Algunas de las vecinas del consorcio le dijeron que era una paranoica, que el portero âOsvaldoâ no le habÃa hecho nada. Que cómo sabÃa que eso que estaba sufriendo era acoso. Pero Ayelén, una estudiante universitaria de 23 años, sà sabÃa que el hombre la espiaba, no sólo a ella, sino también a otras chicas jóvenes que vivÃan en monoambientes en el mismo edificio céntrico de Rosario. Ayelén aceptó contar su historia a cambio de proteger su identidad, ya que la exposición pública le causa un poco de temor: âél sabe dónde vivo, mis horarios, tiene cómo ubicarmeâ, dice sobre el empleado, que fue despedido con causa el 9 de mayo pasado. Ese tipo de acoso que las mujeres pueden sufrir en la comunidad parece escurrirse de las manos a la hora de iniciar una causa judicial, pero hace daño. âEstá visibilizada la violencia fÃsica, pero estos tipos de violencia que son más sutiles e igualmente demoledores no están claramente encuadradosâ, apunta Susana Chiarotti, abogada y directora del Instituto de Género, Derecho y Desarrollo (Insgenar). Ayelén es de un pueblo del sur santafesino. Vive en Rosario desde 2009, y actualmente comparte el monoambiente con su hermana. SabÃa que lo que pasaba era violento. Al punto de que el 17 de diciembre del año pasado, Ayelén llegó hasta la ComisarÃa 3ª de Rosario a denunciar que el trabajador la espiaba por la cerradura. En la presentación policial planteó claramente: âQuiero que este hombre deje de molestarmeâ. Pero en las reuniones, otras personas con propiedades en el edificio minimizaban, o directamente desestimaban, su situación. Tuvo que recurrir al Instituto Municipal de la Mujer de Rosario. Fue la intervención del organismo estatal, con una carta que hablaba del âriesgoâ que suponÃa la conducta del encargado para las mujeres jóvenes del edificio, la que destrabó la solución. 5h4x3
âYo no soy Mangeriâ, le dijo el portero del edificio a Ayelén, pocos dÃas después del asesinato de Angeles Rawson, en junio del año pasado. La frase la sorprendió y también le quedó repicando durante meses. Varios meses después, una mañana, Ayelén salió de su departamento del cuarto piso y se encontró al empleado parado detrás de la puerta, sin actividad aparente. El episodio se repitió un par de veces, al punto de que un dÃa le planteó a su hermana, que vive con ella: âDejemos la llave puesta, me parece que Osvaldo nos está espiandoâ. Después, sintió que era prejuiciosa, pero no quedó ahÃ. Pocos dÃas más y un vecino le confirmó que lo habÃa visto arrodillado frente a su puerta, mirando. âTapá la cerradura con algo porque lo vimos a Osvaldo espiandoâ, la alertó. Ayelén empezó un largo batallar que le llevó varios meses. La primera vez que lo encontró detrás de su puerta fue en septiembre, el mes de su cumpleaños, y recién en mayo de 2014 logró que el portero fuera despedido. Tras la decisión, en la habitación donde el hombre tenÃa sus cosas hallaron material pornográfico y preservativos, un dato que las psicólogas del Instituto de la Mujer consideran relevante.
Ayelén se sorprende, sobre todo, porque las más entusiastas defensoras del hombre que la espiaba eran âmujeres grandes, que viven en el edificio hace muchos años, y no tenÃan quejasâ. Sin embargo, en el primer recorrido que la chica hizo piso por piso, juntando avales para pedir la reunión de consorcio, se encontró con varios testimonios. En el sexto piso, a otra joven que vivÃa en un monoambiente, el encargado la espiaba todas las mañanas, entre las 7 y las 7.20, antes de que saliera para trabajar. Otra vecina del mismo piso lo habÃa visto unas cuantas veces. Cuando ella y su marido le espetaron que dejara de hacerlo, el hombre los amenazó. âSi a mà me suspenden o me echan, ustedes están muertosâ, les dijo.
Para Ayelén, lo más inquietante era no saber cuál era el lÃmite del portero, que una vez la habÃa interceptado cuando salÃa del edificio para preguntarle si tenÃa novio. Cuando ella le dijo que no, la respuesta la dejó pasmada. âYa vas a conseguir, sos una buena persona. Además, a mà me gustan morochas como vos.â Ayelén sabÃa que el hombre tenÃa más de 50 años, y también que hablaba mucho de su familia, pero âahoraâ dice: âNo me imaginaba que podÃa ser peligrosoâ.
El acoso hacia Ayelén fue in crescendo. Durante un mes, en noviembre del año pasado, le tocaron el timbre todos los dÃas, al menos diez minutos de manera permanente, entre las 8 y las 9 de la mañana. âEra imposible seguir durmiendo después de esos timbrazos, sà o sà nos tenÃamos que levantar. Una mañana, bajé por la escalera a ver quién era, pensé que podÃa ser un vecino que me tuviera bronca, y veo que era Osvaldo. Después, llegamos a la conclusión de que lo hacÃa para cerciorarse de que nos despertábamos, e ir a espiarnosâ, cuenta Ayelén.
