Blanco de una broma tilinga de lady Asquith, â¿qué esta vez, tragos, drogas o negros?â, Nancy Cunard hizo del siglo XX timorato la glosa que se merecÃa. Y podrÃa haber satisfecho el pedido tripartita de la abadesa de la sensatez con ecuánime circunspección, si la circunspección le hubiera sentado. Sin ella no hay historia intelectual completa, si ella no aparece, si de ella no se habla, entonces nadie está contando nada de lo pasó, dictaminó Louis Aragon. Los ojos celestiales que la heredera cerraba para apaciguar tanta realidad copiada (era bisnieta del fundador de la naviera trastlántica más grande de Inglaterra) le sirvieron para seleccionar la necesaria intervención del negro en la cerrada y casta proporción de congoja y clausura anglosajona. Negro se llamó esa antologÃa. Negro, a secas, para una antologÃa de ochocientas cincuenta páginas que editó y en la que colaboraron más de cien artistas contando la situación africana y la vida de los negros en América y Europa. Negro era Henry Crowder, el pianista de jazz con quien se escapó (antes se habÃa casado con Sydney Fairbairn, un oficial de la armada británica) y con el que vivió siete años y el motivo âel colorâ por el que su madre (Maud Cunard, la anfitriona en las veladas intelectuales de Nevill Holt, su mansión londinense) la dejó sin un peso. La desheredada que habÃa sido centro en todas las fiestas y que escribÃa poemas mientras marcaba tendencia entre los diseñadores de moda ahora hacÃa campaña por el mundo contra el racismo. Amantes como pulseras podrÃa llamarse el capÃtulo amoroso en el que Nancy posa como cuando lo hizo para Man Ray. En este retrato no aparecen aquellos marfiles redondos que cubrÃan sus antebrazos sino una lista de nombres propios perdidos de amor: Tzara, Pound, Lewis, Eliot, Aragon y Huxley, quien obsesionado la convirtió en la heroÃna de sus historias. Hemingway y Neruda también escribieron pensando en ella. La generosidad ireemplazable de Nancy Cunard tuvo que rendir cuentas a la sociedad especulativa que la rodeaba, y cuando el propio trabajo de ella âlos poemas propios, ligeramente alérgicosâ debieron ser evaluados, lo que encontró siempre fueron exclusiones, prejuicios o remilgos. Nadie más propensa a cambiar las cosas porque pasaba âdoxa de Asquithâ por descocada. Nadie advertÃa que en ese dominio céreo de la ropa interior considerada como una filosofÃa indirecta habÃa tanto de ceremonia como de celebración y que la protagonista directa de las anécdotas de Aldous Huxley y de Michael Arlen era esta iconoclasta afectuosa, cuya flacura prefiguraba (en tiempos en que âfeúchaâ era un adjetivo esperado sólo por Puig) a la Patti Smith que llevaba en andas a Rimbaud rumbo a su comunión. 3c1r10
Editó a Beckett en Hours Press, la editorial que fundó a fines de 1927; fue corresponsal durante la Guerra Civil Española y activista de Francia Libre durante la Segunda Guerra. A duras penas llevó una caudalosa caravana de misiones, que fue cumpliendo, cumpliendo a medias o dejando atrás, en el estilo esporádico de las heroÃnas más emprendedoras.
Algo de arbusto indeterminado y de borzoi âesos galgos rusos que, solÃcitos de belleza, inspiran nostalgiaâ habÃa en Nancy Cunard, tal vez porque la nostalgia propiamente dicha habÃa sido extirpada de cada una de las escenas que se dignaba mostrar y se habÃa adherido a su figura. La cadera rota, excesos de alcohol y una internación en Surrey alimentaron el desvarÃo con el que la atrapó la muerte en la cama de un hospital público. Père Lachaise guarda sus cenizas.
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