Es casi de noche. Tengo treinta años y un bebé de cinco o seis meses. No sé qué hago caminando por Once, pero sé que estoy volviendo. No creo que haya salido a dar una vuelta, a tomar aire con el bebé porque Once no es un lugar para ir a tomar aire. Es cierto que a mà no me produce el rechazo general que opera en el común de la gente, porque Once fue siempre para mÃ, que vivÃa en el oeste del Conurbano, la puerta de entrada de la Capital. Siempre era feliz llegar a Once porque el barrio habÃa quedado atrás y empezaban las verdaderas aventuras, o el barrio quedaba adelante y las aventuras, que no habÃan sido tan rutilantes, se escondÃan en una vergüenza Ãntima que se disiparÃa en el asiento desfondado del tren. Pero aun asà Once no es un lugar para pasear. Los puestos que hacen de las grandes veredas corredores flacos se estaban desarmando. La gente corrÃa por las escaleras de la estación para agarrar el tren o para ubicarse mejor en las colas que se arman en los andenes en donde después, cuando llegue la formación, estarán las puertas. Siempre me pregunté cómo hacÃa la gente para saber exactamente dónde iban a quedar las puertas. Yo no hubiera podido y eso âcreÃa yo en ese momentoâ me delataba como una especie de turista de la zona oeste. TendrÃa que haberme criado en City Bell, tendrÃa que conocer Constitución y no Once; mis aventuras deberÃan haber sucedido en La Plata y no en la Capital. Pero qué importancia puede tener un barrio u otro, esta ciudad o aquella ciudad, si se piensa en la masacre de la que fueron vÃctimas mis padres y los padres de tantos otros y los hijos de tantos más. 3q2g2d
Yo estoy apurada. Tal vez porque se está haciendo de noche y no es lugar para pasear con un bebé. Y entonces, de frente, casi tropezándose conmigo, veo a un hombre rubio con una chica del brazo. Es un rubio horrible, con los labios gordos, los ojos chiquitos, o achicados, como si la gordura de la cara le quitara lugar a los ojos, la panza estirando un chaleco de lana y un pelo amarillo cayendo por la frente, tapándole las orejas. Es un rubio horrible pero no es un rubio desconocido. Es un milico que cumplÃa funciones en Campo de Mayo en la época en que mis padres estuvieron secuestrados en ese campo de concentración. Es un loco que nos citó a mi hermano y a mà para hablarnos de la belleza de mi madre y de lo buena compañera que era con las otras detenidas. Es un perverso que lagrimeó en un bar porque no podÃa superar la noche en que la mataron. Justo antes de ese encuentro nos habÃan hecho llegar el dato de que mi mamá podÃa estar embarazada. Cuando ese sujeto nos dijo la fecha en la que la habÃan matado, a ella y a mi padre, descartamos esa idea y no nos hicimos las extracciones de sangre. Pero después sospechamos de la perfecta sucesión de los hechos y pensamos que tal vez ese encuentro habÃa tenido ese objetivos y fuimos al Durand a dejar nuestros tubitos de información genética. Además supimos que tenÃa una hija, única, que habÃa nacido en el â76. Esa era la chica que caminaba colgada de su brazo.
âHola, mi papá y yo querÃamos saludarte âme dice la chica, con el rubio gordo a la rastra habÃa vuelto hasta donde yo estaba, a una cuadra de distancia, después de haber corrido empujando a toda velocidad el carrito de mi hijo.
âPreguntale a tu papá qué hizo durante la dictadura âle escupo yo y maldigo el semáforo que se empecina en no dejarme cruzar, en impedirme la huida que todo el cuerpo me pide.
âSÃ, él me contó todo, dejame explicarte âella me toca el brazo, quiere que deje el perfil y la mire, que charle con ella, con su papá que está detrás y nos observa con sus ojos de cerdo.
