Ahora que acaba de publicar su última novela, Los puntos ciegos de Emilia, la pregunta vuelve con más fuerza: ¿cómo es que se habla tan poco, en esto que podrÃa llamarse âla escena literariaâ, de Cristina Feijóo y de sus libros? Porque pasa asÃ: asomarse al umbral de sus historias es sentir un impulso a recorrer, página a página, las construcciones de una narrativa motorizada por saber, por entender acciones, pensamientos y sentimientos de sus personajes en las perspectivas de sus vidas, en el destilar de sus cotidianos y también en los momentos de borde y filo. Le huye, sÃ, al maniqueÃsmo de buenos y malos, y sondea los pliegues âpalabra que gusta de usarâ en los que habitan los matices, las frustraciones, el dolor y lo inconfesable, lo que cristalizó y condiciona el modo de estar en el mundo. Y tal vez por ahà pueda empezar a surgir alguna respuesta a aquella pregunta inicial: la vocación en sus textos por intentar desentrañar la complejidad, en el sentido ideológico profundo, que desestabiliza sobreentendidos (con una escritura que fluye y fluye, además). Y esto en asuntos como la militancia y la lucha armada en los â70, la memoria de eso en perspectiva desde los â90, el exilio o, ahora, en este libro y ya por estos años, una mujer de clase media, de familia bien constituida, en la encrucijada de descubrir que su marido la engaña. SÃ, lo de esta última novela suena más sencillo, pero Los puntos ciegos... arranca con Emilia yendo a contarle a su cuñada que, gracias a su instigación, un sobrino de ambas violó y asesinó a la amante de su esposo, y que algo habrá que hacer para que el apellido no se enchastre demasiado. 581o2w
Feijóo tampoco sabe muy bien cómo explicar ese perfil bajo. âPuede tener que ver con que yo no frecuento grupos de escritores âdiceâ. Y como tampoco vengo de la academia, ni sé de la crÃtica literaria... Soy una especie de escritora perdida. Tal vez eso tenga que ver con que no se me cite, o con que mi obra no tenga repercusión. Empecé a escribir tarde, después de volver del exilio, cuando tenÃa más de 40: es, para mÃ, una necesidad que llenó un poco el hueco que le quedó a mi generación, ese impulso de ir hacia algún lado, de tener una finalidad. Escribir ficciones ocupa un papel muy grande en mi vida. Les pongo mucho trabajo y esfuerzo a mis novelas, entiendo que están logradas... ¡pero no pasa nada! No entiendo mucho, tampoco, a las editoriales, ni sus criterios y manejos: me parece un mundo tan extraño... Tal vez la mÃa no sea una literatura simple: me han dicho eso. Que el mercado en los últimos años busca acostumbrarnos a tramas más lineales, con verdades ya hechas, masticadas, y yo trabajo con incertidumbres, todo el tiempo, y exijo que el lector se involucre. Y a lo mejor no todo lector está dispuesto a involucrarse, no sé. Digo, tratando de buscar alguna de las razones de por qué no tienen más llegada mis libros.â
Esa sensación de extrañeza se refuerza con que sus tres novelas anteriores ganaron premios, o estuvieron ahÃ. Hay, sin embargo, un pero para cada una de esas distinciones. Vlady Kociancich, Andrés Rivera y Héctor Tizón le dieron por unanimidad el premio ClarÃn a Memorias del rÃo inmóvil, pero eso fue en octubre de 2001 y el libro se publicó en diciembre, cuando se descuajeringó la convertibilidad cavallesca y ni siquiera se podÃa sacar plata del banco: tiempo de éxodos y patacones. Cinco años después concursó por el Planeta con La casa operativa y se llevó una primera mención y un chasco inolvidable: el premio fue para El conquistador, de Federico Andahazi. âPara colmo pasó a saldos a los seis meses âdice Feijóoâ. Si me pongo un poco paranoica, lo siento casi como una conspiración.â Su tercera novela, Afuera, ganó en 2008 en Madrid el premio que organizaba la incipiente editorial Punto y Aparte, que naufragó sin llegar a distribuir el libro. Antes de todo eso habÃa publicado, con el auspicio del Consejo Sueco para la Cultura, el volumen de cuentos En celdas diferentes. Cada uno de sus libros salió por una editorial distinta. âOjalá pueda, en algún momento, concentrar todo en unaâ, dice.
