DAÃOS Y PERJUICIOS
El 5 de abril, la OFAC habÃa retirado sus exigencias, ante las amenazas de demandas judiciales. Pero la victoria de los editores cientÃficos duró lo que la primavera. Durante el verano, los servicios del Tesoro lanzaron una serie de interdicciones, particularizando a ciertos universitarios y medios contra toda colaboración con paÃses bajo embargo. Las revistas creÃan que se habÃa restablecido su libertad de publicar según sus propios criterios, sin importar la nacionalidad de los investigadores. Ahora, el Tesoro busca prohibir la publicación de trabajos sobre el sismo de Bam(Irán), trabajos que muy entendiblemente fueron compuestos con la colaboración de cientÃficos iranÃes.
Los ejemplos se multiplican. La editorial de la Universidad de Alabama tuvo que interrumpir la publicación de dos obras de universitarios cubanos sobre arqueologÃa e historia. La revista Mathematical Geology se vio forzada a anular la publicación de una nueva metodologÃa de la previsión de sismos, porque era la obra de un geólogo iranÃ. La colaboración cientÃfica internacional, en especial en las ciencias habitualmente llamadas duras, es un hecho que investigadores y universitarios dan por sentado: es un axioma de la ciencia tal como se la entiende al menos desde la Ilustración. Ellos fueron los primeros en sufrir la injerencia de la OFAC, y los primeros en presentar sus demandas. En su presentación, apuntan un hecho obvio: que todo el negocio de la edición en su conjunto, tanto cientÃfica como literaria, puede caer asà a depender de la OFAC.
Cuando la carrera presidencial norteamericana entró en su recta final, la revista cientÃfica británica Nature entrevistó a los dos candidatos sobre sus polÃticas en el tema ciencia. El tema del derecho de las publicaciones cientÃficas a publicar por sà solas, sin la tutela del Tesoro, estuvo muy presente. Por cierto, el demócrata John F. Kerry aprovechó para fustigar, con retórica electoral, a la âistración Bush como una de las más anticientÃficas de la historia norteamericanaâ. Más interesante fue la opinión de Bush, sobriamente republicana: âEs imposible detener la difusión de la cienciaâ. Acaso el presidente sea menos celoso que el Tesoro o el Departamento de Defensa.
Ahora les toca decidir a los tribunales federales de Nueva York. Si les dan la razón a los editores cientÃficos, terminará una amenaza, la única exterior, que se cierne sobre las publicaciones del paÃs que más cientÃficos internacionales divulga. Y el Tesoro deberá pagar un millón de dólares, repartidos entre muy diversas revistas y editoriales, por daños y perjuicios ya constatados.