En la inauguración de la muestra sobre Sarmiento que tuvo lugar el lunes pasado en la Biblioteca Nacional con motivo del bicentenario de su nacimiento (él mismo gustaba decir que se contaba entre los primeros argentinos), flotaba como un fantasma una idea algo abyecta que expositores y concurrentes parecÃan compartir, aunque nadie terminara de formular de manera explÃcita. Una idea que, en cierta forma, fue sugerida por el director de la Biblioteca, Horacio González, no bien tomó la palabra, al decir con acierto que todos alguna vez pronunciamos su nombre, con iración algunas, con fuerte rechazo otras, pero, que sin lugar a dudas, la tarea de la Biblioteca Nacional es justamente ésa: formular las preguntas pertinentes en torno de una figura tan grande y tan polémica. 6g5c63
Esa idea implÃtica también fue atendida y esbozada en la brillante exposición de Ricardo Piglia al expresar, en resumidas cuentas, dos paradojas. La primera es que quienes mejor supieron leer a Sarmiento no fueron sus presuntos seguidores, aquellos que lograron congelarlo en una infructuosa canonización en aulas y manuales escolares, sino justamente sus detractores, los malditos nacionalistas. La segunda paradoja, tal vez más importante, tal vez aun más polémica, es que a Sarmiento âel fundador de aquella antinomia que, a su vez, fundó y fundió nuestra nación (civilización y barbarie)â acaso le atrajera demasiado esa misma barbarie de la que despotricaba en sus originales libros (sobre todo Facundo y Recuerdos de provincia) y en sus tan literarias epÃstolas. Además del texto que tenÃa preparado, Piglia sorprendió al público del auditorio Jorge Luis Borges, al aportar algunas anécdotas divertidas (Sarmiento fue uno de los primeros en tener lÃnea telefónica y, sin embargo, solÃa escribir extensas misivas comentando sus brevÃsimos diálogos telefónicos), propuestas interesantes (habrÃa que publicar en breve una edición con las cartas completas de Sarmiento, algo que serÃa excepcional y que hasta el momento sólo existe de manera dispersa; a lo que Horacio González respondió con una lacónico: âEl Estado ha escuchadoâ) y hasta una teorÃa temeraria según la cual Sarmiento forma parte de la trÃada de escritores locos argentinos, que completan Roberto Arlt y Macedonio Fernández.
Hubo, en efecto, mucha participación por parte del público en esta inauguración: algunos formulando interrogantes realmente valiosos como, por ejemplo, la duda acerca de si Sarmiento habÃa efectivamente enviado la totalidad de las brillantes cartas escritas, otros denostando su figura por evidentes razones polÃticas y alguno reclamando su escasa presencia en los festejos por el Bicentenario de la Patria.
Lo cierto es que las dos horas que duró la presentación sirvieron para demostrar una vez más la indudable actualidad de Sarmiento, una vigencia que responde a su doble figura de polÃtico y escritor. No sólo por el hecho de ser la persona con más nombres asignados en la ciudad de Buenos Aires sino también porque su figura, tal vez como ninguna otra, interesa y cala hondo en los argentinos. Y lo más atractivo es que su actualidad, además, presenta una gama notable que va desde el hallazgo literario en el sótano del edificio de la SADE en la calle Uruguay, en el que, entre documentos de varios autores, se localizaron cartas inéditas del sanjuanino escritas desde Nueva York durante su función de embajador en Estados Unidos antes de ser presidente, hasta su inesperada presencia en los programas de chimentos. Y ésa es justamente la idea que nadie se atrevÃa a formular directamente en la inauguración de la muestra de la Biblioteca Nacional, aunque permanecÃa flotando en el aire como un silencio incómodo y denso, algo que tal vez no pudiera formularse en un ámbito como ése.
Hace dos años, la figura de Sarmiento alimentaba, efectivamente, los programas de chimentos âun extraño logro que prácticamente ningún otro prócer podrÃa ostentarâ con una información revelada en el libro de Federico Andahazi sobre la sexualidad de los argentinos, generando un verdadero revuelo mediático. Sarmiento, el padre de las aulas, Sarmiento inmortal, el adalid de la educación era, además de un fanático de las orgÃas, el primer importador oficial de éstas a nuestro paÃs, cuando durante su cargo de embajador en Chile fue enviado por el gobierno de ese paÃs a Europa, para informarse acerca de las nuevas estrategias pedagógicas en el Viejo Continente. En esas boletas de gastos, entre algunos items como âcaféâ, âcenasâ, âristretoâ, âpaseoâ, âretrato de su santidadâ (este último durante su visita al Vaticano), habÃa otro que decÃa rotundamente âorgÃasâ y que querÃa decir precisamente eso.
Por supuesto, estas declaraciones y estos hallazgos generaron diversos debates y discusiones y papelones televisivos en los cuales, entre otras cosas, se trataba de explorar los lÃmites del chimenterÃo histórico. Pero hoy, que se cumple el bicentenario del nacimiento de uno de los padres fundadores, estas informaciones no valen tanto por su amarillismo como por lo que pueden aportar a una discusión que, con muchÃsima más altura, propusieron Horacio González y Ricardo Piglia; acaso Domingo Faustino Sarmiento, tal como explican los psicoanalistas de esas personas que critican en los demás lo que ven en ellos mismos, se viera muy identificado con aquello que él calificaba de barbarie, y acaso sea cierto aquello que alguien supo atisbar: tal vez lo que Sarmiento veÃa en Facundo no hablara tanto de Quiroga como de sà mismo.
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