Feijóo ofrece té en la cocina de su PH en Coghlan, zona que entusiasma a los constructores de torres que condenan de sombras a las calles. Para elegir, abre unas latas color ocre a las que hay que acercar la nariz: son unos tés hindúes, un punto frutales âeso alcanza a descifrar el olfatoâ que trajo de su último viaje a Suecia, en junio pasado: allà viven su hija, su yerno, sus dos nietos. âEn mis novelas anteriores habÃa trabajado con personajes que eran militantes o ex militantes âempieza a contarâ. Bueno, sentà que querÃa terminar ese ciclo. Esos personajes querÃan, en aquellos momentos, modificar la sociedad; y ahora pensé yo en volver mi mirada hacia la sociedad de hoy y trabajar con lo que he considerado su núcleo básico: la familia. Claro, una entre las miles de posibles familias que hay, porque no puedo pretender con una espejar a todas, pero podÃa volcar ahà el imaginario de una de clase media, a la que yo puedo conocer más y mejor. Yo tenÃa esa idea en la cabeza cuando sucedió, en 2008, ese gran conflicto polÃtico que surgió a partir de la 125. Y en ese momento sentà un gran rechazo por la clase media, por su identificación con la Sociedad Rural y los factores de poder más recalcitrantes. Y como yo pertenezco a esa clase fue como entrar a una galerÃa de espejos en la que ves esas imágenes deformadas, sos vos y no sos vos a la vez. Sentà emociones muy fuertes, odio, me violentó sentir que tenÃa cosas en común con esta clase, y eso aportó para que yo empezara a escribir esta novela. Emilia es en parte producto de eso. Me dije: âBueno, voy a tomar algunos elementos de lo que estoy viendo aparecer acáâ. El egoÃsmo, los prejuicios, el echarle la culpa al otro de todo lo que pasa, la falta de conciencia de la responsabilidad propia, esa doble moral, esa moral lÃquida, cambiante. La volatilidad en los sentimientos. Ahà nació el personaje.â
Emilia es la protagonista y narradora excluyente de la novela. Desde aquella escena inicial con la hermana de su marido (Octavio), Los puntos ciegos... compone dos perspectivas que todo el tiempo se entrelazan: en una se proyecta y concentra la última semana, cuando pesca a su esposo âmédicoâ hablando con otra mujer por teléfono con un tono cómplice, cariñoso, clandestino, lo que desata sobre el que pinta como traidor una pesquisa pisoteadora, torpe y, como se anuncia ya en el primer capÃtulo, fatal; la otra perspectiva es de más amplio alcance y enfoca en la historia de Emilia y asÃ, por extensión, van apareciendo las personas y los sucesos que contaron en su vida. Ahà va configurándose, por ejemplo, el retrato de su madre, Paloma, actriz de una compañÃa de teatro itinerante que evita decirle quién es su padre, que estuvo unos dÃas secuestrada por los milicos al comienzo de la dictadura, que llegó al paÃs junto a sus padres desde HungrÃa, cuando era muy chica, y que pronto quedarÃa huérfana; a los 14, Emilia se cansa de ella y de girar, se aparta y âse ordenaâ metiéndose en un colegio secundario de monjas. De a poco va componiéndose, también, a los Galli, la familia acomodada de clase media alta de Octavio, sus códigos y complicidades: Estanislao, el niño bien, sobrino asesino, hijo extramatrimonial de uno de los hermanos Galli con una vendedora de Avon, es criado por el hermano mayor sin saber que es su tÃo y no su padre. Emilia desmenuza además, por supuesto, su historia al principio amorosa y luego seca y rutinaria y resentida y más bien enfermiza con el marido. Y un episodio que los marcó: Toño, su único hijo, estaba en Cromañón cuando aquel recital de Callejeros. Sobrevive, pero esa noche subsiste tóxica en todos sus dÃas. Asà que asiste a una especie de grupo terapéutico familiar al que también va su padre, pero a ella no le interesa ir. Dos lÃneas de diálogo pueden orientar sobre el ambiente:
âSeguà asÃ, vos; seguà en tu burbuja de mierda. (Octavio)
âNo me gusta estimular la vocación por el pasado. (Emilia)
âCuando uno va construyendo la trama, el personaje se te va desarrollando también âexplica Feijóoâ. Ahà aparece cierta fragilidad, que logra que pueda tener una cierta empatÃa, porque es terrible trabajar con un personaje al que uno odia por completo. Octavio está más matizado porque, si bien pertenece a la clase media alta, tiene cÃrculos de integración con la sociedad, en el hospital y también en este grupo de Cromañón. La madre es más bien inclasificable, más contestataria, y más libre también. Cada personaje de la novela tiene una relación distinta con lo público, y la de Emilia es de negación total. Fui construyendo ese entramado que, por supuesto, sigue siendo polÃtico.â