Esa presencia inquietante en el mismo edificio era intolerable y Ayelén movió cielo y tierra. Fue a Tribunales, a fines del año pasado, a presentar una denuncia por acoso, pero le dijeron que no era delito, que debÃa dirigirse al Tribunal de Faltas, donde tampoco quisieron escucharla. âO sea que el tipo tenÃa que violar o matar a alguien para que pudiéramos denunciarloâ, expresa la joven sobre las peripecias que vivió antes de llegar a la comisarÃa, donde sà le tomaron la denuncia. Lo hizo el 17 de diciembre, un dÃa antes de ir a su pueblo, en el sur de la provincia, a pasar las vacaciones, y también confiada en que a su vuelta, la situación cambiarÃa, ya porque el consorcio iba a tomar alguna medida o porque el portero, anoticiado de sus acciones, cambiarÃa su actitud.
No ocurrió ninguna de las dos cosas. En febrero, cuando volvió, no sólo encontró al encargado en su puesto de trabajo, sino que volvió a toparse con él pegado en la puerta de su departamento. Entonces, decidió irse por unos dÃas a vivir en la casa de una amiga, mientras seguÃa activando las reuniones de consorcio. Durante un mes sólo fue a su departamento a buscar y dejar ropa. Después, decidió volver. âNo aguantaba más. Era mucho stress ir y venir con la mochila, querÃa vivir en mi casaâ, dice Ayelén. Apenas se instaló nuevamente en su departamento, una mañana, una amiga le tocó el timbre y ella bajó a abrirle. El ascensor se detuvo entre la planta baja y el primer piso y ahà apareció Osvaldo, diciéndole que âalgún boludoâ habÃa tocado el seguro de la puerta, y ofreciéndose a atajarla en el salto que debÃa dar para salir. âNo, usted no me toca, yo puedo solaâ, le dijo Ayelén, consciente de que el trecho era alto. Desde entonces, prefirió subir y bajar los cuatro pisos por escalera.
Mientras tanto, en el consorcio seguÃan desestimando las denuncias de Ayelén, cuyos padres son los propietarios del departamento donde vive. A algunas reuniones fue también su papá. Las otras chicas espiadas no concurrÃan a las reuniones porque son inquilinas y no eran convocadas. âLas vecinas, sobre todo, me decÃan que Osvaldo no me habÃa hecho nada, me preguntaban cómo me daba cuenta de que eso era acoso.â
Aunque Ayelén haya encontrado acogida en una institución estatal, lo complejo es la cuestión judicial. La ex diputada nacional Marcela RodrÃguez es una autoridad en el tema de acoso sexual y presentó varias veces proyectos de ley que tuvieron media sanción en Diputados pero nunca fueron aprobados en Senadores. Para RodrÃguez, lo sufrido por Ayelén se inscribe en tratados internacionales y convenciones de derechos humanos. En particular, señaló la Convención de Belém do Pará. AllÃ, en el artÃculo 2, se expresa que âse entenderá que violencia hacia la mujer incluye la violencia fÃsica, sexual y psicológicaâ y en el punto b indica que puede tener lugar âen la comunidadâ y ser âperpetrada por cualquier persona y que comprende, entre otros, violación, abuso sexual, tortura, trata de personas, prostitución forzada, secuestro y acoso sexual en el lugar de trabajo, asà como en instituciones educativas, establecimientos de salud o cualquier otro lugarâ. RodrÃguez también mencionó la recomendación número 19 del Comite sobre la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, que en su punto 18 establece: âEl hostigamiento sexual incluye conductas de tono sexual tal como os fÃsicos e insinuaciones, observaciones de tipo sexual, exhibición de pornografÃa y exigencias sexuales, ya sean verbales o de hecho. Ese tipo de conducta puede ser humillante y puede constituir un problema de salud y de seguridadâ.
