Sonia se despierta cada dÃa con el sol de la mañana, en una casa humilde de paredes turquesas que la representa perfectamente. Toma el desayuno y se va a trabajar hasta las 5 de la tarde, cuando salir a la calle es un peligro que poca gente se anima a enfrentar. 6b4h17
Para llegar a la casa de Sonia hay que atravesar el centro de Kingston âuna de las ciudades con más altos Ãndices de violencia en el continenteâ y aventurarse en el barrio donde varias décadas atrás un joven jamaiquino escribió canciones de paz e hizo del reggae un fenómeno mundial.
Y es precisamente aquÃ, en Trenchtown, donde las canciones de Bob Marley toman un sentido real. âCada mañana me tengo que preparar mentalmente y salir a la calle donde los problemas existen en todo momento. Pero no cambiarÃa mi vida en Trenchtown por nada. Aquà nacà y aquà quiero morirâ, dice Sonia a Las 12, con un entusiasmo que sorprende bajo las circunstancias.
Jamaica es un paÃs tan sumergido en el crimen y en la violencia que los asesinatos ya no aparecen en las tapas de los diarios locales. En la tierra del reggae, un promedio de al menos una persona es asesinada por civiles cada dÃa y la policÃa mata a un promedio de una persona cada cuatro dÃas. âVivo la violencia todos los dÃas. Gente muy cercana a mà ha sido abusada por la policÃa. Un joven fue asesinado por la policÃa muy cerca de mi casa hace poco. La policÃa parece solucionar los problemas asesinando gente. Para ellos, los que vivimos en la comunidad somos mala genteâ, dijo Sonia.
La mayor parte de las vÃctimas de brutalidad policial y crimen organizado son hombres jóvenes que viven en comunidades marginales, sumergidos en la pobreza y con pocas esperanzas para el futuro. Pero cada vez que un hombre es asesinado, una mujer como Sonia, enviuda y queda a cargo de mantener una familia, exigir justicia para los que se fueron y trabajar para que quienes quedan sobrevivan lo mejor posible.
En comunidades marginales como Trenchtown, el desempleo, la violencia, la falta de servicios básicos y de educación completa son moneda corriente, pero después de años esperando que las autoridades de turno decidieran tomar medidas que alargaran la calidad y expectativa de vida de sus hijos, mujeres como Sonia decidieron tomar control de su propio destino. âComo mujer, como madre y como abuela siempre sentà una responsabilidad especial para acabar con esta crisis. Vivo la violencia en la comunidad todos los dÃas y me cansé de ir a funerales, de ver cómo matan a los chicos.â
Sonia es fuerte, energética y con una sonrisa que no delata lo que sus ojos han visto en tantos años. Aquà está una mujer que a pesar de la violencia que tiñe sus dÃas y amenaza su existencia en cada momento cree en el futuro que Bob Marley soñó para Trenchtown y ha decidido enfrentar la adversidad y las balas con el arma que mejor conoce: su palabra.
âLos jóvenes en Trenchtown necesitaban alguien con quien hablar, un hombro para apoyarse y ese es mi trabajo. Soy una mediadora. Tengo que hablar con todos y convencerlos de que hay una forma pacÃfica de solucionar los conflictos. La mediación puede prevenir gran parte del conflicto. A veces, diferentes grupos en la misma comunidad están enfrentados y a veces los problemas son entre comunidades. Cualquiera sea el caso, tengo que ir y hablar con todos. Para mà no hay ningún lugar al que no irÃa o ninguna persona con la que no hablarÃa para solucionar un problema.â
Su trabajo la llevó a enfrentarse a los âDonsâ âlos lÃderes de las pandillas criminales que en efecto son la ley en las comunidades marginales de Jamaica y quienes a fuerza de violencia y balas controlan la vida de quienes son muy pobres para exigir algo mejorâ. âVarias veces tuve que ir y hablar con el Don de la comunidad para convencerlo de que no hiciera algo que estaba planeandoâ, dice Sonia cambiando el tono de la charla.
