En la primera reunión de madres de su vida le entregaron dos listas. Una incluÃa âun peluche que tu hijo adoreâ, corbatas, sombreros y ropa vieja, botellas plásticas de Coca-Cola, latas vacÃas de durazno, palitos de helado âque ya no hay que coleccionar porque se pueden comprar en bolsasâ, botones, hilitos. Le dio un cierto disgusto pensar que todo aquello que ella habÃa atesorado en lugares secretos cuando era chica, ahora perdÃa su magia y formaba parte de los âútilesâ. Pero no dijo nada porque, bueno, estaba claro que MartÃn empezaba a formar parte de un mundo más institucional y ella lo habÃa decidido asÃ. 161215
Cuando MartÃn cumplió dos años, Fernanda decidió anotarlo en un jardÃn maternal. Ella vive en Castelar y trabaja gran parte del dÃa en Capital. Mientras tanto, a MartÃn lo cuidaba una âchicaâ (a Fernanda le suena un poco pretencioso lo de âniñeraâ). Pero le faltaban amiguitos de su edad. Ese fue uno de los motivos. También hubo otro. Cuando era pequeña, hace treinta y pico de años, ella conoció la educación formal al empezar la primaria. Pero ahora, como la mayorÃa de las madres son, además, trabajadoras fuera de la casa, algunos jardines reciben inclusive bebitos de pocos meses, como hizo su hermana menor.
En la oficina, pidió ayuda con la segunda lista para saber dónde comprar a buen precio, por ejemplo, goma eva o papel glacé 15 por 15 (âése no se consigue en ningún lado, ni siquiera por Internetâ, le dijo la telefonista, que iba por su tercer hijo en escuela). AsÃ, guiada por sus compañeras, Mamá recorrió distintas librerÃas junto a Niñito y al final del dÃa reunieron una mochila, fibras, lápices de colores, tijeritas, sobrecitos de brillantinas, papel crepé, ceritas, acuarelas y 10 plastilinas. Juntos se dedicaron a decorar una gran caja donde MartÃn pondrÃa sus útiles. En la tapa, Fernanda escribió âMis Cosas del JardÃn de Infantesâ en cursiva y él estampó unas pegatinas de papeles de colores, como vio en Art Attack, un programa de tele que le gusta apenas un poco menos que los dibujitos Mini Einsteins.
Durante la primera semana, Fernanda acompañó a MartÃn todas las mañanas un par de horas en eso que las docentes llaman âperÃodo de adaptaciónâ. Las sillas Liliput y los afiches con duendes la hacÃan sentir más cerca de una inocencia efÃmera, aplastada luego bajo las ruedas de la combi que la llevaba al trabajo en Capital, con el chofer bufando y hablando por celular en plena ruta. También sentÃa que, por primera vez, MartÃn ya no le pertenecÃa del todo, a punto de asomarse a una vida nueva con otra gente. El era curioso como los Mini Einsteins, cuatro personitas en un plato volador. Fernanda deseó que, aunque no fuera tan sofisticada como una máquina Disney, la caja tuviera lo necesario.
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