El mapa de Estados Unidos puede dividirse en cinturones. Hay un Cinturón del MaÃz, otro del Algodón y otro del Tabaco, pero ninguno es tan famoso como el Cinturón BÃblico, que cosecha fanáticos y narradores, gente de Biblia en mano, ojos febriles y cruentas predicciones. Región inmensa, Sur histórico, reino evangelista, hostil al forastero, el Cinturón BÃblico comprende Arkansas, Mississippi, Virginia, Carolina del Norte y Carolina del Sur, Maryland, Alabama, Georgia, Texas y Tennessee. Es una zona de miles de kilómetros donde âpuede ser que Cristo no sea el centro, pero sà que lo atormentaâ. 6u1d40
Lo dijo Mary Flannery OâConnor en un ensayo escrito desde allÃ, en Milledgville, a orillas del rÃo Oconee. Desde ese sur de protestantes rurales, ese âlugar donde es creÃble creerâ, hablaba esta escritora católica, soltera, madrugadora, que iba a misa con su madre todos los dÃas antes de sentarse a escribir, que sabÃa que iba a morir joven y recibÃa visitas a la tarde, sentada en el porche, rodeada de pavos reales.
Escribió dos libros de cuentos âUn hombre bueno es difÃcil de encontrar, Todo lo que asciende tiene que convergerâ y dos novelas âSangre sabia y Los violentos lo arrebatanâ. William Goyen la calificó de âescritora fuerteâ, con una fórmula, difÃcil de traducir, que en inglés da cuenta del impacto que produce su lectura. Miss OâConnor is a writer of power, escribió en una crÃtica de Sangre sabia del The New York Times. Fue una crÃtica temerosa, adversa, desconfiada, de la que luego se arrepintió. Pero aun en ese momento la potencia de OâConnor le pareció notable: âuno no puede tomarse este libro a la ligera o cerrarlo y seguir como si nadaâ, escribió Goyen, con razón.
OâConnor no escribÃa historias de ambientación lenta y gradual, de sutilezas urbanas, a la New Yorker. Tampoco estaba en sintonÃa con los modelos de gran novela americana de su tiempo, porque no pintaba personajes de ambiciones épicas, ni querÃa escribir narraciones de corte sociológico porque la literatura no era, para ella, un asunto de âproblemas o estadÃsticasâ. EscribÃa sobre âlos detalles concretos de la vida que hacen real el misterio de nuestra posición en la tierraâ, con (la palabra es importante) personajes y acciones y no sobre ellos.
Sus historias eran fuertes porque ella veÃa la vida asà y porque estaba convencida de que una escritora católica, en un mundo protestante, tenÃa que ponerse un poco violenta y hablar a los gritos para que la atendieran. Además, âla literatura trata de lo humano y estamos hechos de polvo, y si desprecian mancharse de polvo, entonces no tendrÃan que escribir. No es un trabajo lo bastante grande para ustedesâ.
OâConnor se hizo escuchar. Sus cuentos y novelas son más que una lectura para el lector: son, como ella querÃa, una experiencia o, como ella también dijo, lecturas después de las cuales algo ha cambiado en una. DecÃa que al leer un buen libro el lector siente que la ficción se despliega a su alrededor y eso es lo que pasa, literalmente, al leer sus cuentos y novelas. OâConnor citó unas palabras de Conrad para explicar sus intenciones cuando contaba una historia: âMediante el poder de la palabra escrita quiero hacerlos oÃr, sentir y, ante todo, hacerlos ver. Nada más y todo eso. Si lo logro, ahà encontrarán, según sus propios méritos, ánimo, consuelo, miedo, hechizo, todo lo que exigen ây quizá también ese atisbo de verdad que se olvidaron de pedirââ. ¿Qué es, entonces, eso que se ve en lo que escribe? Sus dos novelas son historias de pasiones, religión, redención y violencia âustedes deciden cuál es cuálâ. Son historias en las que, como en la vida, en todas partes, âel bien y el mal están unidos por la columna vertebralâ.
También son historias de coches y sombreros. Hay que ver la importancia que tienen los sombreros y los coches en estas dos novelas. ¿Quieren saber cómo es un personaje, quieren seguir su historia en la historia que cuenta la novela? Sigan su sombrero. De ala ancha o corta, ladeado o Panamá, puede ser una gorra de cuero; un dÃa el personaje lo aplasta para darle un toque personal o pasar inadvertido, depende. A veces, personaje y sombrero se suben a un coche. Entonces pasan cosas.
En Sangre sabia, Hazel Motes, que reniega de Cristo, descubre, a su pesar, que el hábito puede hacer desgraciadamente al monje. Por culpa del sombrero que tiene en la cabeza, y pese a sus continuas desmentidas, lo toman por un predicador en todos lados. Pero hay algo peor que el sombrero. âNo es sólo el sombrero âle dijo el taxistaâ, es también algo que se le nota en la cara.â Hazel Motes recorre la ciudad manejando un Essex color rata destartalado que, como dijo la misma OâConnor mucho después, âes su púlpito y su ataúd, asà como un medio de fugaâ. Hazel Motes no derrota la religión con la indiferencia, simplemente no puede, y permanece bajo su influjo. Estaciona el Essex a la salida de los cines, se sube al techo y grita que Cristo era un mentiroso, que los ciegos no ven, los lisiados no andan y âlo que está muerto, muerto se quedaâ. Aunque lo haga contra Cristo, él también predica. Después, el Essex se convierte en algo más. Y en algo más todavÃa.
