âSi los rusos nos hacen lo mismo que les hicimos a ellos, no dejarán un alma con vidaâ, anuncia âcon justificada preocupaciónâ una berlinesa a sus amigas. Es abril de 1945 y el ejército soviético acaba de hacer parada capital en la Alemania nazi. Con su llegada arriba el exceso; y no es sólo por las oleadas de vodka... Rasos y oficiales (felices de âcasiâ dar por muerta la guerra que les valió tantos soldados y civiles) festejarán de la manera más atroz: violando a cuanta mujer âde 13 a 70 añosâ se les cruce en el camino. La ventana indiscreta corre las cortinas: es el relato de Anónima: Una mujer en BerlÃn, el film de Max Färberböck que lleva a la pantalla grande el libro homónimo de la periodista Marta Hillers. 5482t
Claro que no siempre se supo que era suyo. Hillers âformada en La Sorbona, con conocimientos del francés y del rusoâ mantuvo un diario en los meses de ocupación donde, en primera persona, relató lo devastador de sufrir abuso tras abuso, la esclavitud sexual, la libertad sexual negada. Pero lo firmó como âAnónimaâ, sin revelar en vida su identidad. Cuando en 1957 su libro fue publicado en Alemania ây repudiado por hombres y mujeres compatriotas que lo veÃan como un insulto (mejor no hablar de ciertas cosas, frau)â, dio una orden: que no volviera a editarse hasta su muerte. Asà fue. En 2002, Una mujer en BerlÃn volvió al papel y âesta vezâ fue un bestseller nacional. Tiempo al tiempo, dicen...
Recién en 2008, el director alemán Färberböck (que ya se habÃa ocupado de la Alemania nazi en el lesbo-thriller de época Aimée y Jaguar) volvió a abrir uno de los capÃtulos menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial, repudiado âtambiénâ por los soviéticos por âmancharâ el honor de sus âexcelsosâ soldados que vencieron al nazismo: el de las violaciones. Para hacerlo, retocó el texto (sumando datos históricos para hacer sonar âlas dos campanasâ) y convocó a la blonda Nina Hoss, ganadora en 2007 del Oso de Plata a Mejor Actriz en el Festival de Cine de BerlÃn por la pelÃcula Yella. Sea con sus relatos en off, con su mirada partida, con la naturalización de ciertos actos ambiguos, son Hoss y su personaje los que guÃan la historia.
Porque Anónima: Una mujer en BerlÃn logra (o, al menos, intenta) alcanzar lo impensable: que la vÃctima/heroÃna de la cinta sea una nazi convencida, esposa de un soldado, amiga de otras nazis, seguidoras todas del III Reich que âa grito peladoâ largan alguna expresión espontánea del tipo âViva la patria, canejoâ para regodearse del ario lÃder en suerte. Ocurre poco, es cierto, pero ocurre y no puede dejarse el proselitismo âcon todas sus implicacionesâ de lado. Por su parte, los malvados âvioladores en serieâ, un Ejército Rojo hambriento de sexo y alcohol, tampoco es demonizado en su totalidad en el relato. Sus relatos sobre los excesos nazis a sus niños y mujeres piden contraste, hacen de contrapartida. Incluso, está el coronel âbuenoâ (con el que nuestra NN conocerá otra forma de âamorâ) que, frente a la denuncia de abusos por parte de sus subordinados, responderá: âSon sólo tres minutos. Aparte, nuestros hombres están sanosâ. Qué bueno más bueno, ¿verdad?
No es la única âironÃaâ de la cinta: cuando el Coronel pregunte a la periodista alemana por qué es fascista, resulta inevitable pensar que el intento aleccionador viene de un... stalinista.
En pos de la ecuanimidad, el director aportó detalles históricos que, lejos de retratar lo devastador del abuso seriado como instrumento âaleccionadorâ de guerra, pone en jaque la interpretación: si los rusos no son tan malos y las mujeres no son tan buenas, ¿es posible justificar la aberración? ¿Es el ojo por ojo un principio básico de los tiempos de guerra? Las respuestas (no y no, claramente) no parecieran ser tan claras para Färberböck que, entre signos de pregunta, se debate âpeligrosamenteâ entre algún tipo de reivindicación (vaya a saber una cuál).
AsÃ, prevalece una sensación de ambigüedad que pone en jaque al espectador constantemente. Porque intentar cifrar una empatÃa con cualquiera de los personajes pone en juego todo el escalafón de valores personales. Y resulta âfrancamenteâ agotador. Las atrocidades se entibian y, cuando el agua deja de hervir, comienzan las justificaciones para hechos que no pueden justificarse. âBerlÃn es nuestro burdelâ, dirá un soldado raso. Y detrás del desagradable grito de algarabÃa están los números: 130 mil violaciones sólo en BerlÃn; dos millones en Alemania; sumadas a las 100 mil de Viena. O las 200 mil de HungrÃa... Claro que, en pos de la equidad, el director contrapone otros números: que de los 50 millones de vÃctimas de la Segunda Guerra Mundial, 27 fueron soviéticos. Y la ambigüedad toma el mando otra vez.
Decir que la realidad nunca es lineal es una obviedad tan grande a esta altura de los tiempos... Pero, a veces, las dos campanas chocan, colapsan, entibiecen. Färberböck las hace sonar tan fuerte que deja en claro una sola cosa: que en los trajines de las guerras el sálvese quien pueda es la única bandera posible. Que con el fusil en mano la humanidad se deshoja, se quiebra, se animaliza. No es un logro menor, es cierto. Pero para alcanzarlo, pisa en arena movediza; en especial en lo que al tópico de género refiere. Porque la ambigüedad alimenta todas las miradas. Por eso, si se hunde o sale a flote, dependerá del ojo propio.
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