Ayelén estaba tan afectada por lo ocurrido que decidió seguir moviéndose. No pensó en resignarse. Fue a la SecretarÃa de Derechos Humanos de la provincia pero le dijeron que âhabiendo una sola denunciaâ no podÃan tomarla. Las dos vecinas de Ayelén que vivÃan lo mismo no se habÃan animado a concurrir a la comisarÃa. âTodo se frenaba porque esta gente del edificio no lo querÃa echar. No sabÃa dónde pedir ayuda porque además yo lo veÃa todo el tiempo, él sabÃa mis horarios, dónde vivÃa, yo convivÃa ocho horas por dÃa en el mismo espacioâ, rememora Ayelén. El 7 de marzo recibió una invitación a una charla por el DÃa de la Mujer en el Instituto Municipal de la Mujer. âPensé en probar, y cuando me atendieron, me quedé mucho más tranquila porque sentÃa que me empezaron a ayudarâ, recuerda la joven. âCuando vino, tenÃa un estado de desesperación y angustia y sentimos que debÃa ser alojada. Porque ella, cuando hizo su denuncia ante el consorcio, fue revictimizada y puesta en el lugar de culpable. Tuvo que hacer todo el recorrido, conseguir las pruebas y lograr que la escuchen. Por eso queremos reivindicar el valor de la palabra de la vÃctimaâ, consideró Gabriela Bozicovich, una de las psicólogas del Instituto de la Mujer que acompañaron a Ayelén a partir de su denuncia. Para Carolina RodrÃguez, otra de las psicólogas, âes muy importante que todas las mujeres que se encuentran atravesando abuso o acoso puedan pedir ayuda, porque estas problemáticas se resuelven en conjunto. Tenemos que entender que se puede romper el silencio, por eso subrayamos que Ayelén es una joven que está empoderadaâ.
La Ley 26.485, de protección integral para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres, menciona el acoso, aunque lo hace sin medidas especÃficas de protección. Para RodrÃguez, âsi bien la ley tiene deficiencias y se requiere una norma especÃfica, hay que analizar el caso dentro del conjunto de normas en forma conjunta y armoniosa. El derecho a la vida libre de violencia está consagrado en los tratados internacionales de derechos humanosâ. La abogada, especialista en violencia contra las mujeres, consideró que âcorrespondÃa el despido por justa causa del encargado, por parte del consorcio, quien notificado del acoso hubiera sido también solidariamente responsable y debÃa pagar los daños y perjuicios a la mujerâ.
Justamente, la decisión de prescindir del encargado del edificio se tomó porque uno de los consorcistas âdueño de varios departamentosâ al oÃr los tres testimonios de las chicas acosadas, consideró que la situación âera graveâ y âhabÃa que hacer algoâ. Con una diferencia de pocos votos, en la asamblea del 9 de mayo pasado se decidió el despido con causa.
Para la directora del Instituto Municipal de la Mujer, Andrea TravaÃni, la situación de Ayelén se encuadra en la ley de violencia contra la mujer. Además, subrayó que a partir de la difusión de lo ocurrido con Ayelén âla historia del portero que decÃa âyo no soy Mangeriâ tuvo repercusión en los medios de comunicación de Rosarioâ, al menos cuatro mujeres tomaron o con el Instituto para denunciar situaciones de acoso. âUna de ellas es maestra, y hay una empleada de un comercio que es acosada por un clienteâ, indicó la funcionaria municipal. Para TravaÃni, fue importante que Ayelén tuviera âconciencia de que eso estaba mal y de que ella no querÃa seguir viviendo asÃ. Eso fue lo que la sostuvo, inclusive a diferencia de sus otras dos amigas, que se negaron a denunciar por el miedoâ. Para la funcionaria municipal, âla violencia psicológica es la que más cuesta demostrar y el acoso se encuadra en la violencia psicológica, porque influye directamente en la psiquis de quien la padeceâ. A TravaÃni también le preocupa que el encargado del edificio pueda âseguir haciendo lo mismo en otros lugaresâ.
Con una mirada desde el derecho, ya que es abogada, integra el Comité de Expertas del Mecanismo de Seguimiento de Belém de Pará (formado por los paÃses que firmaron la Convención) y es especialista en violencia hacia las mujeres, Chiarotti señala que no hay âmucha jurisprudenciaâ sobre el acoso, âni tipos penales. Hay que buscarle la vuelta. La Ley 26.485 sà lo contempla, como violencia psicológica, pero no es sancionatoria, y al no haber implementado planes nacionales integrales para los tres tipos de violencia, resulta invisibilizadoâ.
Chiarotti lamentó también que no haya una figura como sà existe en Estados Unidos e Inglaterra (el harassment). Sobre las particularidades del caso, consideró que âel tipo es un voyeur y las chicas no sabÃan hasta dónde podÃa llegar. Son pibas solas, jóvenes, que están acá, en monoambientes donde todo lo que hacés se puede ver por la cerradura. Y los vecinos no tuvieron solidaridad con ellasâ, sintetiza la abogada feminista. Para ella, âparte de la gente de ese consorcio en realidad estaba quitándole importancia, porque de última pensaban qué mal te hace que te miren por el ojo de la cerradura, si no te tocó, ni te violó. Le están quitando importancia a algo que fue natural durante siglos. La gente lo ve como jocoso, puede hacer bromas con eso, y no se ponen en la piel de una chica que está viviendo lejos de su familia, sola en la ciudad, y pueden estar espiándola por el ojo de la cerradura de su casa, y quién sabe qué másâ.
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