âNo, no te contó todo. âTodo hubiera sido que custodiaba detenidos en Campo de Mayo, que para garantizar el silencio se rotaban para torturar, que me siguió durante toda mi vida y que puede contarme episodios que yo ni recuerdo, pero que él miró desde su puesto de espÃaâ. Decirte todo hubiera sido que es un represor, un genocida, tal vez uno al que se le quebró la mente y se volvió un esquizo paranoide, pero eso nunca eximió a los culpables.
Y me voy, cruzo la calle casi corriendo y me voy. Llorando pero también aliviada: esa chica no puede ser mi hermana. Esa chica es fea. Era el año 2001. TodavÃa no habÃamos llegado a diciembre, todavÃa las calles no se habÃan llenado de âque se vayan todosâ. Y eso era la impunidad total: encontrarte en la calle con un genocida y hacer cálculos ridÃculos para saber si una chica que caminaba a su lado podÃa o no ser tu hermana.
Hoy vivimos en otro mundo. La impunidad ya no es una losa que no tiene fisuras: los juicios por delitos de lesa humanidad van devolviendo cada cosa a su lugar. Sin embargo todavÃa hay trescientas familias âhabemos trescientas familiasâ que podemos estar conversando con un desconocido o desconocida que puede ser nuestro hermano, nuestro nieto, nuestro sobrino, el hijo o la hija de aquella compañera tan querida.
En este mundo Ignacio se buscó y se encontró con Guido. En este mundo donde ya no hay âpadres del corazónâ sino apropiadores. Donde ya nadie duda de que la verdad sana, aunque duela, aunque lastime, aunque arda.
Ese camino, el que ahora está emprendiendo el nieto de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, ya lo han recorrido otros. Y no solamente los 113 nietos que fueron recuperados antes que él, sino también otros y otras que por haber quedado en las redes familiares, aunque hayan tenido que luchar hasta partirse las manos por ser quienes realmente eran, no tienen número. Pero cuentan. Tres de ellas hoy son parte de esta nota. Se llevan diez años de saber la verdad. Paula Eva Logares lo supo hace treinta años, Angela Urondo Raboy hace veinte y Victoria Montenegro Torres hace diez. Cada una se tropezó con piedras diferentes, cada una se levantó con distintas fortalezas. Pero las tres quieren que Ignacio âel Guido de Estelaâ tenga algo de ellas para llevar como un talismán en este largo viaje que le espera. Unas hadas madrinas sin varitas, unas hadas que vieron el revés de las cosas, que saben que la bondad y la solidaridad son el contrapunto de la crueldad más indecible; que conocen lo que hay detrás de los espejos y aun asà apuestan a la felicidad. Son hadas, madrinas para más datos.
Victoria Montenegro Torres es hija de Roque Montenegro y de Hilda Torres. Ambos, secuestrados en febrero de 1975 y llevados a Campo de Mayo. El cuerpo de Roque âToti, como le decÃan todosâ fue recuperado hace dos años. Esos huesos dicen que estuvo cautivo al menos tres meses y que no fue âabatido en un operativoâ, como le dijo su apropiador cuando tuvo que decir la verdad, acorralado por la Justicia.
Cuando Victoria era chiquita era la nena de papá. Iba con él a todas partes. El se ocupaba de su formación con método y ella querÃa absorberlo todo. En el verano se levantaban los dos a las cinco de la mañana y partÃan hacia Campo de Mayo. Nada le gustaba más a Victoria que pasar los dÃas en el trabajo de papá. Lo que más le gustaba era manejar el conmutador que estaba en el Centro Fijo y derivar las llamadas a las distintas dependencias del cuartel. Papá era una persona importante. Papá luchaba contra la subversión. Un dÃa, en un paseo con toda la familia, la llevó a conocer el Museo de la Subversión del que él era el guÃa. Ahà vio un libro enorme en el que habÃa fotos de operativos, un maniquà vestido de negro con una estrella roja y un arma muy grande y una cárcel muy chiquitita que se llamaba âCárcel del puebloâ. Ahà era donde el enemigo encerraba a sus presas. âMi papá ahà no entrarÃaâ, pensó la nena. Herman Tezlaf medÃa dos metros.
