âUn dÃa el dibujante Toño Gallo vino a la redacción con que querÃa saber nuestros apodos para su nueva historieta. Yo no tenÃa ninguno; Laura, mi amiga, la otra fundadora del Club de Cazadoras de Autógrafos de la Argentina era Tita, pero justo habÃan aparecido las galletitas Tita, asà que no iba. La otra era Baby, pero sonaba muy norteamericano; y la cuarta, Chola, que es el que más le gustaba pero no le terminaba de cerrar. De Chola le vino Cholula. La historieta se llamó Cholula, loca por los astros y duró once años en la revista Canal TV, después la gente se quedó con la palabra.â 54758
Cholula, menos elegante que fan y menos profesional que groupie o botinera, es un argentinismo despectivo aunque cariñoso que prendió en la década del sesenta cuando la recién nacida y ya cuestionadÃsima televisión imponÃa su vocabulario bobo: patapúfete de Biondi para sorprenderse con ironÃa, el pendorcho de Aldo Cammarota para cualquier desperfecto y también despiplume, mezcla de licor Tres Plumas con despilfarro o despelote. Toño Gallo dibujó a su cazadora como una ágil señorita de flequillo que llevaba y traÃa chismes a alta velocidad. âPero yo le decÃa que el cholulo era él porque siempre estaba con que decime Adelita, ¿qué pasó esta semana?, ¿quién está con quién? Y yo lo sabÃa todo. A nosotras nos contaban porque sabÃan que ni locas Ãbamos a decir algo inapropiado. Aparte de que tenÃamos un decálogo que lo prohibÃa terminantemente: no podÃamos seguir al famoso hasta su casa, debÃamos pedir la foto o el autógrafo con un por favor, no podÃamos entrar en la radio.â El significado tiene tantas connotaciones como anécdotas tiene para contar su inspiradora. Una tarde a la salida del trabajo, cuando tenÃa casi 13 años y todavÃa el mapa de Buenos Aires se definÃa por seccionales policiales âla zona de Barrio Norte donde ella vivÃa era âla 19â, con mayorÃa de conventillos y fábricas textiles improvisadas en los garajes de los petit hoteles recién abandonadosâ Adela Montes se volvió cazadora de autógrafos. CategorÃa fronteriza entre el ocio y la adrenalina, hoy tan en extinción como su presa: ¿quién va a pedir una dedicatoria cuando puede robarse una selfie? Y, a su vez, prehistoria a pulmón de tantas tareas que ahora quedaron a cargo de Facebook: señalar los âme gustaâ, pedir amistad, recordar los cumpleaños.
Cada uno puede tener una idea aproximada de su dependencia a la pavada o a la iración compulsiva, pero el porcentaje de cholulismo en sangre no se determina hasta que se produce el encuentro con un detonante. Primera prueba: Adela Montes hace la cita en Aptra, institución de la que es socia fundadora y que fue creada en 1958, el mismo año que la historieta, para solaz anual del choluleo local. Segunda: en una esquina del salón donde las glorias de la TV lucen su estatuilla en fotos enmarcadas, está arrumbado el mismÃsimo MartÃn Fierro, mucho más retacón de lo que se ve en la tele, con aires de monitorearlo todo. âNo tiene mucho que ver éste con la televisión, pero bueno, el presidente de Aptra de aquella época era muy nacionalista.â Mientras Adela atraviesa con paso lento el salón vacÃo, el encargado del bar me va haciendo señas a sus espaldas. Quiere avisarme que ella va a hablar de su infancia sin que yo le pregunte, y que en algún momento va a ponerse a llorar. Un auténtico cholulo, pienso yo. Cuando me creo a salvo y llega el momento de hacer la primera pregunta advierto, con esa taquicardia de los descubrimientos, que estoy sentada hace un buen rato frente al significado viviente de una palabra. No sólo una señora que dedicó 70 de sus 86 años a lidiar con las estrellas sino una etimologÃa en sà misma. Ultima prueba, y vencida: ante el hallazgo, la cholula protegida por la coartada que da el periodismo, lanza una primera pregunta como quien pide una dedicatoria:
âMi historia es asÃ: empecé a trabajar a los 12 años en una fábrica de pañitos femeninos que quedaba a la vuelta de casa, Larrea entre Juncal y French. Ya a los 11 tenÃa la primaria terminada, porque mi mamá pidió que como cumplo en septiembre me dejaran ingresar con 5 con mi hermano más grande. Imaginate que, pobre, mi mamá tenÃa tres hijos y vivÃamos en una pieza de ese conventillo que te cuento. Por suerte me autorizaron y por eso estaba adelantada.
