Los conectores que un escritor emplea a lo largo de una entrevista pueden dar cuenta cabal de su impronta. Abelardo Castillo, entre un vaso de gaseosa y una aspirina que le pide a Sylvia Iparraguirre, entre algunas interrupciones al levantarse del sillón para buscar una impresión de su monumental diario Ãntimo de 1000 páginas, repite una frase que hilvana cada una de sus respuestas: âvale decirâ. Un vale decir que adquiere una connotación especial teniendo en cuenta que Abelardo Castillo es uno de los últimos representantes de la figura clásica de escritor, con una trayectoria literaria que atraviesa diversos géneros, pero también ideas, pensamientos, acciones y, sobre todo, valores en el sentido más potable del término. Eso es lo que puede vislumbrarse en la connotación profunda de cada tÃtulo y nomenclatura, desde aquel Mundos reales que engloba su producción cuentÃstica completa hasta Las otras puertas, el nombre del libro que por estos dÃas cumple medio siglo de existencia, el primer volumen de relatos de Castillo que, en sus resonancias cortazarianas, además de dejar inaugurado su debut en un género en el que se erigirÃa como uno de sus máximos representantes, también da cuenta de esas puertas sexuales atravesadas por relatos que todavÃa continúan latiendo en la memoria de cada lector, como aquel grupo de chicos que buscaban iniciarse sexualmente con la mamá de su amigo Ernesto, o ese marica al que obligaban a debutar infructuosamente con una prostituta, o incluso aquel nietzscheano Núñez que irrumpÃa en horario de trabajo para ridiculizar y transgredir los valores oficinescos. 4p2112
âA lo largo de estos cincuenta años, saqué algún cuento, cambié otro de lugar, y hay un cuento que les gusta mucho a los lectores, âHistoria para un tal Gaidoâ, que hoy volverÃa a escribirâ, reflexiona Castillo sobre un relato notablemente parecido a âContinuidad de los parquesâ. Un parecido en extensión pero, sobre todo, en la trama, ya que mientras el relato de Cortázar narra el asesinato de un lector a manos del personaje del libro que lee, el de Castillo cuenta el asesinato de un personaje hacia su propio autor.
âEs cierto, cuando lo conocà a Cortázar le pedà cuentos para la revista y él me pidió relatos a mÃ. En el viaje en el que le mandé âHistoria para un tal Gaidoâ para allá, âContinuidad de los parquesâ venÃa para acá, era como si el mismo cuento viajara por el mar de un lado a otro. Después lo hablamos en el â73 cuando nos encontramos fÃsicamente y a él le parecÃa totalmente natural que ocurrieran esas cosas. La primera vez que vino a casa, yo escuchaba Radio Nacional y, justo cuando él aparece entrando por la puerta, interrumpen el programa de música clásica y aparece el sonido de un saxo. Cortázar escucha, dice qué linda música y me agradece. El saxo era el de Charlie Parker, pero enseguida tuve que explicarle que, lamentablemente, no se trataba de un deliberado homenaje hacia él, sino que la radio sola se habÃa puesto a tocar Charlie Parker. También tomó este hecho con total naturalidadâ, explica Abelardo Castillo, quien dicho sea de paso fue el primero en descubrir que âEl perseguidorâ, efectivamente hablaba del saxofonista.
La carrera de Abelardo Castillo está repleta de âvale decirâ, diversas simetrÃas, giros y señales del destino como el cÃrculo perfecto trazado entre el Gran Premio de Honor que acaba de recibir en la SADE, y el homenaje que organizó en esa misma institución a un destacado poeta de la ciudad de Buenos Aires, en esa misma institución: âPor ese entonces, don FermÃn Estrella Gutiérrez, hombre de cultura formal y caballeresco era el director, y le pedimos la SADE para hacerle un justo homenaje a Mario Jorge De Lellis, por su libro Cantos humanos, que publicamos especialmente en El escarabajo de oro con ilustraciones de Carlos Alonso. Todo empezó raro porque era un poeta comunista, que militaba incluso, y encima lo conseguimos a Troilo para que tocara. Todo venÃa encaminado hasta que alguien me dijo a pocos minutos de que empezara el evento: âSi no le traen una botella de whisky, Troilo no tocaâ. Fui corriendo al bodegón de la esquina pero no me querÃan vender la botella porque sólo era para tomar ahÃ. Le explico al hombre que está Troilo, que necesitaba urgente el whisky y el tipo no sólo accedió sino que varios de los que estaban se vinieron conmigo. Cuando entro a la SADE con la botella de whisky en la mano y un pelotón de ebrios atrás, aparece FermÃn despavorido y dice â¿qué es esto, Castillo?â En esa época, cuando empezaba a gestar El que tiene sed, yo tomaba bastante. La primera nota de Troilo esa tarde fue como si se hubiera dormido sobre el bandoneón, una nota sola larga que daba la impresión de que no terminaba nunca y que creó un clima de éxtasis, como si fuera la primera vez en el mundo que se oÃa la nota de un bandoneón. También estuvo en el acto la vedette y actriz Egle Martin, recuerdo que Troilo, que también se puso a firmar los libros de De Lellis, le hizo una dedicatoria notable: âNegra, si la noche se llamara de algún modo llevarÃa tu nombreââ.
