Atraviesa la crisis financiera más feroz que haya protagonizado en las últimas décadas. 2008 es el año en que los indicadores empezaron a dar en rojo. La caÃda de la burbuja inmobiliaria, en la que los bancos dieron créditos imposibles de financiar, con intereses altÃsimos, sumado al creciente desempleo, detonó una crisis social y económica sin precedentes en España. Hoy se calcula que hay más de 400.000 familias en la calle y 6.000.000 de desempleados. 1k682c
La escritora y periodista española Cristina Fallarás pensó, como tantos españoles, que la situación económica era difÃcil y que su fuente laboral estaba en peligro. Pero que no le tocarÃa a ella, al menos no de inmediato. Hasta que en noviembre de 2008, embarazada de ocho meses, la echaron del diario ADN, donde era editora. Creyó que su situación de desempleo serÃa transitoria. Que la miseria serÃa una de esas palabras recurrentes para ilustrar historias de otros. Pero se equivocó. Por esos dÃas comenzó un lento descenso hacia la pobreza que la fue despojando de todo. Donde situaciones cotidianas como tomar un café, comprar pasta de dientes o pagar los servicios se transformarÃan en un lujo inaccesible. En cambio, su rutina se transformó en estirar la leche con agua; meses de arroz y fideos y tener que vestirse con ropas heredadas y zapatos de segundo pie.
En noviembre de 2012 recibió una carta del banco que le confirmaba sus peores temores: su desahucio. TenÃa un plazo mÃnimo antes del desalojo. En medio de la bronca contenida y la amargura, decidió que lo contarÃa. Y no como lo habÃa hecho anteriormente en artÃculos y columnas a pedido. Esta vez narrarÃa todo. Desde el primero al último año, relatarÃa detalles de su calvario personal y familiar. Narrar como antÃdoto contra la rabia y la impotencia. En menos de un mes y con notas que habÃa ido tomando desde 2008 hasta fines de 20012 escribió A la puta calle, crónica de un desahucio. Allà la editora de Sigueleyendo y escritora de las premiadas novelas Ultimos dÃas en el puesto del Este y Las niñas perdidas âpremio LâHConfidencial 2011 y premio Hammett 2012â testimonia en una crónica personal y descarnada los últimos cuatro años de su vida y de su familia. Lapso en el que pasó de ser una profesional de clase media para convertirse en uno de los rostros visibles de los miles que están por debajo de la lÃnea de pobreza. Y que alcanzan en estos momentos al 27 por ciento de la población española.
âEsta crisis es completamente distinta. Es una crisis sin guerra, dirigida por unos poderes financieros que juegan con la riqueza, que sucede en medio de un cambio irreversible en los modelos de comunicación y conocimiento. En el caso de España, está suponiendo la ruptura de la idea de representación democrática, un descrédito sin precedentes de todos los ámbitos de autoridad y el resurgimiento de ciertos movimientos sociales, muy básicos, que responden al vacÃo de poder. Además, el desamparo del ciudadano es abrumador, asà como la vileza de la mayorÃa de los polÃticos, la omnipresencia de la corrupción y el abandono de la cultura, entendida en sentido amplio. En cualquier caso, no sé si es la peor, pero yo desde luego no conozco otra parecida.
âPrimero publiqué un artÃculo contando cómo habÃa llegado el tipo a notificarme el desahucio, en El Mundo, donde tengo una columna semanal. Yo llevaba ya dos años contando mi proceso de empobrecimiento, que empezó con el despido en 2008. Y ese artÃculo destapó la olla. De repente, me llamaron radios y televisiones de todo el paÃs para que lo contara. Los desahuciados ya no eran sólo pobres âde toda la vidaâ que dormÃan en los cajeros automáticos. De repente, los desahuciados podÃan ser también ellos, los periodistas. Tras aquel boom, que duró un par de semanas, me llamó la editorial Planeta para ver si me interesaba contarlo todo en un libro. Por supuesto que me interesaba. Primero, porque cualquier vÃa de ingresos era bienvenida. Y además porque me parecÃa imprescindible cambiarle la cara al ciudadano que la crisis ha expulsado del sistema. Y mi cara era un buen ejemplo: 25 años de carrera periodÃstica, seis libros publicados, varios premios, lo que llamaban clase media profesional.
âSon indesligables. Me propuse escribir sobre mi vida y la vida de una no tiene compartimentos. Creo que ese punto de vista era imprescindible para que el libro resultara honesto. Conllevaba un punto de impudicia que me costó un poco, pero también era consciente de que precisamente eso era lo que iba a violentar al lector. Y yo querÃa violentar al lector.
âEn estos momentos se calcula que hay en España seis millones de parados, en una población de 47 millones. De ellos, más de dos millones pertenecen a familias en las cuales ya no entra ningún ingreso, en las que ninguno de sus tiene trabajo. El 27 por ciento de la población infantil se encuentra por debajo del umbral de la pobreza. Se calcula que hay más de cien desahucios al dÃa; algunos datos aseguran que son más de 200. ImagÃnate cuál es la situación, teniendo en cuenta que hace sólo cinco años los parados no llegaban a los dos millones.
âNo, no creo que haya un cambio de conciencia de fondo. El miedo a perder la seguridad paraliza y mucho más si no sabes hacia qué sociedad te diriges si dinamitas ésta, que por muy mala que sea, es la que conoces. Es un problema de modelo de sociedad, la gente no ve un modelo alternativo, y desde luego los polÃticos no lo proponen.
âLa gente tiene mucho miedo, consciente o inconsciente. Miedo a perder el trabajo, miedo a perder la casa, miedo a perder la asistencia médica. Eso hace que las personas se vuelvan conservadoras y que vivan encogidas. Cuando todo a tu alrededor se derrumba, aunque tú no te derrumbes, pierdes la seguridad. Creo que eso es lo que sucede.
âNo tuve tiempo de pensarlo ni podÃa permitirme el lujo. TenÃa que escribir el libro en menos de un mes. Además, cuando estas situaciones te pillan con dos niños, como es mi caso, no puedes permitirles el paso al desánimo o a la angustia severa. Yo me he refugiado en la rabia y en la escritura.
âPor mi parte, y por ahora, escribir es la única forma de dar salida a la rabia. Y de entender lo que me/nos está pasando. Siempre he pensado que escribir, enunciar, es la mejor manera de conjurar el miedo. Ahora sé que hay momentos en los que la vida te pasa por encima y entiendes la escritura, me atrevo a decir que la literatura, de otra manera, mucho más brutal. Ya no cabe pensar â¿qué quiero contar?â o â¿qué voz debo usar?â. Sólo cabe dejarse ser en la escritura y dejarse llevar por la gigantesca ola que amenaza con ahogarte.
âCreo de verdad que éste es un camino sin retorno. Han coincidido una crisis económica nueva, sin precedentes, y un cambio de paradigma fruto de lo digital, es decir, un cambio brutal y definitivo en nuestra manera de comunicarnos y en los modos en los que circula el conocimiento. No sé qué saldrá de todo esto, pero es seguro que no será aquello de donde venimos.
âNarrar nos mantiene vivos, nos alimenta, nos enfrenta a nosotros y nuestras pasiones, nos explica el mundo, nos da el tamaño de lo que somos, nos mete a formar parte del ser humano y nos transciende. En mi caso, narrar es lo que mejor sé hacer, además de la tortilla de patatas.
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