âReina una temperatura de vientre de madre y el blanco es leche. El interior del pecho y la cabeza giran con cada vuelta del respiro. Me rÃo roncamente con una risa que no es mÃa, que no me reconozco y, a cada nuevo girar, el goce aumenta, y a cada crecimiento da dolor. Mata. Tira el corazón, lo arranca. No, ni duele ni mata ni arranca nada, pero es desesperante de tan sabroso y uno ruega gimiendo por que acabe. Cuando se va, persiste la dulzura (...).â Leerla es casi tan atrapante como escucharla. Su sonrisa amplia, sus ojos de gitana y la juventud que irradia se conjugan con su gran capacidad de narrar, incluso, en sus respuestas. Si bien su alma es poeta de origen, a la escritora Alicia Dujovne Ortiz (Buenos Aires, 1940) su paso por el periodismo, tanto en medios gráficos nacionales como internacionales, le ha brindado una de las mayores herramientas: no dejar de hacer y hacerse preguntas. También ha influido en sus obras, y mucho, su doble origen: proviene de una familia comunista y en lo practicante, casi atea, compuesta por una madre feminista y cristiana, la escritora Alicia Ortiz, y por un padre judÃo, Carlos Dujovne, uno de los fundadores del Partido Comunista argentino y de la editorial Problemas, donde se publicaron libros marxistas, hoy casi inhallables. 1j536y
El efervescente activismo de sus padres la condujo a viajar por Europa, por Bolivia, a ser testigo del encarcelamiento de su padre en Neuquén, del desencanto de éste frente al stalinismo y el alejamiento del PC hasta su muerte, en 1973 âtodo esto registrado en el libro El camarada Carlos (Aguilar, 2007)â. En El árbol de la gitana (Alfaguara, 1997) y más profundamente en Las perlas rojas (2005), comenzó a conjugar biografÃa y ficción como un modo de intentar comprender su doble identidad, y luego se adentró en las historias de otras mujeres, vehementes, aguerridas.
Alicia lleva con honra sus dos apellidos y una historia no menor en su andar. En 1978, en plena dictadura militar, decidió exiliarse en ParÃs, junto a su pequeña hija Cynthia, y dejar el diario La Opinión, donde trabajaba como periodista. El dinero escaseaba y su madre debió quedarse en el paÃs, razón por la cual Alicia no pudo estar presente cuando falleció, años más tarde. Una vez instalada prosiguió como escritora y periodista âcolaboró con el periódico Le Monde, entre otros; fue asesora literaria de la editorial Gallimard y ganó una beca de la Fundación Simón Guggenheim, en 1986â. En la actualidad reside en Francia y viaja seguido a la Argentina, donde colabora con varios medios, entre ellos Página/12. âEstoy enlazada con mi paÃs y me importa mucho lo que sucede aquÃâ, asegura quien semanas atrás presentó su última biografÃa en clave ficcional Un corazón tan recio (Alfaguara), sobre Teresa de Cepeda y Ahumada, canonizada como Santa Teresa de Avila en 1672. Controvertida figura del catolicismo por sus enfrentamientos con la Inquisición, su lucha por la creación de conventos âpobresâ âfue la fundadora de las Carmelitas Descalzasâ pero principalmente por sus visiones, sus éxtasis, su escritura provocadora (â¡Es tan complicado no ser del todo algo! (...) ¿He venido al mundo partida en dos, como el hilo del almÃbar más dulce? ¿Bifurcada? ¿Una lÃnea apenas perceptible va desde mi entrecejo hasta (me ruborizo) lo que no debe nombrarse?â) y su origen judÃo, tardÃamente revelado.
âEn un principio hallé un parentesco con el personaje, porque yo soy medio judÃa y medio cristiana, como ella, y aunque no es fácil serlo te da una hermosa riqueza y libertad. El hecho de que ella era marrana pero mezclada y que luego su hermano Rodrigo viniese a América en la expedición de Pedro de Mendoza lo vi como un guiño hacia mÃ, y luego me apasioné con su historia. Su abuelo era Juan Sánchez de Toledo, judaizante, condenado por la Inquisición, hecho que permaneció oculto hasta que se dio a conocer en España recién en 1947, pero que Teresa no ignoró. A ello se le suma la búsqueda del reconocimiento de hidalguÃa por parte de su padre y sus tÃos, para âtapar la manchaâ. Y, por otro lado, su perfil de feminista antes de hora. Teresa huye de su casa para no aceptar el destino femenino que imperaba en el siglo XVI. Ya lo habÃa visto en su madre, mujer que se casa a los 14 años y que muere luego de partos sucesivos. Para evitar repetir la historia crea refugios para mujeres que deseen vivir tranquilas, lugares sin ornamentos y en comunión con Dios, aunque su relación con él fuese muy perturbadora.