Desde entonces corrió mucha agua bajo el puente y el panorama, pero sobre todo la importancia de la literatura cambió drásticamente, a tal punto que Castillo establece una clara diferencia de época y, a propósito, en su conocimiento cabal de los máximos exponentes de la literatura argentina, en la humildad de Castillo a la hora de hablar sobre sus maestros, sobre los otros escritores, surge otra demostración de su importancia literaria: âYo empecé a escribir en los â50 cuando la importancia del escritor, no sólo en Argentina sino en el mundo entero, era otra. Sartre y Camus polemizaron sobre los campos de trabajo en la Unión Soviética, una polémica monumental que dividió al mundo entero. De hecho, recuerdo y está en una de las entradas de mi diario, que con José Felipe Acevedo leÃmos acerca de esa polémica a los 20 años, en San Pedro. Después de la caÃda de Perón, hubo otra polémica en torno del peronismo en la revista Ficciones entre Sabato, Borges y MartÃnez Estrada, un escándalo que salió en los diarios. Sabato descubrÃa algo tardÃamente en el peronismo la asunción de la clase obrera al escenario de las ideas. Sabato, que habÃa participado de la Revolución Libertadora, hacÃa una especie de replanteo. A quién le importarÃa hoy el mea culpa de un escritor. La prueba es que Borges en pleno peronismo setentista no tuvo muchos problemas. Una vez lo encontré en casa de Esther de Isaguirre y me dice: âNo sé qué pasa que todo el mundo me quiere, hasta los peronistas y comunistasâ. Le contesté que la gente termina queriendo a los hombres que tienen una conducta nÃtida, vale decir, que pensaron siempre de la misma manera. Borges fue siempre un gorila y una especie de antediluviano le conviniera o no, jamás cambió de posición. Era de otra época histórica, y sin embargo lo terminaron respetando los peronistas. Recuerdo que en una manifestación pasaban coreando a Perón, y Borges justo pasaba por la esquina de Maipú, una cosa que podÃa terminar gravemente, pero alguien muy lúcido previó que ahà podÃa haber un desmán y se puso a gritar âBorges y Perón, un solo corazónâ, el grito que terminó en boca de todosâ.
¿No habÃa cierta ingenuidad en las ideas polÃticas de Borges?
âNo tenÃa un pensamiento polÃtico sólido, de eso no hay duda, pero en eso no habÃa ingenuidad, sabÃa perfectamente lo que pensaba y por qué. Tal vez hubo ingenuidad en los episodios que marcaron un acercamiento con Pinochet y Videla. No te olvides de que era ciego, el mundo le venÃa filtrado por las noticias relativas que le daban. Pero en su ideologÃa, Borges era reaccionario a conciencia y con argumentos, es más, habÃa que explicarle que el 17 de octubre no fue algo armado de manera artificial por los peronistas. En una discusión que tuvimos en la Biblioteca Nacional le decÃa que la gente habÃa salido a la calle con los chicos en brazos, que eso no se podÃa armar, y él no lo entendÃa y decÃa âbueno puede ser, de todas formas lo armó Eva, que tenÃa muchos más cojones que Perónâ.
Entonces Abelardo Castillo no era ni peronista ni antiperonista pero también su vida aparece signada por aquella figura, a tal punto que significó su expulsión de la escuela secundaria. Un dÃa que faltó la profesora a la clase de francés se pusieron a jugar al golf con unos tinteros que habÃa sobre uno de los bancos y una regla para ver quién sacaba el corcho sin pegarle al tintero. El adolescente Abelardo le pegó al tintero con tanta punterÃa que la tinta terminó salpicando la pared central de un aula que estaba impecable porque al otro dÃa venÃa la interventora. El enchastre para más detalles sucedió en la mitad exacta entre los retratos de Perón y Evita.
âNo fue un acto polÃtico, fue algo inconsciente, pero se tomó como una manifestación anárquica o comunista porque el tintero era de tinta roja.â
âAunque para algunos crÃticos El que tiene sed o Crónica de un iniciado es lo más importante que he escrito, es muy probable que el cuento sea lo más decisivo, sobre todo por el espacio que también ocupa en mi obra. Suelen definirme como un fanático ortoxodo de los cuentos, alguien clásico cuando algunos relatos como âLas panteras y el temploâ no se ajustan demasiado a eso. El único que no cree en eso de cuentista clásico, soy precisamente yoâ, responde Castillo cuando se le pregunta acerca de los géneros y sus ortodoxias. âAdemás no creo en los géneros, el cuento viene a mà ya con su atavÃo y en el caso de las obras de teatro me pasa con mucha más claridad, escucho a los personajes hablar. Me formé con escritores que escribieron de todo: Sartre, Camus. Unamuno, por ejemplo, ¿era filósofo, poeta o periodista? Con ese tipo de escritor aprendà a leer, incluso leyendo a Herman Hesse. Los cuentos de él, que se leen muy poco, son lo más importante de su obra, tenÃa una maestrÃa muy superior a la de Thomas Mann, que escribÃa malos cuentos. Los escritores con los que me formé escribÃan de todo.â
¿Por qué todavÃa no te decidiste a publicar Ãntegro tu libro de poesÃa?
