En una foto, donde debe rondar los cuarenta, a Robert Lowell se lo ve como a un Clark Kent poseÃdo, con una mirada que radiografÃa, capaz de hurgar a fondo en sà mismo y en los demás, tan a fondo que inspira temor. Nadie como él supo que era otro, que todos somos otro, y ese otro no es precisamente un superhombre. Nada aconsejable para la salud mental mirar asÃ. Alcohólico perdido, sufrió más de veinte internaciones en distintos manicomios. Cuando de una universidad lo invitaban como escritor residente pedÃa, además de una casa, un psiquiatra mÃnimamente competente. 126y2j
Lowell habÃa nacido en Boston en 1917. Su familia era patricia y calvinista. En el árbol genealógico se destacaban algunos poetas. Muy joven, Lowell se convirtió al catolicismo. Y al escribir sus primeros versos sus referencias fueron tanto los testamentos como los griegos. Sus obsesiones serÃan, para siempre, la culpa, el castigo, el suicidio. Al estallar la Segunda Guerra se alistó en el ejército, pero al conocerse los bombardeos aliados a poblaciones civiles se hizo objetor de conciencia. â¿Cómo puede/ la guerra cambiar en mÃ/ el hombre antiguo en uno nuevo?â, escribió. Y citando a Melville: âTodas las guerras son de muchachosâ. La resistencia a combatir le acarreó una condena a un año y un dÃa de prisión. Muchos atribuyeron su locura a este perÃodo de encierro.
La resonancia de su primer trabajo, Lord Wearyâs Castle, acuñando lecturas de TucÃdides y Toynbee, sacudió la mohosa poesÃa de su tiempo: âChicos, la furiosa memoria se babea/ sobre la gloria de estanques pasadosâ. Y también: âDiez mil Fords están aquà ociosos en busca/ de una tradiciónâ. Lowell planteaba: âUn poema es un acontecimiento, no su descripciónâ. En una entrevista de The Paris Review declaró: âCuando empecé a escribir muchos de los grandes escritores todavÃa no eran populares. No habÃan siquiera entrado en las universidades y su difusión era Ãnfima. Era el tiempo de Schöemberg, Picasso, Joyce, el primer Eliot. Entre nosotros los únicos que valÃan eran William Carlos Williams y Marianne Mooreâ. Lowell adquirió repercusión crÃtica, ganó premios: el National Book Award, el Pulitzer. Su voz se volvió influyente. Padre del confesionalismo, se lo etiquetó. Tuvo discÃpulas como Sylvia Plath y Anne Sexton, tanto o más temibles que él. Ninguna serÃa más afortunada que el maestro. Una mañana, después de llevarle el desayuno a sus hijos, Plath metió la cabeza en el horno de la cocina. A Sexton, bellÃsima y borracha, con sus cócteles de psicofármacos, no le irÃa mejor. Las dos siguieron sus pisadas: la poesÃa como escritura autobiográfica. Life Studies puede considerarse un manifiesto Ãntimo. En sus poemas, auténticos estudios existenciales de un obsesivo, Lowell no se expone sólo a sà mismo. También eviscera a quienes lo rodean: sus padres, sus cónyuges, sus hijos. En un poema acusa a su madre por su frivolidad, los chismes que provocaba y los estropicios pasionales que deterioraron a su padre. También la responsabiliza por haberle creÃdo a un psiquiatra de la familia el diagnóstico de locura que hizo de su hijo. El psiquiatra convenció además al pequeño Lowell de que era un hijo no deseado. Más tarde el hijo se enterarÃa de que su madre, además de socia en los negocios del psiquiatra, era su amante. âMi madre era bastante más idiota/ de lo que fueron todas mis mujeresâ, escribió. Aunque insistió en casarse tres veces, Lowell comparaba el matrimonio con la nada. En su poesÃa no se salva siquiera Harriet, su hija adolescente. Adrienne Rich y Wystan Auden no le perdonaron el extremismo confesional. Seguramente a Auden lo irritaba que Lowell compusiera la poesÃa que él hubiera querido escribir. Lowell no les llevaba el apunte a sus detractores. Estaba demasiado solo y metido en su trabajo. Sin negar a Whitman y a Pound, su poesÃa se distancia del primitivismo de Robert Frost y los aullidos contestatarios de Allen Ginsberg. Refinado y a la vez impiadoso, Lowell alterna la cita culta con la cotidiana. âSe comienza a espesar la nevada de Boston/ como si se tratase de una venda/quirúrgica, amarilla/ ¡Lo puta que es la vida!â Poemas como instantáneas, autorretratos cada vez menos autocomplacientes. Lowell no les escapa ni al mito ni a la tragedia Ãntima, sabe conectar la cuestión social con el infierno privado. Estas claves explican por qué su poesÃa sigue conmoviendo. En la actualidad ostenta el rango de un clásico, pero incómodo. âCirce y Ulisesâ, el poema que abre DÃa a dÃa, apela al mito homérico. Utiliza a su mujer y a su hijo, Sheridan, presente en la lectura pública del poema. Lo más recóndito de lo doméstico, después de Lowell, no volverÃa a ser lo mismo en la poesÃa estadounidense. Su sombra habrÃa de sobrevolar la poesÃa descarnada de Raymond Carver.
A los sesenta años, Lowell itió: âDespués de los cincuenta no hay reloj que se pareâ. En âMuerte de un crÃticoâ apuntó: âTediosos, antipáticos y a punto de extinguirse/ veÃa yo a los viejos, / blanco preferido de mis burlas,/ hasta que el tiempo, que lo cura todo, me hizo como ellosâ. Lowell debÃa reconocerlo: âHe llegado a ser mi propio fugitivoâ. En 1977, escapando de las ruinas de su tercer matrimonio, volviendo de un vuelo desde Londres, aterriza en el otoño de Nueva York. Sube a un taxi, le da una dirección: la de su segunda esposa. Cuando el taxi llega, el pasajero parece dormido. La mujer baja a la calle. Lowell está muerto. HacÃa una semana terminaba de publicar su último libro Day by day.
El tÃtulo recuerda el pacto que los adictos hacen consigo mismos. Los adictos y cualquiera en estado de angustia. Pero, a la vez, el dÃa a dÃa remite los poemas a un diario. Porque no habÃa nada que no entrara en su registro. En más de un sentido, puede arriesgarse, sus poemas son el equivalente en verso de los diarios de John Cheever.
¿Me ayudarán ustedes a entender
lo que no tiene arreglo ni remedio,
en esta temporada de escritura poética
y de alivio
para mi depresión, que pasaremos juntos?
De escasa circulación, la obra de Lowell se divulgó en nuestro paÃs a través de unas pocas antologÃas.
Poemas, traducido por Alberto Girri, publicado por Sudamericana en 1969, es la versión de Lord Wearyâs Castle. Desde hace un tiempo puede encontrarse en algunas librerÃas DÃa a dÃa, en edición bilingüe española de Losada, con prólogo y traducción de Luis Javier Moreno. Los fragmentos de distintos poemas de Lowell que reproducimos, aún acotados, pueden dar, como arte poética, una idea del calibre de sus obsesiones.
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