Ella siente el calor, siente el miedo, siente que su cuerpo se eriza, siente el tirón y el alivio del paso del incendio, hasta que la palmean y le dicen: â¡Date vuelta!â. 6k73h
Esos sentires contaba una nota que escribà para Las12 hace diez años sobre la depilación. CreÃa entonces, a mis 24, que esa hoguera mensual en la que nos acostamos ây nos acuestan a las mujeresâ es una metáfora de que los avances de la independencia femenina, muchas veces, terminan en el talón (nuestro, no de Aquiles): allà donde nos miran o nos sentimos miradas. Pienso, cada vez más, que ser mujer es poner el cuerpo.
Aun cuando son los hombres los que (se supone) la ponen âen esa diferencia que puede ser tan bendita o bendecidaâ ser mujer (y periodista cuando no se le escurre el sexo al oficio) es poner el cuerpo. Ponerlo para contar de un aborto espontáneo y del maltrato médico, contar del parto y del orgullo de tener una hija que patea y pisa la pelota, contar del placer al dulce de batata y de las caderas que piden un lugar fuera de moldes. Contar del sexo dulce de un hombre que sabe amar dejando que el cuerpo fluya y no que rinda.
Yo creo que el periodismo de género pide denuncias y, también, agradece algunos desnudos personales (para que la proclama no tape las debilidades por las que hacemos subi-baja casi todas). Y que el periodismo con mirada de mujer, también, tiene otro oÃdo. A veces, incluso, hay que cometer un pecado periodÃstico: el amiguismo. Para escuchar, hay que ser âo escucharâ como una amiga. A las mujeres violadas, silenciadas, abortadas, burladas hay que escucharlas con un cuerpo que les cree y les confÃa.
Que no supone que las mujeres son infames, mentirosas, quejosas, chinchudas o brujildas. ¿A quién le cuenta una mujer que abortó la cara de espanto antes de entrar y el terror âfundado por la persecución hospitalariaâ a ir a un hospital si la hemorragia se convierte en avalancha? ¿A quién le cuenta una mujer a quien echaron del trabajo por estar embarazada o que le hicieron un test para no tomarla si quiere embarazarse? ¿A quién le cuenta una mujer que trabaja igual que su marido (pero gana menos) y a la noche tiene que preparar la vianda de su hijo y siempre parece en deuda con la lista de tareas de la maestra jardinera?
No es sólo de los temas de los que se habla âtareas domésticas, aborto, violencia sexual, dictadura estéticaâ; es desde el lugar en el que se habla. Las12 es esa amiga con la que la risa, la bronca, la denuncia, la queja y el alivio de saberse en otros espejos pone en palabras las sensaciones que arrastran las mochilas femeninas. A veces, entre risas y empujones de esperanza. Y, otras, con legÃtima rabia.
El suplemento no es cada nota y cada mirada, sino el mar que conforma la mirada periodÃstica de las mujeres que arman Las12. Es saberse navegando, buceando, cayendo y levantándonos de un mar que va hacia adelante (aunque tenga chapuzones y retrocesos) en el que las mujeres calmamos nuestros incendios y buscamos lo que queremos, quiénes queremos ser y cómo queremos que nos quieran. En eso, 10 años es mucho y también es mucho âcada vez másâ lo que se necesita que crezca. Para darnos vuelta âsóloâ si decidimos que nos gusta.
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