Las luces con los angelitos quedaron titilando. Los camellos de los Reyes no vinieron a tomar agua en la casa de Villa Pueyrredón que dejó prendida las luces como señal de esperanza. No llegaron ni con sus huellas, ni con sus regalos, ni con sus leyendas o ritos Melchor, Gaspar y Baltazar el 6 de enero para descolgar la iluminación que brinda por lo que fue y vendrá. En esa casa pequeña pero con la madera de hogar y el punto crochet bajo las lámparas sólo se espera. Las luces se habÃan puesto el 8 de diciembre de hace dos años sin augurar la sombra que se arrojarÃa sobre las migas de la Nochebuena. Después de la Navidad, el 27 de diciembre del 2012, la policÃa vino a buscar a I. y M. (nombrados apenas con sus iniciales para preservar su identidad) que, en ese momento, tenÃan diez y nueve años. Nunca más volvieron a abrir sus camas ni decidir que el tiempo ya dejaba atrás los camioncitos y las hadas para pasar a juegos mayores. 531w4x
Por eso, no hay fiesta ni recogimiento en esa casa. Sólo espera. Y la promesa encendida de que hasta que los chicos no vuelvan las luces que atraviesan la pared que da a la calle, que aparecen como una guirnalda de un resplandor enmudecido por la extrañeza y el silencio, no se apagan. Una casa con juguetes y sin niños es una casa muda. No es silenciosa, es silenciada. Nadie pide jugo, se queja porque no quiere ir a bañarse, reniega de hacer la tarea, festeja los goles en la play o pide compartir un armado de legos. El silencio aturde. Clava el aguijón de la ausencia en la falta de risas y reclamos. No hay música demasiado alta (como la del recital de Madonna que compartió la abuela Susy Pérez con sus dos nietos en River y está apenas congelada en una foto de recuerdo), ni escondidas sigilosas. El jardincito verde no respira sin bombitas de agua ni pisadas de fuga en una mancha. Dan ganas de bajar los ojos ante el orden de los juguetes que desenmascara la infancia desterrada de madre.
M. necesitó un transplante por una enfermedad congénita y pasó un mes y medio en terapia intensiva sin que su propia mamá pudiera extenderle tranquila la mano en la pelea por su vida. Laura Amodeo pudo ver a su hija, tejer con ella y acompañarla en la espera y la recuperación de la delicada operación recién después de una extenuante batalla judicial. La Justicia no la autorizó a verla después de la frontera hospitalaria. M. volvió a tener complicaciones en su salud y ahora está nuevamente internada. Duele ver las pulseras y los adornos tejidos entre M. y su mamá en la terapia intensiva del Hospital Italiano. El amor se hilvana por los nudos que apuestan a futuro y destellan colores entre una niña y su mamá que luchan por su propia vida y por unir su vÃnculo, tan fuerte como los hilos. Amodeo no sabe cómo hacer para acompañar a su hija, a la que llama âla soldadita valienteâ, en los ratitos en que no la expulsan de la habitación con perfume a alcohol en gel.
Desde hace más de dos años, I. (que ya tiene 12 años y verÃa con desdén de preadolescente su pieza infantil conservada con el formol de la nostalgia) y M. (de 11 años) no viven y, prácticamente, no ven a su mamá, salvo ratitos aislados y muy esporádicos. La Justicia se los llevó, primero, el 27 de diciembre del 2012, a lo de sus padrinos y, después, con su papá y nunca más restituyó el vÃnculo con su mamá, acorralada después de denunciar violencia de género contra el padre de sus hijos.
El 27 de noviembre del 2009 Laura Amodeo realizó una denuncia por violencia de género y también asentó sus sospechas de abuso a sus hijos en la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La causa por violencia familiar se asentó en el Juzgado Civil Nacional de Primera Instancia Nº 8, a cargo de Julia Servetti de MejÃas. Los peritajes e indagatorias no se hicieron con precisión, según Amodeo, y las pruebas del abuso no fueron suficientes para la mirada judicial. Pero el quid del conflicto no terminó, sino que se tomó revancha. La magistrada consideró que I. y M. tenÃan que crecer lejos de la influencia de su madre, que era dañina, con los argumentos del SÃndrome de Alienación Parental (SAP) que alude a que la madre les llena la cabeza a los chicos y desde el 2012 rompió el vÃnculo entre Amodeo y sus hijos.