âSÃ, pero no te creas que se parecÃan en algo a las de ahora, nada que ver. VenÃan unos rollos grandes de algodón y nosotras éramos las encargadas de pesar cada paño. Bah, encargadas... éramos tres nenas que sacábamos un poco de un lado y de otro para que quedaran parejos. Después los doblábamos y asà se iban en fila hasta la mesa donde unas chicas, más grandes, los ponÃan en una especie de red; una maquinita los cortaba en cuadraditos, se juntaban no me acuerdo si 12 o 6, las apretabas con esas dos tablas para meterlas en las cajas.
âBueno... la verdad es que la toallita terminaba tocada por una serie de manos. No habÃa tanto control en esa época. Se llamaba Teca y creo que fue la primera que después hizo acá las toallitas compactas, pero yo ya me habÃa ido, ya para ese entonces estaba trabajando en Dubarry, la fábrica que tenÃa el jabón Le Sancy que se promocionaba como âEl jabón que tiene olor a limpioâ.
âNo, no te creas, absorbÃan bien. Lo único es que tenÃa que tener un sobrante para poder engancharlo en la cintura. SalÃan lo mismo que ir al cine, o que alguna que otra revista, se podÃa. Yo las compraba, y mirá que mi mamá era lavandera y mi papá taxista. Me acuerdo de que un dÃa mi hermano abre un cajón, se encuentra con una y dice âqué bien me viene esta rodillera para jugar al fútbolâ. Y asà salió tan contento con el pañito puesto. Te das cuenta de que en ese momento nadie sabÃa nada de nada y a mà nunca se me habrÃa ocurrido decir âAâ, nos cuidábamos de que se supiera si estábamos indispuestas, todo eso era un asunto muy misterioso. Te repito, se podÃa ir al cine, creo que costaba 20 centavos, pero ojo que no Ãbamos al del centro ni todos los dÃas, habÃa dos dÃas populares: el DÃa de Damas, que como te imaginarás eran todas pelÃculas románticas, y el otro más general. Al de Damas casi no fui porque como salÃamos siempre con mi hermano varón...
âNo nos dejaban. A veces algunas chicas cantábamos.
âNo, esperate. Cuando se mudaron los de las toallitas me pasé a una fábrica de alfombras tipo persas que puso un matrimonio español en el garaje de un petit hotel en Mansilla casi Larrea. Ahà yo no sé por qué, siendo que soy tan bruta para lo manual, me volvà de lo más habilidosa. Pero ellos también se mudaron.
âSe expandÃan. Después me pasé a otra de diseño de tapizados. La señora era sa. No, miento, era inglesa casada con un francés, que tenÃa una marca de aceites. Ahà hacÃamos los tapizados con el punto que le dicen petit point. Yo no sé qué me iluminaba que enseguida me daban un puesto más importante. Y también adoraba a mi hermana que sà pudo hacer el secundario, ya trabajando mi hermano y yo. La señora la mandaba a hacer compras, nada menos que a la calle Reconquista donde estaban los árabes, a elegir botones, plumas, hilos. ¡Con 14 años! Cuando se mudaron nos quisieron aumentar y pagar el viático. Por suerte se fueron, porque si no habrÃa seguido haciendo eso no sé hasta cuándo.
âNo tenÃamos ropa buena para viajar por eso agarrábamos los trabajos donde pudiéramos ir caminando.
