo bien armado, porque hizo evidente que el contexto social, la subjetividad y la disponibilidad o falta de recursos económicos, fÃsicos y simbólicos, jugaban en la misma cancha que las ciencias más âexactasâ con las que los médicos se enfrentaban a la incertidumbre. Para peor, las enfermedades que más gente matan hoy âhipertensión, infartos, cáncerâ son las que más se ajustan a estos nuevos modelos de análisis con mayor grado de incertidumbre, donde hallar la causa puntual ya no es tan sencillo como hacerlo ante una enfermedad infecciosa.
Quienes están trabajando en la Argentina en la recuperación de esa complejidad de una serie de fenómenos clÃnicos no son médicos, sino ingenieros y fÃsicos. Y desde luego usan más que sus dedos para examinar los parámetros vitales del paciente: apelan a la objetividad y la precisión que posibilitan complejos equipos electrónicos de visualización de señales y analizan lo que ven a la luz de la TeorÃa del Caos âque permite estudiar sistemas muy complejos y susceptibles a cambiosâ y la matemática de fractales, iniciada por Benoît Mandelbrot en 1975 y basada en el estudio de las propiedades de ciertas formas geométricas âsimetrÃas, espirales, ramificaciones, ejes móviles y otrasâ que se desarrollan periódicamente en diferentes niveles a la vez, y según las cuales a las fuerzas de la naturaleza parece haberles quedado cómodo organizar la materia en los seres vivos. Ya generaron el interés de la comunidad médica especializada en el último Congreso Argentino de Hipertensión Arterial que se realizó en abril en Rosario, y cuentan con trabajos cientÃficos publicados y algunas ideas claras, pero todavÃa hay demasiado por delante hasta saber con precisión qué dicen esas imágenes sobre la salud de las personas y, sobre todo, en qué puede contribuir esto a la salud pública.
Lidera este proyecto, llamado Gibio y llevado a cabo en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), el profesor Ricardo Armentano, decano de la Facultad de IngenierÃa y Ciencias Exactas de la Universidad Favaloro. Armentano sostiene que la ciencia formal âdescompone los problemas complejos en múltiples problemas más simples para poder analizarlosâ, pero que finalmente, en la suma de esas partes para reconstruir la complejidad, algo se termina perdiendo, y eso que se pierde puede ser muy importante: âNosotros decimos que nuestro abordaje va desde la célula hasta el banco donde está sentado el paciente. A nivel humano, hoy serÃa imposible poder interpretar tantas variables juntas. Y sin embargo, esto lo permitirÃaâ. Junto con Armentano trabajan el ingeniero Leandro Cymberknop (que realiza su tesis de doctorado sobre medición de señales) y el fÃsico Walter Legnani.
âHoy se dispone de métodos de diagnóstico de alta tecnologÃa, como ecografÃas o cámaras gamma, y en base a esto estamos buscando marcadores precoces de muchas enfermedades no transmisibles âexplica Armentanoâ. Lo que ha sorprendido a los médicos es que con estas técnicas y con la TeorÃa del Caos es posible encontrar marcadores precoces de enfermedad de manera muy sencilla, porque las herramientas miden la complejidad biológica y permiten ver cuándo nos estamos alejando de ella.â
El descubrimiento
Para los seguidores del pensador francés contemporáneo Edgar Morin, el filósofo de la complejidad, aquello que goza de plena salud es por lo general más complejo que lo que está enfermo, lo que pierde vitalidad. Llevándolo al terreno del laboratorio, si en vez de medir el par âpresión diastólica/presión sistólicaâ que tradicionalmente da el valor de la presión arterial se visualiza la forma de onda que deja el flujo sanguÃneo al transitar por un punto del torrente arterial, lo que se ve en la pantalla no es igual en una persona enferma y en otra sana.
El ritmo circadiano, la respiración, los ciclos cardÃacos le marcan al organismo una periodicidad y lo organizan en el tiempo, pero esa periodicidad no es exactamente una regularidad. En el torrente sanguÃneo, sintetiza Cymberkomp, âhay caos, pero no anarquÃa ni aleatoriedadâ. Las aceleraciones del ritmo y las fuerzas que despliega el organismo para contrarrestarlos en tiempo real, sea en la cabeza o en las puntas de los pies, se manifiestan como rispideces en el flujo arterial, como accidentes en la forma de onda, como ruidos, quejas y caprichos de la señal.
La hipótesis central con la que trabajan en el proyecto Gibio es que a medida que las hormonas reguladoras decaen, que los riñones responden menos, que el corazón pierde potencia, que las arterias pierden elasticidad o que el colesterol las tapa, esas formas fractales rugosas, complicadas, que logran repetirse sin que ninguna sea exactamente igual a la anterior, pierden esos minúsculos estados de desorden. Se tornan más estables y regulares, asà como se mella y se suaviza la hoja de una sierra al desgastarse. La geometrÃa de la enfermedad es más euclidiana âcon sus rectas y sus curvas, propias del mundo de lo idealâ y menos fractal, menos propensa a adquirir las trabajosas formas que desarrolla la materia viva, a dibujar simetrÃas, arabescos infinitesimales y otros caprichos.
El determinismo
Volviendo desde el laboratorio a la filosofÃa, el caos es determinista. La salud y la enfermedad son un fenómeno biopsicosocial donde los factores que intervienen âbiológicos, sociales, ambientales, psÃquicos, sanitariosâ son demasiado heterogéneos como para poder hacerlos encajar en una sola ecuación y determinar, por ejemplo, la causa de una enfermedad crónica. Pero el análisis basado en la TeorÃa del Caos viene a resolver este entuerto de manera determinista: en la pantalla del instrumento de medición se ve algo complejo, y la forma de esa complejidad significa algo. Hace referencia concreta a una causa, a un fenómeno particular que tiene una descripción exacta. âHay modelos matemáticos para describir el caos, y hay equipos que lo pueden medir âexplica Armentanoâ. No se olvide de que somos ingenieros, y lo que estamos diseñando son herramientas que permitan medir una enfermedad. No es una cuestión de azar: creemos que hay datos que nos van a permitir evaluar de manera precoz la causa de un fenómeno determinado.â El lenguaje aún no está descifrado, ¿se parecerá en algo al que usaban los viejos médicos chinos? Tal vez, pero en este caso estará despojado de toda subjetividadF
© 2000-2022 pagina12-ar.informativomineiro.com|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.