El 3 de junio del año pasado dimos un grito poderoso y airado. Cientos de miles de personas nos encontramos en la calle para ser la voz de quienes ya no podÃan gritar, vÃctimas de la violencia femicida. Quienes tomamos las plazas públicas del paÃs, formamos la trama que hizo comprensibles las palabras y carteles que nombraron lo que se sabÃa sin estar del todo dicho: que la violencia machista mata y no sólo cuando el corazón deja de latir. La muerte es el extremo de la violencia que busca disciplinar a las mujeres y a todas las personas que se rebelan al pacto patriarcal y heterosexual. Pero la violencia machista también mata, lentamente, cuando coarta libertades, participación polÃtica y social, la chance de inventar otros mundos, otras comunidades, otros vÃnculos. 5v1g61
Cuando nos dice cómo vestirnos y cómo actuar, mata nuestra libertad.
Cuando nos insulta o nos juzga por el modo en que disfrutamos nuestros cuerpos, mata nuestro derecho a poner en acto su inmensa potencia.
Cuando nos niega la palabra en el espacio público, la silencia o la minimiza; mata nuestro derecho a cambiar el mundo para todos y todas.
Cuando nos impone las tareas domésticas y de cuidado como si fueran un deber exclusivo y natural, mata el libre uso de nuestro tiempo.
Cuando nos niega la igualdad en los salarios aunque hagamos el mismo trabajo, mata nuestra autonomÃa.
Cuando avasalla o abusa de nuestros cuerpos, mata nuestra integridad.
Cuando pretende controlar nuestra capacidad reproductiva, mata nuestro derecho a elegir.
Decir Ni Una Menos no fue, ¡no es!, un ruego ni un pedido. Es plantarse de cara a lo que no queremos: ni una vÃctima más, y decir que nos queremos vivas, Ãntegras, autónomas, soberanas. Dueñas de nuestros cuerpos y nuestras trayectorias vitales. Dueñas de nuestras elecciones: cómo queremos, cuándo queremos, con quién queremos.
Decir Ni Una Menos fue y es tejer una trama de resistencia y solidaridad; contra los guiones patriarcales de la rivalidad entre mujeres y del pánico moral frente a quienes no se reconocen ni varones ni mujeres. Nosotras y nosotros sabemos que las redes de afecto, que también son polÃticas, nos permiten hacer visibles las opresiones, salir del cÃrculo de la violencia, darnos fuerzas y entusiasmos para vivir las vidas que queremos vivir.
Este año el grito se renueva: 286 vÃctimas de femicidio en 2015 nos imponen templar las gargantas. 66 nuevas muertes en los primeros 100 dÃas de 2016, nos exigen tomar las calles nuevamente. Una joven presa en Tucumán, condenada a ocho años de prisión por homicido, cuando tuvo un aborto espontáneo, en una causa armada, nos obligan a actualizar la consigna âSin aborto legal no hay Ni Una Menosâ e instalarla en las plazas con más fuerza todavÃa. A la violencia machista y a quienes la perpetran les decimos: Ni Una Menos, contra nuestros cuerpos Nunca Más.
El acontecimiento del 3 de junio del año pasado fue también la creación de un espacio de hospitalidad generado por la voluntad polÃtica y transversal de cientos de miles de personas que quisieron decir â¡Basta!â. Basta de inequidad. Basta de disciplinarnos por medio de la violencia. Basta de convertir nuestros cuerpos en cosas. Basta de ser consideradas propiedades de otros. Basta de callarnos. Basta de convertirnos en criminales por querer decidir sobre nuestros cuerpos, por querer elegir si queremos tener hijos, cuántos y con quién. Ese grito que se impuso en la agenda pública y que se replicó en cada conversación produjo algunos efectos. El más poderoso: la visibilidad y jerarquización de la problemática de la violencia machista y el empoderamiento de los colectivos feministas. Todos y todas sabemos de qué se habla cuando se dice Ni Una Menos y el peso de la condena social cae cada vez más sobre los agresores. Se abrieron observatorios para generar cifras oficiales que den cuenta de cómo actúa la violencia femicida y se pusieron en práctica protocolos para intervenir en universidades, sindicatos y escuelas. Se consiguió también la sanción de una ley fundamental como la de patrocinio jurÃdico gratuito a las vÃctimas de violencia machista.