En la nota de Las12 del 25 de enero del 2013, con cuatro madres perseguidas por denunciar violencia de género, âLa otra vuelta de tuercaâ, Laura Amodeo llegó con desesperación y premura. Necesitaba volver a ver a su hijos y expresó su preocupación por los antecedentes de salud de su nena y el riesgo de que no sea bien atendida. Su mamá, la abuela de los chicos, Susy Pérez, la acompañaba con lágrimas. Ninguna de las dos esperaba que el castigo por denunciar violencia fuera tan largo y con tantas consecuencias. Susy nunca más âni en terapia intensivaâ fue autorizada a ver a ninguno de sus dos nietos. Y las derivaciones en la salud de M. ponen en la necesidad de una revisión urgente un caso paradigmático de las venganzas de ciertos sectores judiciales hacia las madres que denuncian violencia. Si las reversiones de tenencia se extienden y el caso de Laura Amodeo es paradigmático, ¿cuántas mujeres no van a sentir miedo antes de denunciar violencia?
âEl 27 de diciembre, por una medida cautelar, invaden mi casa tres patrulleros, una psicóloga que se presenta como designada para facilitar el cambio de guarda y que, ahora sabemos, dice que los chicos están pasando por un proceso de desintoxicación de los sentimientos de la madre y que sólo van a tener o con el padre y los padrinos. Este episodio terminó bastante violentamente porque los chicos entran en una crisis nerviosa. Mi casa estaba invadida de policÃas. Yo entré a la ambulancia con custodia policial al igual que los chicos. La pediatra de turno del Hospital Zubizarreta nos dice que los chicos entren con la madre. El padre los manotea y le pega una trompada a una de las letradas. La policÃa me saca del hospital. De esta manera, el Juzgado le entrega la tenencia al padre. Los chicos quedan internados un dÃa pidiendo estar con la madre. En ningún momento se les permitió hacer llamadas telefónicas ni el uso de Internet. Mi mayor angustia es no saber qué pasa por la cabecita de ellos después de un operativo donde se los vuelve a revictimizar, en una casa ajena, sin sus tratamientos psicológicos, y la nena sin su tratamiento médico. No hay ninguna seguridad de cuál es el estado fÃsico y psicoemocional de ellosâ, advirtió Amodeo sobre los riesgos de la salud para sus hijos y, especialmente, por la falta de cuidado médico de M., en un diálogo publicado en este suplemento, hace dos años.
La niña padece una enfermedad congénita, diagnosticada desde el 2010: lipodistrofia.
El riesgo y el miedo siguieron latentes como la lejanÃa entre madre e hija y la imposibilidad de Amodeo de llevar a su soldadita valiente al médico y certificar sus controles. En agosto del 2014 presentó un escrito ante el Juzgado de Primera Instancia en lo Civil Nº 8, en el que pedÃa copia de los estudios que el padre le tenÃa que realizar a M. âLa niña padece una enfermedad congénita cuyo diagnóstico es lipodistrofia. Atento a ello la niña precisa la realización de exámenes periódicos para controlar que la enfermedad no avance y si los controles no se hicieran o la enfermedad avanzara, lo que hace en forma silenciosa, las consecuencias serÃan desastrosas para su saludâ, dice el texto archivado en tribunales.
En esa presentación judicial, se deja constancia de que Amodeo sabÃa que los últimos controles a su hija habÃan salido mal, pero que el padre se negaba a dárselos.
El 15 de septiembre del 2014, a las 23.30, le avisaron, por mensaje de texto, que su hija estaba en terapia intensiva. âDesde que vos la viste a M., el estado de salud se agravó tanto que está internada en terapia intensiva del Hospital Italiano. Si te interesa más información llamá al pediatraâ, decÃa el texto que enviaba su ex marido.
La expulsión de la maternidad âpor el delito invisible de denunciar violenciaâ no la dejaba ni siquiera verla en el rincón de mayor riesgo de un hospital. Su peor premonición pública se cumplió: la salud de M. estaba ây sigue estandoâ en riesgo.
âDiez dÃas antes de su internación le habÃa pedido a una asistente social que me permitiera ver a M. y llamar a una ambulancia. Me contestó âNo sea exagerada, está con un adulto responsable, tengo suerte porque terminé temprano y me voy a mi casaâ. Después dijo que yo estaba muy nerviosaâ, recuerda Amodeo.
El 24 de septiembre M. recibió un transplante. Pero su salud continúa delicada y, actualmente, está internada en terapia intensiva. âDespués de la externación hay controles a los que M. no se presentóâ, vuelve a denunciar Amodeo. Y recuerda la sombra más dura, cuando le avisaron que su hija estaba en terapia intensiva y le mostraron un papel judicial que decÃa que no podÃa acercarse a ella. Después, una orden provisoria la dejo verla, no sin obstáculos, en su estadÃa hospitalaria. Solo asà M. y ella pudieron aprovechar la cama para practicar porcelana frÃa y hacer pompones violetas, verdes y rojos que M. les regalaba a médicos y médicas entre los pasillos del centro de salud de Almagro.