Victoria fue ubicada cuando tenÃa ocho años, pero el juez le aseguró a Tezlaf que no habÃa de qué preocuparse porque él no iba a permitir que pasara nada. Cuando diez años después el abogado de su apropiador le aconsejó que se sacara sangre porque de lo contrario lo complicarÃa más, ella estaba convencida de que los subversivos tenÃan un plan para dañar lo más importante y lo más frágil de âLa Fuerzaâ: la familia. Por eso, para defender a su papá, que era una de las tantas vÃctimas de esa persecución polÃtica, se sacó sangre pero nunca quiso saber el resultado. Cuando en 1998 no tuvo otra opción más que conocerlo, le dijo al juez que ella se quedaba con el 0,0001 por ciento. Herman estaba preso y cuando lo vio esposado se puso a llorar. âNo llores âle dijo élâ, no hay que mostrar debilidad frente al enemigo.â
Victoria tenÃa vergüenza de ser hija de subversivos, pero lo que más la atormentaba era que su papá no la quisiera por tener âsangre suciaâ. Pero su apropiador la tranquilizó. Le contó el operativo en el que fueron abatidos los enemigos del que ella era la única sobreviviente y ella sintió que era un ángel. Sólo un ángel podÃa criar como propia a la hija de su enemigo.
Pero después conoció a su familia. En un juzgado, obligada, enojada, diciendo que era hija de Herman y de Mary. Eran un montón. Ella dio su discurso castrense y enfiló para irse pero vio a una señora âque luego sabrÃa que era su tÃa Irmaâ que lloraba sin ruido y le dio pena. En ese momento de indecisión el juez aprovechó para decirle que ya que habÃan viajado dos mil kilómetros desde Salta no estarÃa mal que se presentaran. Entonces hablaron. Todos. Y ya no hubo vuelta atrás. Accedió a ir cuatro dÃas a conocer el pueblo de sus padres y se quedó cuarenta y siete. Sin embargo, cuando volvió del viaje fue corriendo a mostrarle las fotos a Herman. Victoria, que en la casa de los apropiadores era MarÃa Sol, se fue haciendo lugar muy de a poco. Cada vez Victoria ocupaba más lugar y MarÃa Sol se iba apagando. Vicky se convertirÃa en una militante tiempo completo por la causa de la restitución de la identidad de todos los hijos de los desaparecidos que fueron robados, pero no sólo eso. Fue candidata por el Frente para la Victoria, hizo un spot para la campaña de Cristina Fernández de Kirchner y es la secretaria de Derechos Humanos de Kolina, la agrupación polÃtica que lidera Alicia Kirchner.
Nunca, en todo ese proceso, dejó de decir la verdad. A todos. A los hijos de desaparecidos que trabajaban en Abuelas âque le parecÃan unos hippies que usaban ropa demasiado sueltaâ, a las Abuelas, a sus apropiadores, a su marido, a sus hijos. Sus sentimientos siempre estuvieron dichos por esa boca enorme que la hace una de las morochas más lindas de la militancia vernácula. Por eso a Ignacio ella quiere darle el don de la sinceridad. âTiene que ser sincero consigo mismo. Abrazarse a los afectos, a los de antes y a los nuevos que vayan apareciendo. Tiene que tenerse paciencia. Nadie puede dar lo que no tiene y a veces te exigen que seas quien todavÃa no sos. La restitución es parirse a uno mismo y el parto siempre es con dolor. La verdad es también todo lo que se va sintiendo en este proceso que es largo, muy largo y muy difÃcil.â
