IdeologÃa y racionalidad en la historia de las ciencias de la vida Georges Canguilhem Amorrortu 180 págs. 4d2i6k
Hasta bien avanzado el siglo XIX, las ciencias reflexionaban sobre sà mismas en términos de verdadero/falso, definiéndose por el método y el objeto de estudio, dando por sentado que resultaba fiable aquello que se presentaba a la percepción. Escasas âpero no por ello menos poderosasâ instancias convocaban a poner en cuestión la legalidad establecida, hasta que la posición del observador, es decir del cientÃfico mismo, comenzó a importar como variable. Las cosas (entidades, objetos, nociones, conceptos) dejaron de existir por sà mismas en su materialidad palpable o, al menos, su condición fue puesta en duda. En otros términos: al âserâ de las cosas (regido por la ontologÃa) le apareció el grano de la epistemologÃa, para la cual la realidad social o natural no reside en lo que de ella se dice sino en lo que de ella se calla. Perspectiva asumida por el filósofo francés Gaston Bachelard, disidente de las posiciones de los ingleses Popper y Khun, todavÃa apegados a la ontologÃa positivista.
DiscÃpulo y heredero de la cátedra de Bachelard, Georges Canguilhem (1904-1995) continuó ampliando la brecha a fin de arrancar la vieja idea de que una teorÃa (cientÃfica) resulta algo asà como un teorema redondo y prolijo. Tributarios del materialismo dialéctico marxiano, entienden que tales formulaciones pueden seguir siendo rigurosas con la condición de que se las perciba como formaciones discursivas: âseudosaberes cuya irrealidad surge por el hecho y solo por el hecho de que una ciencia se instituye esencialmente en su crÃticaâ.
TeorÃa cientÃfica y construcción ideológica pasan, a partir de allÃ, a mostrar lazos de parentesco cada vez más contundentes, a medida que se logran develar las condiciones materiales, históricas, sociales y de los sistemas de creencias que les anteceden. Tarea que Canguilhem despliega en IdeologÃa y racionalidad en la historia de las ciencias de la vida, donde compila sucesivos hitos enclavados en la vena del pensamiento que más conoce, las ciencias biológicas y la medicina. Se vale de tales disciplinas no sólo para desentrañar sus postulados, sino también al modo de metáforas para que sus reflexiones puedan extenderse a otras regiones del pensamiento. De tal modo, la Historia deja de ser una mera cronologÃa para sostenerse en la serie de rupturas e invenciones que la implican, incluyendo la constitución de nuevos objetos. Semejante disección realiza con las mismÃsimas ciencias naturales, como cuando afirma que Darwin, en El origen de las especies, no hace más que ejecutar una enredada justificación âa posteriori de ciertos desvÃos como ventajas precarias de supervivencia en nuevas situaciones ecológicasâ. Punto de vista que se hace principio crÃtico con el cual el epistemólogo avanza sobre la clÃnica médica y los métodos terapéuticos a través de la historia. Sin ir más lejos, la idea de que ciertas enfermedades se paliaban con sanguijuelas o ventosas deja de ser un simple error para emerger al modo de un modelo de racionalidad, en su momento coherente no menos que compacto y, por sobre todo, unánimemente aceptado. Una versión de la visión goyesca acerca de que âlos sueños de la Razón producen monstruosâ.
Canguilhem encuadra su punto de vista y lo muestra sin escarceos: âLa producción de saberes es asunto de práctica social, el juicio de estos saberes en cuanto a la relación con sus condiciones de producción depende, de hecho y de derecho, de la teorÃa de la práctica polÃticaâ. Honestidad epistemológica como premisa eficaz permite comprender de dónde viene (Bachelard, Althusser) y hacia dónde va (sus alumnos más destacados, Foucault y Deleuze). Impecable y esclarecedora la traducción de Irene Agoff.
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