Se lo escuchaba decir muchas veces a Nicolás Casullo la palabra âpesadillaâ. En realidad, rondaba alrededor de un concepto: lo pesadillesco. Esta novela, Orificio ânovela extraña, que gira alrededor de un punto fijo, acumulativoâ, es el relato de una pesadilla. Buenos Aires aparece como una zona arcaica de la memoria, una zona sin tiempo ni razón, donde ha ocurrido un cataclismo que no puede nombrarse. Apenas se perciben efectos, destellos parciales de un gran siniestro cuya causa se ha perdido. Los barrios, las calles, todo es familiar, con intersecciones conocidas âCórdoba y Maure, Avellaneda y Cucha Cuchaâ, pero al haberse trastrocado la historia con una gran devastación, sus habitantes pertenecen a tribus mÃsticas o alquÃmicas, que en realidad son pedazos rotos de una lengua extinguida. Orificio es una novela sobre un lenguaje que se ha extraviado y del que restan algunos detritus que ahora âen un tiempo inconcebible, ignotoâ dan nombre a personas y agrupamientos de sobrevivientes. 5k2s2n
Hay un gesto conocido del Casullo novelista, que es la aglutinación de capas de sentido hasta lograr un resultado abrumador e intolerable, que mantiene permanentemente una cuerda graciosa. Es la gracia barroca de Casullo, su chiste programático: describir por saturación, proceder por exuberancia y darle un aspecto absurdo a la superposición de redundancias. âSe generalizó la construcción de catacumbas, los crecientes incendios edilicios, costumbres neoantropofágicas, la inmolación de niños y enemigos en antiguas salas de cine, el ametrallamiento de transeúntes entre sÃ, el cuentapropismo en la rama de enterradores y sepultureros, los efectos de las nuevas tecnologÃas en las relaciones sexuales de los agentes con animales caseros y de granja, las peregrinaciones por las cloacas, la permanente violación anal de encuestadores, el libre albedrÃo y el libertinaje en los cultos de la santa Tarca que nos protege.â Hojas de un mito que se ha enloquecido a sà mismo y emite apuntes sueltos de un antropólogo exasperado e hilarante.
En La tierra baldÃa escribió Eliot: âEl dosel del rÃo se ha roto: los últimos dedos de las hojas / se aterran y se sumen en la húmeda ribera. El viento cruza, silenciosamente, la tierra parda. Las ninfas se han marchadoâ. Casullo no puede filiarse fácilmente en la novelÃstica argentina. Su norma es la poética de la destrucción del lenguaje captada en su esplendor jubiloso. Sin tomar ese lirismo de mago cuidadosamente burlador de Eliot, Casullo usa también el recurso de la hecatombe mÃtica captada por hombres barriales, con algo marechaliano que subsiste como grano último de sus alegorÃas del quebranto.
Es Buenos Aires como tierra baldÃa, con los barrios que conocemos, de los que solo queda el nombre pero recorridos por conciencias ruinosas que perdieron su nombre y adquieren una función que los llama: Orificio, el protagonista, alude a las dificultades de la memoria, el extravÃo de un sentido real de su presencia en el mundo, el agujero por donde se escurre toda la masa existencial disponible y el acto de cacerÃa con el que ametralla la realidad en atmósferas desprovistas de significado. Su función es la de producir la excavación, el pozo negro del relato de Nicolás.
¿De que trata Orificio? De lo que ite la versión apocalÃptica de una Buenos Aires desolada: la función de Orificio. Es la de seguir perforando la capa idiomática de la ciudad con astillas sueltas de la memoria. Para Casullo la memoria alude a un pasado en estado mÃtico que alguien se desespera en evocar y solo consigue fragmentos perdidos que lo llevan a la melancolÃa. Sus ensayos tratan ese tema exclusivamente. Sus novelas también. Y Orificio, escrita vaya a saberse cuándo, se convierte ahora en una publicación póstuma, como sosteniendo con un puntillazo final toda su obra. Surge de esta novela el desencanto con el lenguaje argentino que solo sienten los escritores sugestivos, porque asà se lanzan a reconstruirlo a partir de un sarcasmo superior. En medio de un recorrido por una ciudad irreal, como si fuera la de Madame Sosostris, con tiroteos, incendios, bombardeos, dioses oscuros, hechiceros en desvarÃo, alquimistas fantochescos y sexopatÃas infames, lo que se pone en juego es el presente de una ciudad, vista a través de sus sueños destrozados.
Toda utopÃa ây ésta de Casullo satura la idea utópica hasta un extremo inconcebibleâ surge y muere con una idea del presente. El presente de Orificio solo tiene el oÃdo puesto en las conversaciones de este tiempo. Se entrelazan de una manera fantasmal, como palabras ya acontecidas y que, perdidas para siempre, se burlan de los hombres reapareciendo a través de señales equÃvocas y solicitando ser tratadas como religiones muertas pero amenazadoras. Casullo pensó de este modo las cosas para poder ser un hombre activo al servicio de una esperanza que por pudor no se permitÃa exhibir plenamente. Prefirió hacerlo a través de historias desvanecidas de las que quedaban palabras sueltas.
Orificio se encuentra ante unos papeles que hablan de âunitarios, federales, gobiernos conservadores... peronistas, montoneros, desaparecidos, CGT y Unión Industrial... caos y anarquÃa, globalización, el paÃs roto...â La novela de Casullo está concebida como la búsqueda de un imposible relato contemporáneo, visto desde un tiempo donde todo ha ocurrido y a partir de un personaje que encarna la función de una memoria macedoniana, un juego de injertos extemporáneos que en Casullo aparecen no con el humor complaciente del autor de Papeles de Reciénvenido sino con una socarronerÃa dolorida: âte compaginaron a jeringazos una historia de guerrero cazadorâ, le dicen a Orificio. Libros, papeles, misteriosos escritos se mencionan continuamente en la novela. Es que si de algo trata Orificio es de las prácticas intelectuales y culturales que conocemos y que son consideradas por Casullo con un jocoso modo despiadado. HabÃa creado un sentimiento de inmolación para juzgar jergas, lenguas dominantes, hábitos discursivos. Todo deriva en sectas urbanas, en una ciudad arrasada, sacudiendo al lector con una probable y secreta ética reconstructiva.
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