La palabra fármaco, del griego phármacon, quiere decir al mismo tiempo veneno y remedio. Un concepto similar reviste la palabra ortigas âtÃtulo del nuevo poemario de Luisa Futoransky, tras esa formidable novela que es El Formosaâ, nombre común con que se conoce a las plantas del género Urtica, caracterizadas por tener pelos que liberan una sustancia ácida que produce escozor en la piel. Si bien es una de las âmalas hierbasâ más habituales, la cocción de esta planta ofrece beneficios tanto para la salud humana como para la vegetal, un conocimiento trasmitido de generación en generación. De hecho, sus hojas ya eran citadas en los tratados medievales como remedio infalible en materia de diuresis. Hoy, sus raÃces son objeto de interés para tratamientos de próstata y tienen un efecto positivo sobre algunos sÃntomas urinarios. ¿Lo que hace bien necesariamente hace mal? ¿Es dentro del mismo veneno donde puede extraerse el remedio? ¿El propio remedio engendra un futuro mal? 526n2b
La poesÃa de Futoransky es urticante: emociona, conmueve, provoca, moviliza y también hace sufrir.
âLa palabra ortigas me dio en el centro, es un poco mi canción, mi gracias a la vida, porque como las ortigas que son veneno y remedio, la vida me regaló varios amaneceres y algunos crepúsculos de maravilla, me regaló también el hecho de no haber conocido grandes tragedias. Tormentas sÃ, cólera sÃ, moretones muchos, pero fueron estallidos como cuando topás con ortigas, seguÃs el camino y pasa, te juro que pasa...â jura Luisa Futoransky desde ParÃs, una ciudad luz que quizás también tenga algo de fármaco y de ortiga, sobre todo teniendo en cuenta lo que significa uno de los grandes tópicos en su obra, el exilio.
En Ortigas, hay mucho viaje, muchos kilómetros recorridos, desde la ciudad de Roma, llena de âgladiadores de cartón piedra/ nuevos restoranes/ de incierta sonrisa y calidadâ hasta Ohio, uno de los cincuenta estados de los Estados Unidos, esa âamérica profunda opulenta y empecinada/ mezcla no siempre feliz de águila, bisonte/ elefante y oso de circo,/ en apariencia domesticadosâ, pasando por Saorge, población sa en la región de Provenza, y Praga, ciudad a la que también describe Futoransky en un brillante poema con un final rotundo: âGregorio Samsa ya no vive aquÃ/ Ni yo tampocoâ.
Pero si hablamos de sabores agridulces, de dolores que generan placer, y de placeres que conllevan dolor (âmi dolor mueve los gusanos de este mundoâ, escribe Futoransky), el amor es uno de los paradigmas de la idea central de Ortigas, sobre todo en el poema âdolesmeâ âotros de los elementos caracterÃsticos de la poesÃa de Futoransky es, paradójicamente, un uso vanguardista de las palabras compuestasâ, en el que como corolario de la descripción de una cinematográfica batalla entre una corneja y una viborita, concluye âolvÃdame que yo no puedoâ.
Entre los recuerdos imborrables de esta poeta que lleva publicados casi una veintena de libros de poesÃa, se cuenta el hecho de haber sido alumna a la vez, Cátulo Castillo y Jorge Luis Borges: âQué bueno que me nombres a Cátulo porque a quienes Borges nos dio puntas de lanzas, quimeras e imágenes nos contamos por legión. Con Cátulo no es para nada asà y tengo un recuerdo hermoso de él. Allá por los años â50, en una clase de solfeo en el Conservatorio Municipal Manuel de Falla, Cátulo no nos da clase, se sienta al piano un rato largo, muy abstraÃdo y, al tiempo, nos dice que ya está, que terminó de componer una canción que lo hace muy feliz, y que se llama `Al ordenanzaâ. Para agradecernos y compensarnos por no habernos dado la clase, nos compró bombones a todos sus alumnos. El embeleso de la creación me quedó ahÃ, intacto, hasta hoyâ.
Esa inspiración late incluso en este nuevo libro que, además de descripciones y emociones, también está plagado de preguntas como â¿el desierto crece o florece?â. Tan urticantes como la ortiga.
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