Mi primera experiencia con vibradores fue producto de la azarosa conjunción de un cuento, una serie de TV y una canción. Missy Elliott cantaba en la radio âToyzâ, diciendo que todas las chicas deberÃan tener un juguete âtambién le explicaba a un chongo que ni se habÃa dado cuenta de que él no estaba porque ella sólo tenÃa ojos (manos) para su chicheâ. Mientras, leÃa el cuento de Daniel Alarcón âEl vibrador contra el hombreâ, en el que el narrador es abandonado por su novia en favor de un vibrador que imita perfectamente su anatomÃa (aunque opera de una forma más perfecta). En la tele, un capÃtulo de Sex And The City en el que Charlotte se envicia hasta el encierro con un vibrador cuyo modelo canonizó inmediatamente: el conejo rampante. 2i714k
No podÃa seguir haciéndome la boluda. Feministamente, decidà ampliar mis horizontes... Estaba en San Francisco, California, y me fui con un amigo hétero, supuesto experto en el tema, a recorrer el Castro, el barrio más gay del mundo, que imaginábamos estarÃa lleno de sex shops. Nos deprimimos al ver que más bien proliferaban los pet shops con boys de 50+ prolijamente ordenados en burgueses matrimonios, más preocupados por la moda canina que por el sexo. HabÃa un único sex shop mixto, dedicado mayormente a los hombres (después supe que los mejores sex shops para mujeres están cerrados al público masculino, con el efecto colateral de construir nichos de mercado cada vez más guetificados).
Al encontrar la única góndola femenina, mi pobre amigo rápidamente me trajo un consolador sin ninguna otra gracia que su forma fálica y un tamaño mediocre, encima. Pero yo estaba fascinada con un mundo de sensaciones que se abrÃa ante mis ojos: la mayorÃa de los juguetes eran irreconocibles, no falomorfos ni falocéntricos. Abundaban las formas de la naturaleza: mariposas, roedores, flores, delfines, escorpiones, huevos, hasta un gatito ronroneador... Descifrar sus misteriosas funciones significaba desterritorializar un mapa estable de zonas erógenas para repensar las superficies de placer e imaginar nuevos vÃnculos posibles con las máquinas, como si una segunda naturaleza se mimetizara con la primera para reconciliarse mediante el éxtasis con el cuerpo humano. Estos juguetes no estaban ahà para reemplazar una pija (como cree el ingenio popular siempre patriarcal, que atribuye alteraciones psicológicas al supuesto sÃndrome de âtafal de gaverâ), sino para agregar algo nuevo y de otro orden. Una especie de maquinofilia de orgasmos múltiples y éxtasis automáticos (con los nuevos vibradores, acabar es sólo cuestión de segundos). Una hight-tech queer theory llegaba al shopping.
Finalmente me compré un ratoncito celeste divino, que parecÃa un juguete para bebés o para mascotas (súper práctico y discreto para llevar en la cartera y usar en aviones, prerreuniones de trabajo, etc.). Pero no reemplazó a mis amantes, sino que se transformó en un parámetro de calidad performativa. Ya no me conformarÃa con menos.
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