âSÃ. Es mi modo de escribir, primero investigo. Visité el Instituto de Estudios Hispánicos de la Universidad de ParÃs donde Vidal Sephiha, profesor de estudios judeo españoles (marranos), tras su muerte, dejó un gran caudal de material; viajé por Avila, por Toledo y encontré el libro que cuenta la historia del juicio de reconocimiento de la âEjecutoria de hidalguÃaâ que hicieron los familiares de Teresa. Por otro lado, está el juego con el recurso de la posibilidad. Rodrigo viene a Buenos Aires, come cadáveres de ahorcados por don Pedro y luego se pierde en la selva paraguaya. Algunos historiadores creen que no murió en defensa de la fe, como Teresa creÃa, sino que se quedó en la selva, llamada el paraÃso de Mahoma, porque los guaranÃes lucharon pero también contemporizaron y les regalaron chicas. Aparte juego con el lenguaje: aparecen el hebreo, el guaranà y hasta el lunfardo mezclados con el castellano. En esta lÃnea, ella sigue escuchando resonar la voz de su hermano. La primera frase de la novela es un versÃculo de los salmos: âSi me olvido de ti Jerusalem, que mi mano derecha se paralice y mi lengua se pegue a mi paladarâ. A ella se le endureció la lengua dos veces, y por qué no pensar que se le paraliza la lengua por todo lo que no puede decir y que yo me permito exteriorizar en esta novela.
âEn Eva Perón. La biografÃa (1995) o en la de Dora Maar: prisonnière du regard (ParÃs, 2003) me mantengo alejada, porque hay que limitarse a la conjetura. En novelas históricas como Anita cubierta de arena (2003) âsobre Anita Garibaldiâ o semihistóricas como Mireya (1998) me permito ser narradora pegada y entro en la cabeza de solo un personaje. Y en este caso me fue evidente ubicarme en la primera persona, porque me identifico con la santa. Es un personaje astuto, gracioso, pÃcaro, capaz de cuerpearle a la Inquisición, con actitud tÃpicamente marrana. La actitud de quien ha nacido ocultando quién es. La amo por eso.
âPorque en todas las religiones hay una corriente central en la que la jerarquÃa defiende el dogma, y una paralela, generalmente marginal, que se ocupa de la experiencia mÃstica, que es intransferible, y por eso se dice que en todas las religiones del mundo y en todas las épocas los mÃsticos contaron lo mismo con las palabras del âamor humanoâ, como en el Cantar de los cantares, o en la poesÃa del sufismo musulmán. No podrÃa ser explicado de otro modo. Es un orgasmo espiritual, sin genitalidad, pero es un orgasmo. A mà me ha interesado esto desde los 18 años. Y sostengo que no debe ser encasillado en el marco de una religión, como si el éxtasis no pudiese existir por fuera.
âEn mi paso por la Facultad de FilosofÃa y Letras de la UBA, en los sesenta, tuve la suerte de tener como profesor a Vicente Fatone, especialista en filosofÃa de la religión, en un curso sobre mÃstica, y él desconfiaba bastante de Santa Teresa, porque consideraba que era una santa demasiado âováricaâ. Ella empleaba un lenguaje terriblemente femenino y sensual cuando explicaba lo que le pasaba con Dios (âes un recio martirio sabrosoâ) y se imaginarán las caras de sus confesores. No es casual que la portada del libro tenga la imagen de la escultura âEl éxtasis de Santa Teresaâ (1651), de Gian Lorenzo Bernini, donde aparece la expresión de agonÃa y placer al mismo tiempo, y que Jacques Lacan la utilizara para sus seminarios sobre el placer. Su lengua era casi popular, ella se hacÃa la zonza para no demostrar que era una gran lectora. Fatone desconfiaba de las visiones y luego de investigar bastante me doy cuenta de que tenÃa razón. El propio San Juan de la Cruz desconfiaba. Sucede que la visión es cultural, está fechada en un tiempo y en un lugar. Mientras que el éxtasis es algo diferente, totalmente desgastado de toda determinación geográfica e histórica.
