Un chino en bicicleta Ariel Magnus Norma 281 páginas. 3f2xl
Lo que sigue âa pesar de su aire a leyenda urbanaâ es una anécdota verÃdica que le sucedió a un renombrado polÃtico: X quiere tatuarse âlibertadâ en chino. Gracias a Internet accede a la traducción y lo hace. Viaja a PekÃn, acaso para ostentar su nuevo tatuaje. Los chinos se rÃen, él no entiende por qué. Finalmente alguien le informa que lo que lleva escrito en el brazo significa âTenedor libreâ.
Sin revelar la identidad de X, digamos que su anécdota despliega en forma de abanico al menos tres puntos: la globalización, la hiperinfrainformación de Internet y la más que compleja comunicación entre dos culturas, todos temas de candente actualidad.
Claramente actual es también el estilo de Un chino en bicicleta, la novela de Ariel Magnus ganadora del Premio La otra orilla 2007. Entre otras cosas, por retomar el affaire del chino que, supuestamente, habÃa incendiado varias mueblerÃas porteñas, y al que a pesar de haberle encontrado fósforos, piedras y un bidón de nafta no se le pudo probar nada más que âlocuraâ, por lo que terminó en el Borda. Claro que todavÃa no empezamos a hablar propiamente de la ficción: Ramiro Valestra âun joven tan perdido en la vida como puede estarlo una viejita en Shanghaiâ debe salir como testigo justamente cuando detienen al supuesto pirómano. Y durante el juicio oral será secuestrado por el propio Li Qin Zhong, quien sumergirá a Ramiro en la agridulce atmósfera del Chinatown de Belgrano, para urdir un plan chino y, de rebote, arrancarlo de su modorra.
Si bien el pegarse a un suceso reciente podrÃa depararle a esta novela un rápido envejecimiento, hay que decir que aprovecha un nicho muy poco explotado: hacer el seguimiento de noticias extraordinarias una vez que ya nadie habla de ellas. A propósito, si el mero roce de un fosforito bastó para quemar cientos de bártulos, puede pensarse que Magnus compuso su novela a partir de la figura retórica del quiasmo: un cruce de elementos pertenecientes a dos estructuras simétricas. El humor âpor momentos infantil, por momentos agudÃsimoâ, la imaginación âenvidiablemente libre, aunque no siempre bien dosificadaâ y hasta la propia confusión ideológica del relato âinteligente y deliberadaâ obedecen religiosamente al quiasmo: âMientras que los chinos andaban de jeans los blancos estaban vestidos con trajes tÃpicos de Orienteâ; âChen, si sabés pronunciar la ele y también la erre, ¿por qué decÃs erre cuando es ele y ele cuando es erre?â; âGong significa señor. Sólo que en chino va al wanjie, o sea al final. En chino es todo al revés, ¡ja ja ja!â.
Los ejemplos de quiasmo abundan tanto como los quiebres de cintura propuestos por la novela, ya sea por los epÃgrafes relacionados con Oriente âque van desde Lao Tse hasta Gaby, Fofo y Milikiâ, como por esa cuota de clásico delirio que suelen tener las obras ganadoras de concursos, para lo cual sirva como ejemplo el tÃtulo de un capÃtulo: âLa increÃble historia de la escuela de fútbol para chinos de Jáuregui fundada por el arquero de la selección juvenil argentina campeona del mundo en 1979â.
Es probable que el lector de Un chino en bicicleta pase con bastante recelo las primeras páginas para ir amigándose progresivamente con el libro hasta terminar por quererlo ây acaso entenderloâ justo cuando termina, de la misma forma que a cualquier ser humano le cuesta asimilarse a una nueva cultura, aunque tenga todo un barrio nativo a su disposición. De hecho, cuesta bastante decir si esta novela es efectivamente buena o sólo se trata de una agradable muestra del potencial literario de Ariel Magnus. Lo seguro es que este libro es terriblemente comprador. Especialmente gracias a su incertidumbre que, como el tatuaje de la libertad del renombrado polÃtico, señala la imposibilidad de entender completamente al otro. Casualmente o no, el libro finaliza con una frase escrita en ideogramas chinos que, aunque dice âFeliz año nuevo, amorcitoâ, en rigor de verdad le falta un carácter para terminar de dar el sentido de la frase.
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