En su libro Mujeres en la sociedad argentina, la socióloga Dora Barrancos narra la historia de Amelia, una joven cubana que a principios del siglo veinte ingresó en la Unión Telefónica, la empresa inglesa que aglutinaba el control mayoritario de la telefonÃa local. Amelia, como el resto de sus compañeras, sufrió las generales del reglamento interno: debÃa ser soltera, no podÃa conversar con los abonados ni con las otras telefonistas, tenÃa que pedir permiso para ir al baño y serÃa sancionada cada vez que cometiera el desliz de generar âtiempos muertosâ. A principios de agosto de 1921, un anónimo reveló que Amelia se habÃa casado. La cesantearon de inmediato, sin contemplar sus catorce años de antigüedad en la firma, y hasta llegaron a presentar una carta para impedir que ingresara en la empresa tranviaria Midland Railway, definiéndola como un âelemento problemáticoâ. El 24 de agosto de ese año, Amelia apuñaló en las costillas al director general de la Unión Telefónica cuando éste entraba a su domicilio de la calle Libertad. La herida resultó leve y el funcionario salvó el pellejo, pero ella fue detenida de inmediato. Sin embargo, ese acto desesperado caló en el juez de turno, que la sancionó a ocho meses de prisión domiciliaria, tras considerar âinjusto y humillanteâ el reglamento laboral que impedÃa el derecho al matrimonio. La casa matriz, en Londres, comenzó a revisar la medida y, finalmente, en los años treinta las empresas de servicios retiraron la exigencia de solterÃa. Casi ochenta años más tarde, y pese a que en la Argentina la discriminación laboral está prohibida por la Ley 23.592, avisos como el que encabeza esta columna denotan que algunas brechas sólo son cronológicas en tanto no se corte la soga del deterioro social, que tiende el lazo generoso al retroceso de las relaciones laborales y fortalece el apego empresarial a la exclusión social. En lo que va del año, el Ministerio de Trabajo recibió unas 400 consultas por discriminación que denuncian acoso, segregación por enfermedad, color de piel, orientación sexual, religión, edad, ideologÃa, estado civil, maternidad y aspecto fÃsico. Son hijos de la necesidad hereje y de esa tendencia nefasta a naturalizar absolutamente todo lo que da en llamarse vida cotidiana. Las dos imponen sus reglas a una legislación impotente, que todavÃa no encuentra la letra apropiada para pulverizar esas prácticas violentas. 2e43g
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