La espera no corre más en este caso. No se puede apelar a más paciencia. El hÃgado de M. estaba necrosado âmuertoâ y no podÃa recibir una donación parcial. El órgano llegó y el transplante de hÃgado se realizó exitosamente el 24 de septiembre. â¿Podés creer que estás acompañando a tu hija al quirófano con un policÃa al lado?â, pregunta ante la inclemencia. Y rescata del vÃnculo madre e hija: âCuando se despertó, en terapia intensiva, me dijo: âMamá, no te rindas, seguà luchandoâ. Quedamos en un pacto entre las dosâ.
El 30 de octubre M. se fue de alta. Su mamá no la pudo ver ni seguir cuidando. Su abuela nunca pudo besarla. âFue tan grande la crueldad que no me dejaron ver a mi nieta. La jueza no me conoce, no me hizo una pericia, pero ni a mà ni a otros familiares maternos nos dejan ver a los chicos. Nunca me explicaron por qué no puedo ver a mis nietos. Y en el hospital, incluso, no pude visitar a M. y la abuela paterna me rompió un diente y me pegó un codazoâ, relata Susy Pérez. âLos chicos eran muy confidentes conmigo porque yo dejé de trabajar como asistente médica para cuidarlos. Por la primera persona que me enteré de que el papá le pegaba a Laura fue por I. Por eso creo que no quieren que los veaâ, alerta.
Desde el Hospital Italiano, M. le escribió una carta a su abuela âcomo si viviera en otro paÃs y no estuviera en la sala de espera esperando literalmente saber noticias de ellaâ que Pérez guarda como un tesoro. âAbu: cómo estás? Yo cada vez más cerca del alta, tengo ganas de verte. Mira que mamá tiene algo que te hice sólo para vos, pero tenés que prometerme no sacártela nuncaâ, le pide en una promesa que la abuela cumple, con la pulsera tejida por su nieta anudada en su muñeca. En una caja que atesora en la casa de Villa Pueyrredón, la vista no se cansa de leer otra letra indeleble de su nieta: âTodavÃa tengo tu rostro guardado en mi corazónâ y âabuela te quiero mucho, sos lo que más quiero en el mundoâ.
M. volvió a ser internada el 30 de enero en el Hospital Italiano, hasta el cierre de esta edición, por consecuencias de lÃquido libre en el abdomen. Su madre se enteró un dÃa después y por correo electrónico. âEl 9 de febrero le realizaron una angioplastia y le colocaron un stent. Ahora está en recuperación y se evalúa su avance. La puedo ver luego de momentos de mucha tensión porque, según el padre, yo no puedo estar en el hospital. Sin embargo, utilicé la orden de la jueza que indica que mientras se encuentra internada yo puedo estar con ella. Para evitarle tensiones a M., y sólo con el objetivo de proteger su salud, no insistà en estar en la habitación, pero en ningún momento me fui del hospital. En un momento pude estar con ella porque él tenÃa que ir a trabajar, entonces, según él, me dejó quedarmeâ, relata Amodeo agazapada entre las expulsiones que le corren la mano de su hija enferma.
M. ya lleva más de cuarenta dÃas âintercalados entre sus distintas intervencionesâ en terapia y quince en coma farmacológico. No se puede saber, a ciencia cierta, si las derivaciones en la salud de M. eran, o no, prevenibles. Pero Amodeo denuncia que los controles en su salud fueron negligentes y que ella estuvo privada del derecho a cuidar de su hija.