El relato de Emilia parece desarrollarse poco antes de âla crisis del campoâ (a la que no se alude en la novela) y Cromañón, dice Feijóo, funciona como espejo social de la individualidad de Emilia y diversos componentes de su núcleo. âPorque hay que observar también âdice Feijóoâ que en algunos de los que rodearon a los familiares de los muertos y heridos de Cromañón hubo un intento de linchamiento, de culpar a la sociedad y de desentenderse de una parte de la propia responsabilidad, qué significaba el aguante en esa situación, una especie de ruleta rusa que nadie querÃa ver. Es muy complejo eso.â Hay un tramo de Los puntos ciegos... que contrasta posturas, rotundo: en la tarde siguiente al desastre, con el hijo ya en casa, Emilia recibe la invitación de su cuñada para el brindis de fin de año, 2004. Asà que llama a Octavio: â¿Me estás hablando en serio?â, le pregunta él. âA Toño le va a hacer bien estar con la familiaâ, dice ella. â¡Pero rayada de mierda! ¿Vos sabés que anoche se murieron casi doscientos pibes? ¿Qué carajo hay que festejar?â â¿Sabés qué hay que festejar? âretruca Emilia, escribe Feijóoâ. Que tu hijo no esté muerto, eso hay que festejar.â
âLa violencia atraviesa la novela, sobre todo la doméstica, que está naturalizada âdice Feijóoâ. Trabajé muy conscientemente eso, sobre todo en la familia Galli: ahà está ese hermano mayor âel falso padre de Estanislaoâ que golpea a su mujer, con el silencio y la tolerancia del resto. Las mujeres aquà son también cómplices y transmisoras de un machismo que se respira continuamente en el libro: Emilia está contenta de haber tenido un varón, porque asà se transmite el apellido del padre. Y sabe, además, cuando llama a Estanislao para apretar a la amante de su marido, el verdugo que manipula para no mancharse, que es violento. El tema también aparece en Marguita, su amiga y compañera del colegio, que es abusada por su padre. Pero apenas le cuenta, Emilia toma distancia: no quiere involucrarse.â
Feijóo ofrece otro té. En la pared contra la que se recuesta la mesa de la cocina hay un artÃculo enmarcado, se titula âEl mal absolutoâ y fue escrito y publicado en este diario, a veinte años del golpe, por Osvaldo Soriano. âMataron a treinta mil jóvenes y a algunos viejos, guerrilleros o no âse leeâ. Destruyeron la educación, los sindicatos combativos, la cultura, la salud, la ciencia, la conciencia. Desterraron la solidaridad, el barrio, la noche populosa. Prohibieron a Einstein y a Gardel. Abrieron autopistas y llenaron de cadáveres los cimientos del paÃs; dejaron una sociedad calada por el terror que en estos dÃas asoma en el juicio de Catamarca. Somos al mismo tiempo el testigo que se desdice y la valiente monja Pelloni. Somos el juez iracundo, el abogado gordo y el tipo al que retaron por estar con las manos en los bolsillos. ¿Acaso no fue la dictadura, su largo brazo estirado a través del tiempo, la que mató a MarÃa Soledad? ¿No es el Proceso que sigue asesinando pibes, asustando, castrando por procuración?â
âMe da tanta rabia que se lo desprecie a Sorianoâ, dice Feijóo, que nació en La Paternal y empezó a militar a los 17 años. Fue parte de las FAP y estuvo presa entre 1971 y 1973: salió de la cárcel por la amnistÃa a los presos polÃticos de Cámpora. A la salida se sumó a una unidad básica. Cuando ocurrió la expulsión de Montoneros de la Plaza de Mayo no estaba de acuerdo con esa lÃnea, ni con la lucha armada y quedó, como muchos, dice, âpedaleando en el aireâ. A poco del golpe la secuestró y la largó la Triple A; y cuando procuraba irse del paÃs, en septiembre del â76, la detuvieron âpor los antecedentesâ y quedó a disposición del Poder Ejecutivo. En el â79 la dejaron libre y se exilió, hasta el restablecimiento de la democracia en 1983, en Suecia. De ahà el té, la familia, el estudio del idioma, el fervor por los escritores suecos âentre ellos Mare Kandre, su favorita, inédita aquÃâ y la escucha por auriculares, mientras pedalea en la bicicleta fija, de novelas leÃdas en aquella lengua. âAdemás de que Soriano me parece un tipo entrañable âretomaâ, no encontré ningún otro escritor que tenga una percepción tan precisa de lo absurdo del argentino. Nosotros no nos damos cuenta, pero Fellini se volverÃa loco acá, con esta cosa disparatada. Y Soriano trabajaba eso de un modo fantástico.â Feijóo lee, por estos dÃas, a Primo Levi. Y a Reina Roffé, Bolaño, Tomás Eloy MartÃnez, Murakami. âVarias cosas al mismo tiempoâ, dice.
