Según la Red solidaria, en un informe que se publicó en el portal del Canal 26 de noticias, una mujer es asesinada cada 36 horas en el paÃs. El 40 por ciento de los crÃmenes, aseguran, son cometidos por sus parejas. Es decir que para las mujeres es más peligroso estar en casa que salir a la calle. El miedo anida dentro y no se puede nombrar porque la retórica del amor suele meter la cola y porque muy pocos y pocas quieren saber lo que sucede puertas adentro de cualquier casa o de cualquier relación. 2x4uo
Es fácil imaginar que estos hechos sin retorno son emergentes de un mar de violencia en el que nadar es sobrevivir apenas y pedir ayuda puede significar âsi no se la recibe de inmediatoâ en hundirse definitivamente. En España, donde hace poco se modificó la ley de violencia de género convirtiéndola en un problema de Estado, la reacción inmediata fue un incremento de las denuncias y también de la violencia misma: haber modificado el estado de las cosas, desnaturalizar el lugar del varón y de la mujer en las parejas, trajo una especie de revancha que se cobraba en el cuerpo de las mujeres. Y lo que es más, buena parte de las muertes que se difundÃan en los medios âempujadas por esta categorÃa de cuestión de Estado que habÃa adquirido la violencia de géneroâ tenÃan que ver ya no con parejas sino con ex parejas que cumplÃan aquel rito de âserá mÃa o de nadieâ. Ahora mismo, pasados un par de años desde la primera reacción, aparece otra, no menos peligrosa: acusar a las mujeres de provocar a los varones, inventar una conspiración feminista que oculta que el 40 por ciento de las vÃctimas de violencia familiar son varones... en fin, basta revisar la revista Epoca de España, publicación de nostalgias franquistas, es cierto, pero portavoz de una tendencia que se da no sólo en la penÃnsula sino en buena parte del mundo, tanto en lo que hace a la violencia de género como al abuso sexual infantil. La operación es simple, las mujeres mienten, los niños y niñas mienten influidos por sus madres y hay quienes han descripto este fenómeno con un nombre cientÃfico (SÃndrome de Alienación Parental) que ahora mismo se esgrime en los juzgados de familia.
Es que hay veces en que ver, duele. Duele ver lo que sucede dentro y duele saber que dentro se replica más allá de las cuatro paredes de cualquier casa. Parece, a juzgar por el modo en que los medios seguimos tratando la violencia de género, que es más fácil pensar que se puede amar hasta la muerte (de la otra, en la inmensa mayorÃa de los casos), que la pasión ciega al punto de no diferenciar entre la vida y su contraste, que asumir que el amor propio, el ego machista, el odio hacia quienes eligen vivir la sexualidad a su manera puede ejercerce hasta llegar a matar. No se trata de crÃmenes pasionales, es algo que se ha dicho hasta el hartazgo, y sin embargo cada vez que se asesina a una mujer lo primero que se dice es que se trató de un crimen pasional. ¿Dónde estarÃa la pasión? ¿En la saña? ¿En la elección de las partes del cuerpo donde se lastima? ¿En el disciplinamiento que se aplica sobre otras mujeres que ahora mismo están siendo vÃctimas de violencias más sutiles pero no menos graves?
Pareciera que los y las periodistas âa no ser que trabajemos a diario pensando en las inequidades de géneroâ no podemos encontrar otro relato para estos hechos ¿o es que no hay voluntad de buscar palabras?
Esta semana se difundió el parto por cesárea de una nena de 11 años y el embarazo de otra de la misma edad. Cada vez que se contó las historias de estas niñas se habló de la âpresuntaâ violación o abuso. ¿Qué chances hay de que la nena haya querido tener relaciones sexuales? Ahà la palabra correcta según un diccionario helado que no ve más allá del expediente y se traga entera a la vida misma, a lo mismo que quienes escriben no ven, no quieren ver porque duele y obvian asà que la violencia se reproduce en esas palabras supuestamente frÃas. El domingo es el dÃa internacional contra la violencia contra las mujeres, el calendario fija su marca para que el tiempo se vuelva circular y nos obligue a pasar por la misma estación, a ver lo que otras veces no se quiere ver. Una oportunidad para abrir los ojos, aunque duela, para obligar a las palabras a nombrar en lugar de ocultar.
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