âSi el órgano no llegaba el 24 de septiembre M. no sobrevivÃa. No podemos saber qué hubiera pasado, con otro cuidado sobre la salud, con ella. Pero se podrÃa haber llegado a un trasplante programado. Hasta tres dÃas antes de su internación estaba con su abuela paterna y el adulto responsable estaba de viaje sin comunicárselo al juzgado. El 15 de septiembre asiste al colegio totalmente descompuesta. Estaba de color amarillo y por eso no le permiten el ingreso. Ellos piensan que es una hepatitis y por eso la mandan al hospital. M. se podrÃa haber muerto por la inacción de la Justicia y la falta de cuidado. Ella sigue con problemas de diabetes y no me generan ninguna tranquilidad ni el padre ni la abuela paterna y me provoca impotencia saber que M. está descuidada y desprotegida. Además tiene falta de contención emocionalâ, acusa Amodeo. La abuela de M. también suma la vulnerabilidad afectiva al cuadro clÃnico. âNo se sabe si M. llegó a la gravedad de este cuadro por el estrés emocional de todos estos años.â
El 11 de febrero, su abogado, Roberto Osvaldo Clienti, volvió a presentar al juzgado un reclamo por la atención en la salud de M. y el reclamo que el padre no informa sobre su atención, sino sobre un listado de médicos que la atendieron. âM. no tenÃa que ver médicos sin un protocolo de atención a su delicada enfermedad, que consistÃa que debÃan cada tres meses realizarse controles que previnieran un resultado como el que ocurrió. Lo que se solicitó (mucho antes de que se desarrollaran los crÃticos acontecimientos en los que estuvo en juego la vida de M.), era los controles que se debÃan realizar para prevenir complicaciones como las que ocurrieronâ, se asentó en el expediente.
En junio de 1997, Laura Amodeo conoció al padre de sus hijos en la casa de unos amigos. El 14 de agosto del 2002 nació su primer hijo: I. La vida y la muerte a veces, demasiadas, se cruzan. El 20 de septiembre falleció el papá de Laura, Carlos Gerardo Amodeo, y su marido ya comenzaba a hostigarla, según su recuerdo. â¿Si tu papito se muere qué? ¿Te vas a poner triste?â, se acuerda ella que él le decÃa mientras debutaba como madre y se despedÃa de ser hija. Amodeo ahora es empleada istrativa en Tecnópolis. Ella es Licenciada en Comercialización, con una MaestrÃa en istración de Empresas, y, en ese momento, trabajaba en el área de atención al cliente de Telefónica. Sus compañeros creyeron que tenÃa un embarazo largo y record porque cuando pestañearon de su primera panza ya la vieron con la segunda. M. nació el 28 de noviembre del 2003.
El maltrato, el desprecio, la violencia sexual de relaciones sin preguntas ni escuchar respuestas se hicieron tan cotidianos como cerrar los ojos, relata Amodeo. El padre de sus hijos mide, aproximadamente, 1,95 y pesa 100 kilos y ella mide 1,64 y pesaba, cuando los golpes terminaron de acorralar la inequidad en la diferencia fÃsica, 64 kilos. Entre marzo y mayo del 2009 sufrió diferentes golpizas. Se separó y él se fue con exclusión del hogar.
Ella lo denunció en una causa por violencia contra ella y por una sospecha de abuso sexual, por dibujos infantiles y alerta de profesionales que constan en el expediente, que no prosperó. Pero la revancha, igual que en el caso de Andrea Vázquez, en Lomas de Zamora (que sigue separada de sus tres hijos después de denunciar por violencia a su ex marido) se cobró el vÃnculo con I. y M.
âNo tiene explicación. Aunque tenga el apoyo de la jurisprudencia y la doctrina, el juzgado dice no. Hay una animosidad perversa por parte de la jueza a cargo del caso con el apoyo de la asesora de menoresâ, sostiene el abogado Clienti. âNosotros pedimos que el padre presentase los controles que le tenÃa que hacer cada tres meses. Pero la jueza no hizo lugar. Tampoco permitió el o con la abuela materna. Ni habilitó la feria para disponer una asistente social para que la madre pudiese ver a la hija en enero. Se demuestra una perversidad totalâ, acusa el abogado de Amodeo. Y advierte: âLa situación vivida por M., con importante riesgo de vida, es responsabilidad de quien la tiene a su cuidado y del juzgado, que es responsable de la salud de la niñaâ.
Amodeo también está preocupada por su hijo. âEl mayor riesgo para I. es emocional. El está muy asustado y totalmente solo y desprotegido. I. está con reacciones agresivas en la escuela y entrando en la adolescencia. Tengo miedo de que se pueda lastimar. Las otras mamás lo ayudan a comprarle los materiales para la escuela o con las tareas porque está muy solo. Pero hay una grave responsabilidad en los riesgos de la salud fÃsica y emocional de los dos chicosâ, subraya Amodeo.
En la casa de la infancia exiliada por la violencia relucen entre la penumbra de la tristeza las luces de las guirnaldas de angelitos. Susy Pérez, con una de las pulseritas que le hizo desde su cama de hospital su nieta, con hilitos de plástico coloridos, entrecruzados en dobles trenzas, anuncia: âEsta va a ser la luz que los está esperando. Ni se sacaron ni se apagaron. Los angelitos los están esperandoâ.
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