Angela Urondo Raboy es hija de Paco Urondo y de Alicia Raboy. Su padre fue asesinado el 17 de junio de 1976 en Mendoza y su madre, secuestrada en ese mismo operativo. Ella, que estaba en el auto en el que huÃan de la policÃa, fue llevada junto con ella al campo de concentración que funcionaba en el D2 de esa provincia. De ahà fue trasladada a la Casa Cuna y luego recuperada por sus abuelas. Se acordó que la abuela materna la cuidarÃa, pero después, como estaba muy enferma ella le pidió a una sobrina que la criara. La sobrina accedió y cortó todo o con la familia paterna. La adoptó en tiempo record y amputó todo lo que estaba antes de ese momento. Esa nena que habÃa vivido once meses con sus padres no existÃa más. No existirÃan tampoco los padres, ni otros familiares, ni las circunstancias de su muerte, ni nada. Angela siempre supo que era adoptada y siempre supo que de eso no habÃa que hablar. Tampoco de la mamá que ella recordaba ni de por qué tenÃa dos abuelas que vivÃan juntas âla mamá de Alicia y la mamá de la señora adoptanteâ. Cuando alguna vez quiso saber cómo habÃan muerto sus padres le respondieron que en un accidente de auto. Y punto. Después le dirÃan que los habÃan matado los militares y que su papá era escritor âde libros de economÃaâ. Y cuando ella preguntó por qué nunca le habÃan dicho la verdad le respondieron que porque ella nunca habÃa preguntado nada. Asà de perverso: te mentimos porque vos no quisiste saber la verdad, si hubieras querido saberla hubieras preguntado.
Pero la verdad es muy persistente y aun sin nuestro consentimiento se hace lugar. Asà ella supo quiénes eran sus padres, cómo habÃan muerto y que nunca habÃa encontrado en las librerÃas libros de economÃa escritos por Francisco Urondo porque su papá era poeta.
Angelita, como la llamamos muchos, no es poeta, pero es escritora. Escribió un libro âQuién te creés que sosâ. Pero no sólo escribe. Angelita rasca las palabras hasta llegarles al hueso. No le gusta que se hable de âapropiaciónâ, porque es una palabra que significa que âalguien tomó algo que estaba disponibleâ, y lo que hicieron no es eso sino robarse chicos. Y como ella sabe mucho de palabras, quiere darle a Ignacio la posibilidad del silencio. âLa verdad acaba de estallarle en la cara. Ahora todo es ruido, todo es exposición, todo es público. Debe tener las orejas ardiendo de tantas cosas que le dicen. Por eso yo no quiero decirle nada. Quisiera que pudiera tener intimidad, recogimiento, un cese del ruido para poder procesar todo lo que le está pasando. La restitución de la identidad es un trabajo de toda la vida. No termina. Nunca termina. Donde hay piezas que encajan por fin y piezas que no encajaran nunca.â
Paula Eva Logares es la hija de Claudio Ernesto Logares y de Mónica Grispon. A sus padres los secuestraron en Uruguay, donde estaban exiliados. Los llevaron a los tres a la Brigada de San Justo. A ella se la llevó Lavallén, un policÃa que actuaba en ese campo de concentración, a sus padres al Pozo de Banfield, donde tiempo después los asesinaron. Paula tenÃa casi dos años en ese momento. Pero la anotaron como propia el policÃa y su pareja como si acabara de nacer. Paula iba a la salita de cinco del jardÃn de infantes aunque tenÃa siete años en realidad cuando su abuela la encontró. TodavÃa los análisis genéticos no existÃan. La denuncia contra sus apropiadores âcontra los ladrones que se la robaron de brazos de sus padresâ se hizo en el primer dÃa hábil de la democracia. Pero hubo que esperar a que la ciencia consiguiera âdespués de que las Abuelas recorrieran doce paÃses, hablaran con decenas de cientÃficos en otras tantas universidades y laboratoriosâ lo que hasta entonces no existÃa: demostrar de manera indubitable el lazo de familia que hay entre abuelos y nietos cuando la generación de los padres falta.
