¿A que ustedes no se pusieron nunca a pensar seriamente que una de las diferencias entre hombres y mujeres circulaba por nuestras venas y arterias? Gracias al tratado Sangre y sexo (Editorial Hermes, México, 1950), de Gustavo Pittaluga, nos venimos a enterar de las verdaderas causas de la diversidad. âQuisiéramos ante todo desilusionar a los lectores procaces: no hay en este libro nada que pueda satisfacer sus turbios anhelosâ, avisa el autor del volumen, desde luego refiriéndose al tÃtulo. Y para más abundar, señala: âEn muchas actividades, supeditadas a razones orgánicas, regidas por la mente, gobernadas por la razón, arrastradas a veces por la pasión, exaltadas o deprimidas por la emoción, sublimadas por el amor... circula por el organismo humano una sangre varonil, cuando se trata de un hombre, y una sangre femenina, cuando se trata de una mujerâ. 332o4x
Aunque les parezca increÃble, este asunto de la sangre tiene que ver con el pensar concreto, âpeculiar de la mujer: lo sensible se traslada como tal a través del temperamento femenino individual, hacia los centros cerebrales, y todas las imágenes que nacen de ese material ofrecido por los sentidos conservan la huella de su origen concretoâ. Más claro, imposible. Por eso es que muchos sostienen que âla abstracción es ajena a la mente femenina, mientras que otros hablan de un primitivismo mentalâ.
En cambio, âla abstracción de la mente varonil aparece como enteramente despojada de afectos: ninguna emoción debe empañar la abstracciónâ. Ahora bien, ese vacÃo emocional que, según Pittaluga, favorece la vida espiritual del varón, âno es posible en cambio para el temperamento femeninoâ. En otras palabras del estudioso, âla emoción, reacción entrañable del temperamento de la mujer frente a lo sensible, no debe acompañar a la abstracciónâ.
Siempre refiriéndose al âtipo medio de mujer de temperamento netamente femeninoâ, y teniendo en cuenta âlas bases biológicas distintivasâ, en Sangre y sexo se anuncia que hay una âvocación genérica, propia de la condición femenina, predominante en la mayor parte de las mujeresâ. Que es la maternidad, como ya habrán adivinado, âque vierte sus frutos en la comunidad familiar, el linajeâ. Más adelante, se nos informa âpor si no lo habÃamos advertidoâ que nuestras mentes son más lentas que las de ellos. Por eso, âla mujer conserva con más ahÃnco los elementos colectivos, añejos, ancestrales, y en cierto modo rehúsa aceptar los nuevos. Los âismosâ que constituyen las creencias de las grandes masas casi no penetran en su espÃritu. Si los acata es por una adhesión externa debida ora a su cultura, ora a su adhesión a la creencia de un hombre cercano determinadoâ. Y no vayan a pensar ustedes que todas estas limitaciones y falencias se superan con una simple transfusión de sangre, por más varonil que sea...
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