La larga y no demasiado prolÃfica carrera de Cormac McCarthy âque en julio de este año cumplirá 79 añosâ puede dividirse en tres partes. La primera fase está integrada por las novelas bajo la influencia del gótico sureño, su perÃodo guiado por William Faulkner y la vida de exiliado en Nueva Orléans y el estado de Tennessee (McCarthy es originario de Rhode Island pero muy joven eligió el Sur como residencia y paisaje ficcional): El guardián del vergel (1965), La oscuridad exterior (1968), Hijo de Dios (1973) y Suttree (1979), relatos de incesto, necrofilia, crimen, pobreza y marginalidad, de lenguaje intrincado y opresivo. A estas novelas refinadas pero asfixiantes, quizá demasiado deliberadamente oscuras, le siguió la gran bisagra de su carrera, el encuentro de su voz y su tema, la obra maestra que se eleva por sobre las demás como una torre amenazante: Meridiano de sangre (1985) el western ambientado en 1840 en Texas que Harold Bloom consideró âla mejor novela americana desde Mientras agonizo de Faulknerâ, elogio que el crÃtico continuó comparando a su protagonista, el maligno Juez Holden, con Moby Dick: âAmbos son las apariciones más monstruosas e importantes de nuestra literaturaâ. Meridiano de sangre le abrió paso a la segunda fase, la TrilogÃa de la Frontera (Todos los hermosos caballos, 1992; En la frontera, 1994; Ciudades de la frontera, 1998) y a el western-policial que llevaron al cine los hermanos Coen, No es paÃs para viejos (2005), donde McCarthy trasladó su escenario y su vida a Texas y Nuevo México y sus novelas hacia la violencia y la brutalidad de un desierto indomable, la violencia como orden inexorable que no deja en pie nada, ni la esperanza, ni la inocencia ni el amor. La prosa de esta etapa profundamente pesimista es menos estilizada âen No es paÃs para viejos es casi minimalistaâ y las descripciones de esos paisajes de desolación espiritual son de lo más hermoso que pueda leerse âen cualquier literatura, en cualquier idioma. b562d
La tercera fase de McCarthy es breve y está constituida apenas por dos textos. Uno es La carretera (2006), que lo hizo famoso casi contra su voluntad (el autor es célebre por su vida reclusa y su casi nulo o con la prensa): después de ser recomendado por Oprah Winfrey en su Club del Libro, fue bestseller y ganador del Pulitzer a pesar de que se trata de una novela devastadora sobre el fin del mundo y la supervivencia inútil de un padre y un hijo. También fue adaptada al cine por John Hillcoat, con Viggo Mortensen, pero las buenas intenciones del film no pudieron conjurar esa extraña mezcla de amargura y belleza de un texto de seco lirismo. Ese mismo año, McCarthy presentó su pieza teatral El Sunset Limited (que también tiene una versión cinematográfica, estrenada en HBO) y en una de las pocas entrevistas que dio, para el New York Times, itió: âNo entiendo a los escritores que no escriben sobre la vida y la muerte. Por eso no comprendo a Henry James o Marcel Proust, por más que los ire técnicamente. No me interesanâ.
El Sunset Limited podrÃa considerarse, en este sentido, una declaración de principios. Los protagonistas son dos hombres, Blanco y Negro (y son, respectivamente, un hombre blanco y un hombre negro). El blanco ha intentado suicidarse bajo las ruedas de un tren subterráneo de Nueva York y el negro lo ha salvado. Ahora mismo, durante la pieza, están sentados en el miserable departamento del negro, en un barrio peligroso de la ciudad. El hombre negro tiene un pasado ultraviolento y carcelario pero hoy es un devoto cristiano y un militante social; el blanco es un profesor universitario decepcionado y misántropo, estéril. La conversación, en rigor, se parece más a un diálogo de una novela de McCarthy que a una pieza teatral. O, incluso, puede decirse que se trata de un largo poema. Si como dramaturgo McCarthy se remite a las formas más tradicionales del género (y directamente ignora la acción), como escritor su venenoso desencanto está intacto. El negro tiene las de ganar en esta conversación, por simple simpatÃa con su personaje, que encarna lo mejor de lo humano: su capacidad de redención, de humor, de amor, de entrega. Por otra parte, es difÃcil empatizar con Blanco, ese profesor arrogante, hijo de una familia rica, que ha vivido poco y con tan poca alegrÃa. Con las páginas, sin embargo, Negro va perdiendo la batalla. No hay nada que pueda conmover o salvar a ese viejo que odia a sus pares y se odia a sà mismo. Está claro que es incapaz de tener fe, pero la verdadera oscuridad se cierne cuando el hombre negro se da cuenta de que no sólo odia a la vida: ama a la muerte, como la amaba Quentin Compson en El sonido y la furia âuna cita probablemente voluntariaâ. Dice Blanco: âYo anhelo la oscuridad. Ruego para que venga la muerte... Si pensara que una vez muerto iba a encontrarme con la gente que he conocido en vida, no sé lo que harÃa. Para mà serÃa el colmo de la tortura. La desesperación supremaâ. El hombre negro queda indefenso, sin argumentos. Es fácil asumir que el personaje del profesor blanco pone en palabras el desasosiego de McCarthy pero el final, ambiguo, deja lugar a una tenue duda, un instante pasajero de irracionalidad, humildad y alivio.
Lo que sà no da tregua es la traducción de esta edición en castellano de El Sunset Limited que convierte a la lectura de un texto arduo pero hermoso en una experiencia de pesadilla. Es insólito que escritores de la talla de McCarthy se vean sometidos a frases como âLes zurraba la badanaâ o âqué va, yo no juego a las rosquillasâ o âahora sà me está poniendo una china, ¿de dónde saca esas paridas?â. Es sencillamente injusto que, fuera de España, el mundo de habla hispana se vea casi obligado a leer a los autores en su lengua original si quiere de verdad disfrutarlos.
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