Ya lo decÃa la escritora india Arundhati Roy en 2001, poco después de la caÃda de los talibán: âNo se acabó el sufrimiento de las mujeres en Afganistánâ. A fines de 2002, Samira Makhmalbaf empezó a filmar en Kabul A las cinco de la tarde âfilm estrenado ayerâ con la intención de reflejar el estado de las cosas después de más de 10 años terribles âla invasión soviética, el terror fundamentalistaâ que dejaron un paÃs devastado, militarizado, hambriento, casi a la intemperie. Las mujeres obtuvieron permiso para levantar sus burkas, pero pocas se atrevieron a hacerlo. Las vÃctimas favoritas de los talibán âquienes las sacaron de circulación en el trabajo, el estudio, la misma calle (si no iban acompañadas por un varón)â, bajo el peso ancestral de la tradición misógina, anterior a la aparición de Mahoma, no salieron a celebrar en masa a cara descubierta por temor al rechazo de la población más devota, aunque los azotes que con tanta crueldad repartÃan los represores fundamentalistas ya no eran una amenaza cotidiana. Por cierto, la joven directora iranà (tenÃa 22 años al comenzar este rodaje) siempre ha puesto de manifiesto su interés por contribuir a un cambio social favorable, especialmente respecto de sus congéneres con declaraciones de este tono: âAntes me pensaba simplemente como un ser humano, pero cada vez más me considero una mujerâ. t5w1h
SÃ, es verdad, Samira tuvo la suerte de tener un padre como el cineasta Mohsen Makhmalbaf, un humanista convencido que alentó a sus hijas (Hana, de 18, presentó este año Buda explotó por vergüenza, inspirado en una historia escrita por su madre, con un tÃtulo tomado de un ensayo de su progenitor) a aprender cine en su escuela, a comprarlo en la realización de sus pelÃculas. Después de largar en 1998 con la merecidamente aclamada La manzana (el descubrimiento del mundo exterior por parte de dos niñas que no habÃan salido de su casa hasta los 12), SM hizo Pizarrones (2000, donde seguÃa los caminos de varios maestros que recorrÃan aldeas con un pizarrón a sus espaldas) y Dios, construcción y destrucción (2002) para el film colectivo 11/09/01.
Samira Makhmalbaf ha dicho que querÃa devolverles a las mujeres afganas algo de la vida y la dignidad que se les negó y que en momento de hacer A las cinco de la tarde apenas empezaban a recuperar. Algunas de ellas transgrediendo órdenes paternas, empleando subterfugios, como la protagonista de esta pelÃcula, Nogreh, que hace como que va a rezar ââincluso por el camino, en el pequeño carruaje conducido por el papá, lee versÃculos en contra de la mujerâ, pero en cuanto puede se levanta la burka, se pone unos zapatitos blancos con algo de taco y se va a un precario colegio. AllÃ, una maestra heredera de las Soraya Parlika, Soheia Helal y otras mujeres solidarias y corajudas que arriesgaron sus vidas para mantener escuelas clandestinas para niñas durante el terror talibán, le enseña a un grupo de chicas de distinta edad nociones de democracia, de responsabilidad civil. AllÃ, frente a una pregunta de la maestra, Nogreh descubre que le gustarÃa ser presidenta de su paÃs. Se entusiasma ingenuamente con la idea mientras la ciudad en ruinas recibe una nueva camada de refugiados, entre los cuales un muchacho que ha perdido violentamente a tres hermanos y viaja con su madre. El chico dice ser poeta, pero a la chica le copia âdetrás de una foto de ella, con la burkaâ el poema de GarcÃa Lorca Llanto por Ignacio Sánchez MejÃa, bellÃsima oración fúnebre en cuatro movimientos, algunos de cuyos versos âque traducen lÃricamente el dolorido homenaje a un irado y querido toreroâ musicalizan el relato cinematográfico que también trata sobre un duelo, en contrapunto con el canturreo misógino que acompaña otras imágenes.
Este film circular comienza con la que será la última escena, un arranque que cobra sentido sobre el final. Nogreh y su cuñada suben una ladera en el desierto cargando agua y la primera dice el final de la primera parte del Llanto: âAy, qué terribles cinco de la tarde./ ¡Eran las cinco en todos los relojes!/ ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!â. Luego sabremos que el chico le ha recitado a Nogreh: âEran las cinco en punto de la tarde,/ lo demás era muerte y solo muerteâ, añadiendo versos de la tercera parte del poema: âYo quiero que me enseñen un llanto como un rÃo / que tenga dulces nieblas y profundas orillas...â
âAndaluz profesionalâ lo llamó alguna vez despectivamente Borges a Lorca, regando fuera de la maceta, sin duda. No parece casual que Samira Makhmalbaf haya encontrado resonancias familiares en un texto del gran poeta y dramaturgo granadino que niño todavÃa se fue a vivir a la ciudad donde está el Palacio de la Alhambra, donde el arte árabe se expande en profusión de alicatados, mocárabes, atauriques, y, claro, arabescos. âMi corazón es un poco de agua puraâ, decÃa Federico en una carta. Justo lo que van a buscar las dos chicas, una signada por la tragedia, la otra todavÃa bajo la dogmática dominación paterna, camino de Kandahar, quizás la ciudad realmente islámica que busca el viejo. Pero también el lugar donde un par de años antes de que Samira hiciera A las cinco de la tarde, Mohse filmó una conmovedora pelÃcula, titulada precisamente Kandahar, inspirada en hechos reales, acerca de una afgana que afincada en Canadá, no vacila en ir al rescate de su desesperada hermana menor que le ha escrito comunicándole su decisión de suicidarse en determinada fecha.
A las cinco de la tarde, en Arteplex Belgrano, Arteplex Centro y Cineduplex Caballito.
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