âPubliqué algunos poemas aislados. Lo siento como demasiado mÃo, personal y un dÃa sentà que era prosista, no poeta, sentà que esos poemas estaban escritos para mÃ, o por mà pero en un sentido tan particular que no me interesa la opinión que pueda tener un lector más allá de saber perfectamente que la literatura es comunicación y que la verdadera concreción del acto literario se da cuando el lector con su libertad lee aquello que vos, con tu libertad, escribiste. De esa unión de dos libertades, la de juzgar y la de crear un mundo, nace el verdadero yo literario. Lo sé desde mi adolescencia y con la poesÃa no me pasa eso, la escribo secretamente, como quien lleva un diario Ãntimo.
¿Desde cuándo escribÃs tu diario?
âDesde los 18 años, con una frecuencia importante de escritura que puede llegar a casi todos los dÃas, salvo un año que fue el â74, justo cuando dejé de beber, entre el â74 y el â75 no anoté nada, cosa muy curiosa porque cuando tomaba no habÃa en mis diarios alusión a la bebida, salvo alguna palabra que yo relaciono con el alcohol pero que el lector no podrÃa reproducir o, bien, alguna relación por la letra, cosas que escribÃa no sobre el alcohol pero sà borracho. En general, no hay mes en que no haya anotado algo. Y hay de todo: lecturas, problemas personales, mi relación con Dios, anécdotas cómicas o dramáticas y, luego, el momento en que la literatura de alguna manera cae sobre mà con el Premio Gaceta Literaria a El otro Judas.
Precisamente ese libro, al que luego se irÃan sumando otros tÃtulos ciertamente relacionados como Israfel o El Evangelio de Van Hutten, insinúa un aura caracterÃstica de Abelardo Castillo que hoy, en general, brilla por su ausencia en la literatura joven. Una dimensión espiritual que poco tiene que ver con la Iglesia o mismo con la religión que lo vuelve nuevamente a Castillo el último exponente de un tipo de literatura.
âMarechal me decÃa que yo creÃa que no creÃa, y yo le retrucaba diciendo que, con ese criterio, él era un ateo que creÃa que creÃa. Marechal es de esos escritores que sorprenden a su tiempo y necesitan de cierta asimilación por parte de los lectores, vale decir, que se borre la hojarasca, lo mismo le pasó a Roberto Arlt hasta 1960, él habÃa muerto en 1942 y aún no estaba reeditado acá. Antes de eso todos lo conocÃan como el periodista de las aguafuertes que se comió al escritor. Marechal era un ferviente anticatólico, no criticaba a nadie, he oÃdo a Marechal defender a Borges y eso que no lo querÃa nada, trataba de no hablar de él. Cuando Marechal muere, Borges fue uno de los pocos escritores que fueron al velorio y lo despidió en voz alta diciendo âadiós, amigoâ en un gesto muy conmovedor. A pesar de su prosa tan exquisita y castiza siempre recomiendo tener en cuenta al Marechal zafado, el que termina una de las novelas más grandes de la lengua, Adán Buenosayres, con la palabra âpedoâ, un rasgo de atrevimiento que hacÃa imposible que lo leyeran en su época, âsolemne como pedo de inglésâ. ¿No tenÃa miedo de arruinar la novela?â
Fue también Leopoldo Marechal quien alguna vez le dijo a Abelardo Castillo que, en su obra, siempre se cuela Dios, a tal punto que tenÃa en alta estima Israfel, para la cual realizó el prólogo. De nuevo, una dimensión espiritual que no parece mantenerse en la literatura actual.
âHay una ausencia de lo que es el espÃritu religioso, un padre religioso, por ejemplo, es el padre Farinello que, dicho sea de paso, me presentó El Evangelio según Van Hutten, un libro herético. Yo irÃa más allá, uno de los grandes problemas filosóficos e ideológicos de nuestro tiempo no sólo literario y estético, uno de los fracasos del comunismo es la pérdida de lo religioso, es haberlo despojado de las máximas de los Evangelios como âlos últimos serán los primerosâ. Es como cuando le quitás a la literatura la dimensión de la locura y el sueño, yo creo que esa dimensión tiene que estar presente en el hombre y en el arte y, sobre todo, en la polÃtica, porque es una falencia no contemplar el espÃritu religioso que une al hombre no sólo con la divinidad sino también con el Universo entero, hay que hacer que el hombre se sienta partÃcipe de algo que lo excede, si le quitás el espÃritu contemplativo al hombre le quitás la posibilidad de soñar. Por eso, mis cuentos se llaman en su totalidad Los mundos reales, porque yo creo justamente que no hay un mundo real: está el mundo del sueño, la locura, las creencias religiosas, el pensamiento metafÃsico, todo eso es el mundo real y una de las falencias de la literatura contemporánea es haber perdido o no haber tenido en cuenta eso.â
Vale decir: palabra de Abelardo Castillo.
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