En Los violentos lo arrebatan, Tarwater, el adolescente indomable e iluminado, también entabla una relación importante con su sombrero. Es de lo poco que se lleva puesto de la granja donde creció y acaba de morir su tÃo abuelo, el viejo exaltado que le hizo creer que es un profeta y que tiene una misión. Tarwater no puede enterrar al tÃo abuelo, que se quedó duro en la mesa del desayuno, y entonces se emborracha, incendia la casa con el viejo adentro en una cremación masiva formidable y se va con su sombrero a la ciudad a cumplir con su misión. En las últimas páginas de la historia aparece un coche color crema y lavanda. Es todo lo que puede decirse sin contar el final.
Coches y sombreros son elecciones de una narradora de primera. Para OâConnor, la literatura era el arte de la encarnación. A esa encarnación de las buenas historias atribuÃa el hecho de que el Cinturón BÃblico fuera una tierra de narradores. Los protestantes, lectores de la Biblia, aprendÃan de los hebreos la genialidad de contar, por medio de historias concretas, nociones abstractas. âNuestra respuesta ante la vida será distinta si nos han enseñado sólo la definición de la fe o hemos temblado con Abraham mientras suspendÃa el cuchillo sobre Isaacâ, escribió en un ensayo, y una tiembla con el cuchillo suspendido de sus historias al leerla. CreÃa que en una historia hablar de las zapatillas que usa el personaje es más importante que decir qué pensaba. Lo suyo no era, sin embargo, acopio indiscriminado de detalles: âen el naturalismo estricto, el detalle está ahà porque es connatural a la vida y no porque sea connatural a la obraâ. El buen escritor elige detalles connaturales a la obra. En sus novelas, esos detalles connaturales a la historia son, en gran parte, coches y sombreros.
Pero sus personajes también tienen, como los escritores, una visión. Para OâConnor, un buen escritor tiene siempre una visión y los personajes de Sangre sabia y Los violentos lo arrebatan también tienen, por propiedad transitiva, la suya. Esa visión no suena como una suave música de fondo mientras giran con el mundo. Está, en cambio, en primer plano, es lo que pone en marcha a estas personas que se dan cuenta de que tienen que hacer algo y lo hacen. En Sangre sabia, Hazel Motes despacha su mensaje de liberación y escepticismo. El joven Enoch Emery roba una momia en pro de su causa en la misma novela, donde la patrona de una pensión emprende, por su parte, una campaña para casarse con Motes. En Los violentos lo arrebatan, Tarwater debe bautizar a un primito retardado y llevará la imagen que guarda de esa visión âel niño en el agua bautismalâ hasta sus últimas consecuencias. Esa misión que tienen que cumplir los mete en problemas terribles, los hace pasar por pruebas de alto riesgo, pero al mismo tiempo los mantiene en pie, los salva.
Son personajes que la escritora somete a presiones descomunales. Ponen de manifiesto lo que llamaba la imperfección de la naturaleza humana. A veces son personajes grotescos, porque âel personaje monstruoso representa nuestro exilio existencialâ, pero siempre, como ella también decÃa, tienen algo irable. Hazel Motes, en Sangre sabia, puede parecer sólo un loco al principio, pero su voluntad misteriosa, su fe âen la Iglesia Sin Cristo y en su Essexâ y la decisión de âpagarâ lo convierten en un personaje inolvidable, único. En Los violentos lo arrebatan, Rayber, el tÃo bienintencionado de Tarwater, mira a su hijo retrasado y dice que está hecho a imagen y semejanza de Dios. Los violentos lo arrebatan es una historia de chicos âcondenados a creerâ, una historia de gente que quiere salvar a los demás sin darse cuenta de que todos los redentores terminan en la cruz. Al mismo tiempo, Flannery
OâConnor no escribÃa sobre estos seres âfierosâ de una manera impasible. Se medÃa con la misma vara y se sometÃa a la misma presión. âEl escritor tiene que juzgarse a sà mismo con los ojos de un extraño y con la severidad de un extraño: el profeta que hay en él tiene que reconocer al monstruoâ, escribió en un ensayo sobre la naturaleza y el fin de la literatura.
Las profecÃas no están tendidas sólo al futuro de la humanidad, vislumbrado por estos personajes que a veces, como Tarwater, se dan cuenta de que sus obras proféticas ânunca serÃan extraordinariasâ, de que el sacrificio que implican quedará reducido, para siempre, al ámbito secreto de una historia personal. Hay otras profecÃas en Sangre sabia y Los violentos lo arrebatan. Hay profecÃas dentro de las mismas novelas, lanzadas como olas que llevan la historia hacia adelante y que se cumplen a medida que avanza la historia porque el escritor, al contarla, la profetiza todo el tiempo. âMás te vale ir con cuidado cuando trates con desconocidos.â âNo se trata de Jesús o el Diablo, se trata de Jesús o tú.â âPensó que ya se encargarÃan de rebajarle al muchacho la confianza en su propio juicio.â He ahà algunas de las profecÃas pronunciadas ây cumplidasâ en Los violentos lo arrebatan.
âLa visión propia del escritor es de orden profético âdijo OâConnorâ. La profecÃa, que depende de la imaginación y no de la moral, no es necesariamente una cuestión de adivinar el futuro. El profeta es un realista de distancias y ése es el realismo que da lugar a las grandes novelas.â
Muchas veces aclaró que su intención no fue retratar el sur pintoresco de Estados Unidos. Si reportaba desde su tierra era porque sabÃa que cuanto más se mira algo, âmás mundo se ve en él y es bueno recordar que el escritor serio siempre escribe del mundo entero, por muy limitado que sea su escenario particularâ. Trabajaba en una mesa grande, gastada, con una depresión en el centro, donde iba la máquina de escribir. Desde la ventana veÃa la granja, que se llamaba Andalusia, los árboles, los caminos, los pavos reales. âPara el escritor, la bomba que se arrojó sobre Hiroshima afecta la vida en el Oconee, quiera o noâ, escribió porque era una profeta, una realista de distancias.
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