âSÃ. Los conventos representaban para ella y para las que la siguieron lugares de libertad, aunque supongo que su sueño hubiese sido poder venirse a América junto a sus hermanos; tal vez lo más cercano fue su modo de andar fundando conventos, sobre una mula, pasando frÃo, durmiendo y comiendo apenas, haciendo camino. Luego, la iglesia le impuso su jerarquÃa y la obligó a crear conventos de hombres que manejaran a las monjas y asà conoció a San Juan de la Cruz, con quien compartÃa las experiencias de éxtasis. Por otra parte, de las princesas o señoras de la nobleza aceptaba donaciones pero les tenÃa mucha rabia. Al principio, con sus monjas ella era muy autoritaria, como consigo misma, y no podÃa escapar a las reglas de la época: se azotaba, se ponÃa el cilicio, porque todavÃa no tenÃa éxtasis ni el don de lágrimas, cosa que encuentra en mi novela a través del Zohar âbiblia de los cabalistasâ. Luego de la experiencia mÃstica, fue más equilibrada. Trataba de impedir que las monjas se azotaran manchando de sangre las paredes y desconfiaba de los éxtasis de otras monjas. A su vez, en un principio las consideraba un poco blandas: no le gustaba que anduvieran a los gritos y les decÃa que fueran como los varones. Luego, se dio cuenta de que pretendÃa que fuesen mujeres fuertes. Por eso cuando decÃa âtengo un corazón tan recioâ, intentaba dar a entender que no era sentimental ni blanda consigo misma ni con los demás. Sin embargo, tenÃa sus tentaciones, amores prohibidos, como el de su primo. A pesar de todo, como dirÃamos ahora, era un âminónâ.
âAsà es. Me pasó en esa parte un poco lo que me pasó con el último capÃtulo de la biografÃa de Evita (traducida a más de veinte idiomas). No podÃa creerlo. Con la primera escribÃa de modo lineal, sin intervención casi, porque me sobrepasaba la historia, y acá me sucede lo mismo. La desentierran, tiene olor a rosas, la desnudan, muestran cómo pueden sentarla en la cama, el cuerpo tiene color de dátil y la cortan âcomo si fuese un melón o un quesoâ, esto dicho por un jerarca de la Iglesia y luego deviene la repartija, un ojo para cada iglesia, un dedo que está en Avila actualmente engarzado en oro. Y lo más terrible, Franco siempre tenÃa un brazo de Teresa a su lado. Me parece que si ella hubiese vivido durante la Guerra Civil no habrÃa estado a su lado, por más religiosa que fuera.
âEn la Argentina tenemos mujeres fuertes como Cristina o Nilda Garré, como no existe en Francia. AsÃ, cuando en su momento preferà a Martine Aubry como candidata por el socialismo frente a quien hoy es el actual presidente, François Hollande, me dijeron que con Sarkozy le serÃa imposible por el solo hecho de ser mujer. Por eso es paradigmático que en Francia haya una presencia femenina enorme, activa, solidaria pero que no exista una presencia polÃtica como acá, y lo explican aludiendo a la competencia feroz a la que deben enfrentarse. La Argentina es un paÃs muy particular en ese sentido. Evita decÃa: âYo soy un puente entre los trabajadores y Perón, un arco iris tendido entre una orilla y la otra...â. La Presidenta que tenemos ahora no es un puente, es ella.
âActualmente vivo en Francia porque tengo a mi hija, dos nietas y un bisnieto que va a cumplir tres años. Me compré una casita antiquÃsima en la zona del Berry. Es una casita de campo con una chimenea antigua, al lado del bosque, a dos horas de ParÃs, donde paso mucho tiempo escribiendo. En los últimos tiempos he escrito más; pasa que cuando una va envejeciendo le agarra el apuro por lo que queda por escribir. Tengo una especie de grafomanÃa. Pero vengo frecuentemente, me gusta estar enlazada con la Argentina, escribiendo, siguiendo de cerca lo que sucede e ideando proyectos. Para mà el lazo más fuerte con ella es mi o con los cartoneros, hecho que empecé a desarrollar con mi libro ¿Quién mató a Diego Duarte? Crónicas de la basura (Aguilar, 2010). Pasé del otro lado de la supuesta barrera, pese a lo que muchos creen que nos divide. Me hice amiga de muchos de ellos.
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