Desde RÃo de Janeiro 2f3j5t
TenÃa un nombre casi tan grande como su talento: Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira. De haber aguantado hasta el 19 de febrero de 2012, hubiera cumplido 58 años. Se fue absurdamente antes. Ha sido un jugador elegante, imprevisible, altivo, siempre con la cabeza alta y la mirada digna, feroz, que veÃa cosas que nadie más parecÃa ver. Fue el artÃfice y el capitán de la última selección realmente brillante que el mundo pudo ver, la brasileña de 1982. DefendÃa el fútbol-arte por una razón tan sencilla como indiscutible: estaba seguro de que el jugador es un artista. Ha sido, por encima de todo, un gran tipo.
Nos conocimos, ya no recuerdo bien cómo, en 1985. Nos hicimos amigos. Yo le hablaba de fútbol, él me hablaba de libros. Era un brasileño preocupado por su tiempo, su gente. Recuerdo nuestros encuentros con actores, con cineastas, con compositores. Recuerdo nuestras conversaciones en mi casa con Chico Buarque, futbolero emérito. Chico se empeñaba a fondo para hablar de fútbol. Sócrates querÃa saber cómo ayudar a que la izquierda ganase espacio en Brasil.
Recuerdo el dÃa en que Sócrates supo que yo era amigo de Eduardo Galeano. Por años, mientras Sócrates vivÃa en RÃo, cada vez que Galeano venÃa, Ãbamos a almorzar a su casa. Galeano ha sido el único tipo con quien vi a Sócrates hablando de fútbol.
SabÃa que era un Ãdolo, y aprovechaba esa circunstancia âque reconocÃa como efÃmeraâ para defender ideas que ningún Ãdolo del fútbol suele defender. Iba a las calles, a las plazas, se juntaba con los movimientos por el retorno de las elecciones, por la democracia, se la jugaba contra dirigentes deportivos que pretendÃan limitarlo a su condición de mero jugador.
âLa fama tiene su precio. Y si tengo que pagar ese precio, que al menos me dejen usar mi fama en defensa de lo que creoâ, me dijo una vez. Y asà ha sido siempre.
La usó, a la fama, todo el tiempo. En aquellos años en que en Brasil se defendÃa el derecho al voto, es decir, el derecho a enterrar de una vez la dictadura, Sócrates era figura permanente, para desespero y furia de los dirigentes deportivos. âEl jugador es una persona, un ciudadano, y no un atleta y punto final. No, no, yo defiendo mi derecho a fumar, a tomar cerveza, pero principalmente mi derecho a pensarâ, decÃa. Y pensaba en grande: querÃa un mundo de iguales.
En la cancha era de una elegancia sin par, de una osadÃa que desconocÃa lÃmites y reglas, de una frialdad que ocultaba una pasión desmesurada. Se hizo Ãdolo en el Corinthians y de inmediato aprovechó su fama para defender la âdemocracia corinthianaâ, en los comienzos de los años â80, en plena dictadura. En el Corinthians, jugadores, porteros, utileros, masajistas, todos participaban de las decisiones junto a la dirección técnica y a los grandes caciques del club. El fútbol era, para Sócrates, una gran metáfora del paÃs. âSomos artistasâ, decÃa con relación a sus compañeros de equipo. Y preguntaba: â¿Qué dirigente puede tener más peso que un artista?â Era una forma de decir que el pueblo es el artista, que debe tener la palabra final sobre su propio destino.
Nos vimos por última vez hace tres años. Yo presentaba un libro en San Pablo. No quiso venir a la presentación: robarÃa las atenciones. Vino a verme después. Hablamos de fútbol y de escribir. Me dijo: âUno no juega para ganar. Juega para que no te olvidenâ. Y me preguntó para qué uno escribe. Le dije lo que cierta vez dijo GarcÃa Márquez: âPara que los amigos me quieran másâ. Concluimos que se juega por las mismas razones que se escribe.
Ayer, el Corinthians se consagró campeón brasileño. Al iniciarse el partido, los jugadores hicieron un cÃrculo y repitieron el gesto clásico de Sócrates: irguieron el brazo izquierdo, el puño cerrado.
Ojalá sepan lo que ese gesto significó en los años duros, cuando Sócrates se imponÃa como ciudadano, como hombre Ãntegro, angustiadamente comprometido con el futuro. Un futuro que el paÃs conquistó, de la misma forma que, en el dÃa de su muerte, su equipo supo conquistar el tÃtulo nacional.
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