âTenÃamos siempre un miedo, pero no era un miedo gigante. Más que miedo lo que tenÃamos era que nos parecÃa que nunca Ãbamos a poder salir... (no puedo recordar y mucho menos describir el gesto con el que dibuja a la vez un pozo, una piedra en la cabeza y una sensación de asfixia). Por eso agarrábamos todas las cositas que fuera: con mi hermana por ejemplo, hacÃamos los fondos de los canastos con juncos, llevábamos libros para coser a casa...
âMucama era mi mamá. Yo veÃa cómo trabajaba y lo poco que le pagaban, no querÃa eso. Actriz nunca quise. QuerÃa estar cerca sÃ, pero no actuar. Y mirá que nos ofrecieron muchas veces. Carlos Borcosque, por ejemplo, muchas veces nos dijo: âChicas, anÃmenseâ. Pero nunca quisimos, no era para nosotras.
â¡Radio Splendid! SÃ, habÃan comprado un palacete en Ayacucho y Las Heras. ¡El portero de Radio Splendid con librea gris! Lo querÃamos muchÃsimo, un húngaro, un hombre divino, Esteban se llamaba. El tipo nos cuidaba, con ese acento que tenÃa se hacÃa entender, decÃa: âUstedes, chicas, no hablar con nadie, no subir a coche, simpatÃa y nada másâ. Iris Marga lo resumió muy bien: âRadio Splendid, donde hasta el portero era un señorâ. Pero esperá que sigo: resulta que ahà nomás, en Arenales y Callao, estaba el Colegio del Sagrado Corazón que tenÃa, entrando por la otra puerta, una especie de academia... una escuela para chicas que no tenÃan plata, bah. Yo arrastré a muchas que trabajaban a la mañana conmigo, les dije: ustedes que no hacen nada, vayamos a aprender algo. Y te cuento que una de ellas salió una modista muy buena que hacÃa unos vestidos bárbaros; yo estudié taquigrafÃa y mecanografÃa. AhÃ, sÃ, a la salida, dije yo, o alguien dijo, no me acuerdo: ¿y por qué no nos vamos a Radio Splendid a pedir autógrafos al programa de Mirtha y Silvia?
â¡Ay, por Dios! Entré en una escribanÃa donde me pasó algo tan tremendo con un desgraciado, que creo que me quedó un trauma y por eso nunca escribà bien a máquina. Resulta que el tipo siempre me hacÃa quedar cuando terminaba el horario para dictarme alguna cosa, y varias veces se me habÃa arrimado. Pero ese dÃa que te cuento me agarró la cara fuerte, se me vino encima. Pensá que yo tenÃa 14 años, pero parecÃa mucho menos, nunca aparenté, tenÃa dos trencitas y vestido delantal como Mirtha y Silvia Legrand.
âFue terrible, le di un empujón y salà corriendo a la calle. Por suerte no tenÃa ni cartera, en esa época llevaba la plata para el subte en el bolsillo. No te imaginás lo que fue todo el viaje hasta la parada de Santa Fe y Pueyrredón llorando a mares con la gente preguntándome qué te pasó, nena. ¿Qué le iba yo a decir a la gente? Cuando le conté a mi mamá, fue a hablar con el que me habÃa recomendado. Y el tipo le dijo que seguro eran fantasÃas mÃas.
La cacerÃa de autógrafos es contemporánea del coleccionismo, de la noción del intelectual como celebridad y de la esperanza de revelación que trajo la grafologÃa en el siglo XIX; pero tuvo su punto masivo en otra esperanza, la de las niñas obreras de la posguerra, locas por Hollywood o lo que se le pareciera, que buscaban dar un paso más allá. âMientoâ, dirÃa Adela Montes con la muletilla que tiene para cada rectificación de detalles, âdos pasos másâ: uno por fuera de la pobreza, otro que iba de la butaca al comando de su propio entretenimiento. Adela cada tanto se disculpa por las vueltas que damos antes de llegar al tema de la entrevista. Cómo va a llegar a la gesta de la fantasÃa salteándose la fábrica y todo un tejido de lazos de solidaridad para salir a flote. âA mi papá no le gustaba nada, pero mi mamá sabÃa que era el único entretenimiento que tenÃamos y además ella también iba a la radio cuando daban las audiciones de preguntas y respuestas con artistas importantes como Pedro Vargasâ. Las espectadoras fueron moldeando el mercado que deseaban consumir; en esos primeros años del mundo del espectáculo nadie como ellas sabÃa tan bien cómo sacarle el jugo a los astros.