Pero también hubo otros efectos. La represión sobre el final del último Encuentro Nacional de Mujeres en Mar del Plata, en octubre del año pasado, con la detención arbitraria dentro de la catedral local de tres compañeras y las agresiones a activistas en pleno centro de la ciudad por parte de grupos neonazis bien identificados pero a la vez amparados por las fuerzas de seguridad más el travesticidio de la dirigente Diana Sacayán a pocos dÃas mostraron que la violencia machista excede el uno a una. Ambos hechos fueron un golpe al centro de la movilización de mujeres, lesbianas, travestis y trans. El último ENM fue el más numeroso de sus 30 años de historia y recogió el grito y el entusiasmo del 3 de junio anterior, la represión a la marcha de cierre también estaba dirigida contra la fuerza que se acumulaba de unas calles a otras, del grito en común de junio hasta las complicidades y debates de noviembre. El patriarcado funciona con violencia y, aun cuando parezca que no hay planificación, reacciona para mantener sus privilegios.
Decimos Ni Una Menos frente a la reacción conservadora y el cambio de gobierno nos desprotegió todavÃa más. Los observatorios que se habÃan puesto en práctica dejaron de existir y programas que ya existÃan como el de Salud Sexual y Reproductiva empezaron a ser desguazados. Los contenidos de la ley de Educación Sexual Integral, ley fundamental por la que pedimos el 3 de junio pasado para prevenir la violencia machista, se están modificando para conformar a los sectores más retrógrados. Se puso al frente del Consejo Nacional de las Mujeres a una feminista como Fabiana Tuñez pero a la vez, el ajuste, el tarifazo, los despidos masivos, el fin de la moratoria previsional que desprotege sobre todo a las mujeres que dedicamos nuestras vidas al cuidado de los otros y las otras sin que nuestra tarea fuera rentada, el escandaloso achique del Estado, golpean sobre todo a las mujeres, recortan nuestra autonomÃa, nos dejan más inermes frente a la violencia. Cuando la pobreza aumenta, las primeras perjudicadas somos las mujeres. Cuando el conflicto social se mete dentro de las casas, las más perjudicadas somos las mujeres. El ajuste y la inflación golpean directamente sobre nuestra capacidad de decir Basta. La ley de patrocinio gratuito no ha sido reglamentada y desde el Ministerio de Justicia ya se alertó sobre la falta de presupuesto para ponerla en práctica en una escandalosa vuelta atrás de un derecho básico para poder acceder a la Justicia. El disciplinamiento de la protesta social y el encarcelamiento de una dirigente de los pueblos originarios como Milagro Sala, habla claramente de una revancha misógina y racista que nos golpea a todas. A todxs.
Este 3 de junio volvemos a inscribir nuestras libertades en la trama de las luchas por los Derechos Humanos; las historias de nuestra liberación son parte de miles de otras historias. Las que se afirman y se siguen actualizando cada 24 de marzo. También junto a las mujeres que gritan âVivas nos queremosâ en México, en Perú, y en cada territorio en donde la palabra mediática, la polÃtica pública o clandestina marcan nuestros cuerpos como si fueran sellos sobre la piel esclavizada.
Este 3 de junio tenemos que volver a la calle, alimentando un movimiento transversal y poderoso porque es la vida la que está en juego. La vida, nuestras libertades y la posibilidad de conformar una trama común que las ampare y las sostenga. El 3 de junio tiene que encontrarnos pidiendo justicia por las que ya no tienen voz, fortaleciendo las redes polÃticas de afecto y solidaridad, reafirmando los puntos centrales por los que hace un año salimos a las calles, para que se hagan efectivos. Para que decir âVivas nos queremosâ sea también decir nos queremos libres, autónomas, crÃticas y solidarias.
En las calles queremos encontrarnos, como una cita conmemorativa y alegre, furiosa libre.
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