Sonia es una de las miles de mujeres en Jamaica que están tomando en sus manos un problema que nadie más ha podido âo queridoâ solucionar. Del otro lado de la ciudad, en la comunidad de Fletchers Land, vive Arlene Bailey, una joven madre jamaiquina que, como Sonia, decidió enfrentar la discriminación y las balas con el poder de la palabra. Arlene también sufre este conflicto en carne propia. Su hijo de tan solo 11 años ya fue testigo de un asesinato y perdió a su padre a causa de la violencia hace casi una década. âQuiero ser una fuerza de cambio en mi comunidad, salir de la posición de vÃctima y ser victoriosa en esta lucha, a pesar de todo lo que he vividoâ, dice Arlene con un tono firme, desafiante.
âEn Fletchers Land nos hacemos cargo de los problemas. Sabemos lo que queremos y hemos acordado trabajar juntos para conseguirlo. Sabemos que no es algo que va a pasar de la mañana a la noche pero tenemos pasión en lo que creemos y eso nos hará vencer.â
âLo único que necesitamos es que nos apoyen para que nuestros proyectos funcionen y duren. No nos quedamos sentadas a esperar que el gobierno nos solucione todo. Queremos solucionar nuestros propios problemas.â
En Fletchers Land, madres como Arlene se agruparon y acordaron una serie de medidas para mejorar la situación en la que tienen que vivir. Entre ellas, el novedoso toque se queda âa través del cual los padres trabajan juntos para que los menores no estén en la calle después de las 9 de la noche, cuando las pandillas pueden convencerlos para que se les unanâ y la controversial idea de que trabajando con los Dons pueden mejorar la calidad de vida de la comunidad. âLo que querÃamos hacer era quitar la función del Don y la necesidad de tenerlo en la comunidad. Cuando haces algo bueno otra gente quiere seguirte y estar incluidos en los proyectosâ, dice Arlene.
Jamaica es uno de los paÃses más pequeños del continente, pero con sólo 2,5 millones de habitantes aparece en el mapa por sus niveles desproporcionados de crimen y violencia. AquÃ, mujeres como Sonia y Arlene enfrentan la constante amenaza de pandillas criminales que las tratan como objetos y que saben que los cientos de casos de violencia doméstica y sexual contra mujeres raramente son investigados por una policÃa corrupta y un gobierno que poco hace para mejorar su situación. Pero aún en aquellos lugares donde las mujeres saben que decir una palabra de más puede costarles la vida, son precisamente ellas quienes lideran desde el frente proyectos que pueden cambiar el destino de miles de jamaiquinos. âLas mujeres somos una parte clave de las comunidades âreflexiona Soniaâ, nosotras llevamos a nuestros hijos en el vientre y luego tenemos que dejarlos ir a las calles donde pueden morir. Nuestra responsabilidad es prepararlos y educarlos para que esa violencia no exista más. Lo que les pasa a ellos nos afecta a todos.â
En una comunidad cerca del centro de Kingston, la música de los autos y los ruidos de las casas se mezclan con el sonido de los disparos, pero nadie parece asustarse. AllÃ, esas balas son moneda corriente y el oÃdo parece poder acostumbrase al sonido de una crisis que ya se ha cobrado miles de vidas. Pero entre el sonido de la muerte se escuchan las discusiones de mujeres como Sonia y Arlene que a pesar de ser rehenes de esta guerra virtual confÃan en que en la palabra está la solución. âMe acuerdo cómo estaba mi comunidad antes y cómo está ahora y creo que hemos avanzado mucho. Cuando camino por las calles de mi Trenchtown veo de dónde han salido tantos jamaiquinos famosos y sé que hay un futuro. Necesitamos preparar a los jóvenes para otra cosaâ, dice Sonia y su teléfono suena. Seguramente aquella será una llamada de ayuda y allà irá Sonia a hablar con alguien más para acabar con esta guerra urbana en el paraÃso tropical.
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