âEs que fueron una revolución para nosotras, porque hasta ese momento las jóvenes del cine eran mujeres como Irma Córdoba o Eva Franco, elegantes pero distantes. Estas chicas, como también MarÃa Duval, que te cuento que llegó a ser madrina de las Cazadoras, nos representaban bárbaramente, en la ropa, la edad y en que conquistaban a los galanes maduros, que daban esa idea tan importante entonces, de la protección.
âIbamos a las puertas de las radios con recortes de revistas y pedÃamos que nos firmaran o dejábamos papelitos con nuestra dirección para que nos mandaran las fotos. También Ãbamos a audiciones de periodistas que hacÃan notas en vivo. Yo llegué a tener unas carpetas enormes que las regalé a otras cazadoras nuevas.
âYa habÃa también en Hollywood clubes de fans de algún artista. Como iba tanto a la radio, otras chicas empezaban a pedirme fotos o autógrafos y como en la radio veÃan que yo contestaba siempre, un dÃa la secretaria de El programa de Mirtha y Silvia, que luego se llamó El club de la amistad, me empezó a pasar la correspondencia.
âSÃ, pero yo les pedÃa que me mandaran la carta con la estampilla adentro. En esos años me llegué a cartear periódicamente con 60 personas. En la radio no lo podÃan creer, llegaban cartas de Paraguay, Perú, Uruguay, todas las provincias donde se escuchaba ese programa.
âNo. Aunque al tiempo algunos hermanos de las chicas me escribÃan. Yo contestaba, pero también dejé porque ¿viste cuando sentÃs que hace esa corriente? y yo no querÃa.
âNo, jamás. ConocÃa mucho y demasiado tanto hombres como mujeres. Nunca tuve una imagen ideal de ninguno, les conocÃa todas las aventuras. Y cuando tuve un novio, como digo yo, lo rifé. Bah, lo perdà porque lo tenÃa que perder, él no podÃa entender que después de trabajar en Dubarry, me iba a la revista, a los festivales. Además después de que un dÃa fui a visitar a una actriz muy querida al hospital, empecé a ir los fines de semana a cuidar enfermos.
âCosas del espectáculo, chismes suaves. Con una familia de La Plata me pasó algo tremendo, yo me escribÃa con tres hermanas, cada vez respondÃa una de ellas. Un dÃa, después de muchos años, recibo una carta de Carmen donde me dice: âNo sabés en casa cómo esperamos tus cartas, no vemos la hora de sentarnos todos a la mesa con mamá y papá para apostar qué Adela será hoy, la de Vosotras o la de Radiolandia?â. ¡Me quise morir! Resulta que los padres les respetaban las cartas, pero con la condición de leerlas delante de ellos. Vosotras era cuando yo contaba asuntos mÃos y Radiolandia, cosas del espectáculo.
âCuando se inauguraba algo, o si un hospital necesitaba algún aparato, nos pedÃan traer artistas ya que nosotras estábamos en o con El club de la amistad. Ibamos a un club de barrio, por ejemplo el que quedaba en Alvear y Agüero, y decÃamos â¿podemos venir a hacer algo, acá con familias, con artistas?â.
âTodos venÃan porque se lo pedÃamos, gratis y encantados. Era otra época.
âMirá lo que hacÃamos: en esos festivales juntábamos pañales y cosas y las llevábamos al Hospital Rivadavia, que era famoso porque ahà estaban las madres solteras. Tanto que la uruguaya Silvia Guerrico, que era la que dirigÃa las audiciones de Mirtha y Silvia, nos dio una distinción.