A Paula la llevaron a Tribunales sin decirle para qué. Le dijeron que se pusiera un vestido muy lindo y que eligiera una muñeca. AhÃ, en ese lugar palaciego, le fueron contando quién era en realidad, quiénes habÃan sido sus padres y que esas personas que la habÃan llevado le habÃan mentido desde siempre. Paula sintió que de pronto estaba muy agotada, que necesitaba dormir, pero no se animaba a pedirlo. La señora que decÃa ser su abuela le habÃa mostrado fotos y ella se habÃa reconocido. No sabÃa en quién confiar pero también sabÃa que ahà no le estaban mintiendo. Sobre esos sillones lujosos, frente a la mesita ratona y rodeada de tanto mármol, Paula se durmió Lavallén y se despertó Logares Grispon. Nunca ofreció resistencia, en algún lugar de sà sentÃa la comodidad de estar en el lugar que le correspondÃa. Su abuela no le tiró una catarata de datos en ese primer dÃa pero de a poco le fue diciendo todo. A veces algunas cosas dolÃan pero siempre se sentÃa mejor que antes de saberlas. Por eso Paula quiere darle a Guido el don de la verdad. Decirle que lo peor ya pasó, que ahora todo siempre será para mejor. âLa única familia ideal es la de los Ingalls, todas las otras tienen fallas. Pero conocer es tener más herramientas para la vida. El quiso saber la verdad y eso lo hace fuerte. Lo que vivimos cuando estamos recuperando la identidad no está bueno pero siempre es mejor. La verdad siempre es mejor.â
Aquel 2001, o aquellos años â90 en los que no habÃa justicia y por eso habÃa escrache hicieron de cimientos para los dÃas que vivimos hoy. La alegrÃa de gol de final del mundo que vivimos todos cuando apareció Guido, el hijo de Laura, el nieto de Estela, no se vive entre unos pocos, en determinados cÃrculos; no se choca con la incomprensión y la hostilidad de una sociedad que no entiende o no quiere entender. Vivimos en otro mundo. En un mundo donde Estela es Estela Carlotto para todos y Guido es su nieto. Sin embargo, en este mundo donde los juicios por delitos de lesa humanidad nos dan la paz de no tener que programar un escrache por semana, también sucede que hay personas que todavÃa esperan llamarse como sus padres los nombraron y querellan durante más de diez años y tienen hijos y la vida pasa, y todavÃa los documentos no llegan. TodavÃa las palabras hay que pelearlas una por una y decir que Laura no tuvo âun amor clandestinoâ, como si hubiera sido una Julieta de un Romeo argentino. Laura estaba en la clandestinidad porque la perseguÃan para asesinarla. Si bien no se habla de la âfamilia del corazónâ, se dice con alivio que âGuido fue criado con amorâ y entonces parece que nadie quiere embarrar la cancha endilgándole un delito a esa pobre gente âsimple y de campoâ que lo anotó como propio y nunca le dijo la verdad. Los delitos âbueno siempre es aclararloâ no se indultan por haber sido cometidos por gente buena o por buenas razones. El Código Penal puede contemplar atenuantes, pero la gracia de una sociedad regida por leyes y no por arbitrariedades es que no importa quién ni por qué se cometen los delitos, cuando se cometen, aunque los cometamos personas de bien, todos tenemos derecho a ser sancionados. En este mundo de hoy, en este en el que los derechos humanos son polÃtica de Estado y no la responsabilidad de unos sacrificados militantes, todavÃa parecen ser necesarios los detectives privados. Hermanos, abuelas, tÃas y tÃos hacen campañas, siguen pistas, impulsan causas. Qué lindo serÃa un programa âIdentidad para todos y todasâ y que todos los nacidos entre 1975 y 1984 se hicieran una extracción de sangre para dejarla en el Banco de Datos Genéticos. Entonces no tendrÃan el peso de una decisión tan complicada los que tienen dudas sobre su identidad, y las familias no tendrÃamos el peso de sentir que nuestros seres queridos tal vez no aparezcan nunca porque no los buscamos lo suficiente. Y porque a veces hasta el deseo de encontrar es dÃscolo.
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