En la organuta hay una capitana, la hermana de la capitana, tres perejiles en misión selvática y revolucionaria por Misiones, tres o cuatro mujeres jóvenes algo más tangenciales, un chanta bien de doble apellido con amigas en el campo, un tipo que además trabaja para una editorial y puede reflexionar con alguna lucidez sobre las contradicciones en las que está metido, y está el tigre al que alude el tÃtulo de esta novela, Alfredo Navoni, hipotético hombre fuerte de esta célula que se mueve allá por 1966/1967, tiempos en los que aquà el general OnganÃa daba bastonazos y cortaba cabelleras en la vÃa pública. Una célula que, pronto, se percibe casi como una caricatura porteña en la atmósfera continental de la época, influida por Camilo Torres y sobre todo por el Che Guevara, cuyo asesinato se produce mientras se cuenta la historia de este libro, signado por un tironeo: entre las ganas que dictan los cuerpos en pleno y deseantes, y el deber moral y sociopolÃtico de la época. 4b6i
Claro que pronto también se observa que, en el tironeo, aquà pierden casi siempre las yuntas de bueyes y se imponen los pelos de... se apreciarÃa además, eso sÃ, cierta paridad si se cotejara la tracción púbica de chicas y muchachos. Eso en el paisaje global; por supuesto que la cosa no es tan lineal y ahà están todos esos personajes, lienzos para desplegar un abanico de matices, mayor o menor compromiso, menor o mayor calentura, sus variantes. Eleonora, por ejemplo, la capitana de la orga, es una comehombres obsesionada con que el mundo gire a su alrededor, tirana en la conducción y, se verá temprano, patética en su pericia operativa; a Amelia, su hermana, en cambio, le interesa sobre todo acaramelarse en su hogar dulce con el Tigre Navoni, un tipo entregado a la causa al que, en principio y en lo concreto, se ve sobre todo saliendo de una cama y entrando a otra, la de Eleonora en primer lugar. Un tipo que, sin embargo, sostiene: âYo no puedo tener una mujer ni una casa, la polÃtica no permite que el hombre viva como quiera. La polÃtica es otra cosa: te come el hÃgado y le tenés que sacrificar todo o reventar, y yo la tengo bien metida adentro y no quiero que me suelteâ. Consecuente con eso al fin y al cabo, un buen dÃa se va para el norte, a ver si puede sacar de la cárcel a los tres chorlitos que cayeron mientras se abrÃan paso a machete por la selva, con el objetivo de repartirles proclamas a los laburantes.
âEs ésta una novela escrita poco después de la época durante la cual transcurre la acciónâ, anota Valenzuela en el postfacio del libro, y aclara que si bien por entonces âmás de cuarenta años atrásâ Losada habÃa aceptado su publicación, ella prefirió no devolver el manuscrito a la editorial por razones de Ãndole ideológica, más que polÃtica. âLa verdad es que nunca me alié a partido o grupo alguno aunque siempre supe de qué lado estaba y me jugué el pellejo en más de una oportunidad âsigue la autoraâ. Pero ésa es otra historia. Hoy quisiera contar por qué, después de décadas, decidà darle una leve pulida a esta novela y entregarla a mi nuevo editor. El paso de los años la ha convertido, de alguna forma, en una novela âhistóricaâ de la pequeña historia, modalidades del decir y del vestir de los años â60, contextos interpersonales, sitios, detalles nimios que cobran color a la distancia. Y es histórica en lo que me concierne porque señala el momento cuando empecé a reflexionar âsin siquiera darme cuentaâ sobre el tema del poder, la obsesión del poder que nunca entendà y por eso me interesó explorar, la misma que en Cola de Lagartija llevé hasta sus últimas consecuencias.â
âHoy mi deber era cantarle a la patria/ alzar la bandera, sumarme a la plaza (...) Pero tú me faltas hace tantos dÃas / que quiero y no puedo tener alegrÃas / pienso en tu cabello que estalla en mi almohada / y estoy que no puedo dar otra batalla.â Aquella vieja canción de Silvio RodrÃguez puede sonar, sobre todo en discusión, al leer Cuidado con el tigre. El libro conecta, también, con Museo de la revolución, de MartÃn Kohan: al militante trostkista que la protagoniza le han prohibido, por seguridad, seguir noviando con una montonera. Una más, y no jodemos más: el narrador valenciano Rafael Chirbes y su mirada en perspectiva sobre los activistas de izquierda en la última etapa del franquismo, el ojo puesto en quienes desdeñan y hasta ridiculizan a aquellos jóvenes âél fue uno, estuvo presoâ y se han acomodado muy bien después. Por reflejo y fácil tentación puede pensarse en esta âorganuta de chantasâ (al decir de un personaje) como prototÃpica de una generación: está en o con células de otros paÃses, se dicen ansiosos por âentrar en acciónâ (y resultan bastante catrascas) y sus lÃderes (Emanuela, Navoni y en algún momento el Tacho López Avellaneda) entonan el discurso de la época, pronunciamientos llenos de gloria que Valenzuela pone a chisporrotear con las conductas Ãntimas de estos personajes.
Valenzuela contrapesa a estos bocones con personajes como Artigueta, el tipo que trabaja en la editorial e intuye mejor quién es quién, que puede sopesar qué movidas y palabras son absurdas, que duda y se pregunta ante lo que desconoce, tironeado también entre disfrutar con su mujer y su obligación con la época. La trama de Cuidado con el tigre avanza con tracciones de esas naturalezas: reuniones y operativos de propaganda, pasiones de la carne, tensiones existenciales. La autora titula a su postfacio âEl eslabón perdidoâ: eso es esta novela en su obra, dice, un nudo en la red que fue armando, libro por libro, para âpescar algo de lo indecibleâ. El aire, la materia, la energÃa de las pulsiones. âMe interesa el poder âha dicho Valenzuela en alguna entrevistaâ. Lo manejo como cualquiera, pero no sé por qué funciona. Y entonces me interesa mirar ahà adentro, explorar. Y el sexo, además de interesarme, está absolutamente pegado al poder. Eso aparece en otros libros mÃos, en Cola de Lagartija, en Cambio de armas. Son las cosas de la dominación, ¿no? Los perros se montan entre sà para mostrarle uno el poder a otro. O entre dos hembras. ¿Cuál es el arma más simple para dominar al otro? El sexo.â
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