âUn dÃa me dicen, chicas, ustedes que están llevando y trayendo datos, ¿por qué en lugar de decirnos a nosotros no lo hacen ustedes directamente? Y es verdad que conocÃamos a todos y nos querÃan mucho. Por ejemplo, yo soy la fundadora de los cumpleaños, bah, lo que pasa es que nosotras nos ocupábamos de saludar al aire a cada artista en su dÃa. Una vez vino Sandrini y nos dice: âA ver cuándo la terminan con esto de los cumpleaños, que todos saben que escucho el programa y me está mangueando regalos toda la farándulaâ. Para la inauguración vinieron muchÃsimos artistas.
âAl principio nos dieron 15 minutos, se llamaba Autógrafos en el aire, pero hablamos tan rápido que terminamos a los 5 minutos y tuvieron que poner música. Al dÃa siguiente nos echaron. Me acuerdo de que ahÃ, Alberto Migré, que entonces era un empleado que hacÃa de todo en la radio y recién empezaba con los guiones, dijo no, esperen un poco y se ofreció a ayudarnos. El venÃa, nos tomaba examen y nos iba indicando, acá dÃganlo más lento, acá agreguen tal cosa. Y asà seguimos, siempre los sábados a la tarde, porque era el dÃa que me quedaba libre. Con mi hermana nos habÃamos puesto a estudiar enfermerÃa, porque en esa época se decÃa que podÃa venir la tercera guerra mundial.
âMuchÃsimos artistas muy conocidos tuvieron su primera entrevista con nosotros. Pablo Moret dice que cuando veÃa una foto mÃa la besaba, por la suerte que le habÃamos dado. Bergara Leumann tenÃa en la Botica una foto con la primera entrevista que le hicimos nosotras las Cazadoras.
â¡Nada!
âMuchos años después de haberme ido de la radio, yo trabajando en Dubarry en la parte de publicidad, me encuentro con un auspiciante que me saluda como si me conociera. Y yo nada. Resulta que el tipo habÃa sido auspiciante de mi programa. Y asà varios. Nosotras nunca nos habÃamos enterado de eso. Qué sinvergüenza el productor, un ladrón.
âAunque te parezca mentira, cuando empecé en Pronto, a los 76 años. ¡Miento! En Canal TV me pagaban por las columnas, pero poco. Ahà también hacÃa la programación sin darme cuenta. Por ahà llamaba a Carucha Lagorio, de Teatro como en el teatro y le preguntaba qué van a dar esta semana. Ella me daba la obra, los protagonistas, y me decÃa por ejemplo, la madre no te la digo porque todavÃa no sé la actriz. Entonces, como yo estaba al tanto de todo, le decÃa por qué no llamás a tal que está sin trabajo. Carucha decÃa siempre: le voy a decir a mi marido que te ponga en producción.
âMirá, cuando vino la Libertadora fuimos a pedir audiencia con el interventor para pedirle que no tocara a algunas actrices como Tita Merello, por ejemplo, que la estaban acusando injustamente de contrabando, por peronista. Y a Juan Carlos Thorry, muy amigo nuestro, que lo tenÃan en la mira porque habÃa conducido una vez un festival de la Fundación Eva Perón. Pensá que éramos unas nenas. El tipo nos escuchó. Y después, casi llorando nos dijo: esto es inaudito. Desde que estoy acá toda la gente viene para acusar a alguien, ustedes son las primeras que vienen a pedir. Por la confianza que me merecen, les adelanto que tenÃa pensado presentar mi renuncia mañana. Y renunció nomás. Thorry y AnalÃa Gadé cuando se fueron a España en reconocimiento me regalaron una medalla de oro. Tengo varios recuerdos de éstos.
âSÃ, nena, no vivo en un conventillo ahora. Por suerte mi mamá lo pudo ver, cincuenta años costó, la llevamos a un departamento donde vivo ahora y vivimos siempre con mis hermanos. SÃ, los tres solteros. Y si pudimos salir fue gracias a mi hermana, que era una luz. Ella hizo hemoterapia y tenÃa dos trabajos donde ganaba muy bien. Estuvo en el club de cazadoras, pero obligada, no le gustaba tanto como a mÃ.
âPorque estos cholulos me quieren mucho, me conocen desde hace años. Los cholulos escuchan todo, saben de todo.
© 2000-2022 pagina12-ar.informativomineiro.com|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.