No le resulta fácil definir qué tipo de escritora es. Y sÃ, en cambio, responder qué busca con sus libros. âLo que en general me pasa, lo que está como motor, cuando empiezo, es un interrogante âexplicaâ. Algo que de alguna manera me angustia y no sé responder, aunque sé que detrás hay algo complejo. Puedo decir qué me llevó a escribir cada una de mis novelas.â Hay que preguntar por eso. âEn Los puntos ciegos... está la familia como célula de lo social y los mitos en torno a esto de âbien constituidaâ âarrancaâ. El amor para siempre, la fidelidad, tener hijos, confortarse y acompañarse mutuamente. ¿Qué hay de cierto en eso? Eso quise investigar. ¿Qué pasa en una pareja a lo largo del tiempo, qué compromisos, qué negocios hace, qué calla, qué soporta, cuánto pierde de sà mismo cada integrante, a qué se renuncia? ¿Qué cosas terribles esconde una familia, qué muertos en el ropero se guarda?â
Hacia atrás, pues, con el origen de los otros libros. La casa operativa: âYo habÃa borrado la experiencia militante durante muchos años ârememoraâ. No leÃa nada de lo que aparecÃa sobre la época. Porque cada uno tiene sus tiempos para acercarse a lo que vivió, sobre todo cuando fueron cosas muy pesadas. Pero en un momento salió la revista Lucha Armada y empecé a leerla: habÃa ahà material crÃtico y respetuoso con respecto a la guerrilla de los â70. Yo no estaba de acuerdo con la entronización de la lucha, nos pintaban como si fuéramos dioses o héroes. En la revista leÃa a sobrevivientes que contaban sus experiencias y yo conocÃa de esas cosas al dedillo, porque las habÃa vivido. Pero me sentÃa completamente ajena a eso, y me asusté. Porque dije: âCómo, ¿qué pasó en mÃ? Tanta pasión habÃa puesto en eso, y ahora lo leo como si fuera ajenoâ. Entonces yo sentà que tenÃa que volver a recuperar emocionalmente la experiencia, porque de lo contrario era como si mi vida se me escapara. Me puse a leer, a investigar, a comprender qué nos pasaba cuando militábamos. Y ahà escribÃâ.
âMemorias del rÃo inmóvil fue el libro de la post-dictadura, del fracaso, del intento de reinserción de dos militantes que venÃan uno del exilio y otro de la cárcel âsigue Feijóoâ. Una pareja que no se habÃa visto en siete años y quiere volver a empezar. Mi interrogante, aquÃ, fue: ¿se puede empezar de nuevo, poner una tapa sobre el pasado y decir âbueno, ahora somos dos profesionales y seguimos?â La trama marca que eso no es posible. Lo escribà en los â90: es producto del menemismo. La frivolidad de esos años me angustiaba terriblemente. Si hablabas del pasado, enseguida de tildaban de nostálgico. Era una cosa muy dura.â ¿Y Afuera? âEse libro funciona como novela fragmentada o como una serie de cuentos, cuyos personajes pasan de un relato al otro âexplicaâ. Toda su trama transcurre en Estocolmo, porque su tema es el exilio. Trabajo el exilio como desarraigo total, pérdida de identidad, extrañamiento. Pero no aludo a las razones por las que esos exiliados están allÃ.â
Emilia, la clase media cacerolera de la 125, ¿de dónde le viene ese veneno? âDe su cobardÃa y de su egoÃsmo âdice Feijóoâ. Uno podrÃa pensar que el ser humano busca saber quién es, conocerse a sà mismo, pero ella no: no tolera la libertad de su madre, quiere que esté a su servicio. De ahà va creciéndole un resentimiento terrible. Yo he visto con frecuencia la mirada deforme que tenemos sobre nosotros mismos. ¿Viste esas mujeres que son muñecas y se ven feas por tener cejas muy tupidas o labios de equis forma? Es bastante propio de la naturaleza humana la subjetividad enorme en la mirada sobre sÃ. En última instancia, creo que depende de la propia madera de la que está hecha una persona. La madera de Emilia es asÃ: egoÃsta, miedosa, cobarde.â
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