Un cuchillo sirve para cortar, separar y alejar las partes que alguna vez estuvieron juntas, para volver desconexión el agrupamiento y distancia la unión. En este conjunto de cuentos de Fernanda GarcÃa Lao se instala desde el tÃtulo la idea tan posmoderna de fragmentación del relato, oraciones que buscan el quiebre de la continuidad y un hilo argumental que se pierde en un voluntario sinsentido. Se trata del primer libro de cuentos de la escritora mendocina, luego de cuatro novelas, poesÃa y piezas de teatro. Cómo usar un cuchillo o qué hacer con el lenguaje, cómo usar un cuchillo o cómo trabajar las palabras para desconfigurarlas de su acción cotidiana y romper la expectativa de significación. 3o6nc
En esa búsqueda fragmentada hay una repetición semántica del discurso que tiene que ver con cuerpos en estado de descomposición; los vÃnculos humanos se deconstruyen igual que los signos lingüÃsticos. Esta deformación de los vÃnculos familiares deviene en una normalidad atravesada por la tragedia absurda, una extrañeza de lo cotidiano que remite a los cuentos de Silvina Ocampo, la influencia de la autora de AutobiografÃa de Irene recorre con más o menos presencia cada relato, que se nota sobre todo en esa retórica de lo mórbido y lo retorcido. GarcÃa Lao retoma ese narrar la incomodidad que produce nombrarse para ser, la disconformidad con el propio cuerpo: âYo mismo me recuerdo con asco, aunque esté un poco ausenteâ.
Es un texto conformado por relatos que se desintegran en una sucesión de párrafos no lineales y es sobre todo un libro de frases, frases que cobran autonomÃa y podrÃan mezclarse, independizarse y volver a unirse sin un orden definitivo en esa ruptura diáfana que es la literatura. Las frases toman fuerza y se separan, como liberadas del resto de la narración, con una fuerte connotación poética. âNo hay soledad posible en este desierto al revés.â âSeñoritas brillantes con sabor a lavandina.â âUna humanidad atiborrada vibraba muy cerca de la realidad.â âEl tiempo parecÃa un termómetro caliente.â En esa fragmentación de la enunciación hay también una reminiscencia beckettiana.
El nombre del libro está tomado del cuento âCómo usar un cuchilloâ, en el que la separación por frases es tan explÃcita que están divididas por las letras del abecedario relacionadas nada más por la temática de la muerte, una muerte misteriosa y sangrienta. En estos cuentos hay una necesidad de diferenciarse de una identidad normalizada, el yo se desparrama sobre las hojas como un rompecabezas en movimiento, pero que a pesar de la hostilidad no renuncia a encontrarse: âSigo queriendo ser alguien, pero cuanto más quiero algo, menos lo consigoâ. La indagación de la identidad se muestra también desde la construcción de la narrativa del espacio, en cuentos como âSótano: ser de abajoâ o âBuenos Airesâ, el relato está ubicado en el propio hogar, con planos de las casas incluidos, en una configuración de la intimidad a lo Bachelard. Hay una necesidad de encierro en lugares propios y conocidos, como son la cocina, el baño, el cuarto, que de repente son violentados por una fuerza externa que entra para descolocar una paz preconcebida. La mesita de luz, el calefón, el sillón del living se humanizan para poder compartir el dolor y sentir un poco más lejos la soledad.
El riesgo de la fragmentación del lenguaje y la apelación rizomática al sinsentido es la digresión del receptor o la pérdida del interés. En este conjunto de cuentos parecerÃa que el trabajo intelectual con el lenguaje está por encima de la búsqueda de placer por la fascinación que puede generar un texto literario, ese seguimiento que cautiva y no suelta al lector, y que resulta imprescindible para que un libro produzca goce. La belleza plena de estos cuentos se encuentra más en la desintegración de las partes que en el todo.
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