En 1951 Paul Celan tenÃa treinta años y llevaba cuatro viviendo en ParÃs. Sus padres, judÃos, habÃan muerto en el campo de concentración de Transnistria. El ya habÃa pasado más de un año en el campo de trabajo forzado de Moldavia. HabÃa comenzado sus traducciones y reunido noventa y tres poemas que, a través de una amiga en Bucarest, dio a leer al poeta y traductor Alfred Margul-Sperber, quien los envió a Max Rychner, del periódico de Zurich Die Tat, donde se publicarÃan siete de las poesÃas del libro La arena de las urnas. Más tarde, Petre Solomon traducirÃa al rumano la primera publicación de su poema más difundido: Todesfuge, por entonces llamado Tango de la muerte. En noviembre de ese año, un miércoles de otoño, Celan entró al café Royal Saint-Germain. En la mesa estaba su amigo Isac Chiva con dos hombres y una joven, la pintora Gisèle Lestrange. Ella tenÃa veinticuatro años, venÃa de una familia de la aristocracia católica sa y habÃa terminado el estudio de dibujo y pintura en la Académie Julian de ParÃs y aprendido grabado con Johnny Friedländer. 431n6h
Al mes empezaron a escribirse: âDebe ser dificilÃsimo amar a un poeta, a un bello poetaâ, le escribirÃa Gisèle. Al año se casaron. Y tuvieron dos hijos: François y Eric; el primero murió a los dÃas de nacer.
El clima amoroso de las cartas está atravesado, desde el comienzo hasta el final de los dÃas de Celan, por el conflicto con Claire Goll, la viuda del poeta Yvan Goll. No se sabe del origen del conflicto. Yvan Goll y Celan se conocieron por casualidad y entablaron una relación de iración mutua. Yvan murió al poco tiempo de leucemia y Claire Goll, también poeta y escritora, le encargó a Celan la traducción de tres poemarios. Qué pasó en ese año que trabajaron juntos es una incógnita que esconde la causa del suicidio de Celan.
En tanto, en 1958 Celan habÃa retomado su relación amorosa con la poeta Ingeborg Bachmann. A Gisèle no le pasó inadvertido: âOh, querido mÃo, vaya a verla, por supuesto que irá, pero no me mienta, sabe bien que prefiero la verdadâ. Y: âAyer avanzada la noche leà los poemas de Ingeborg. Me impresionaron. Lloré con ellos. Ahora me he acercado a ella, acepto que vuelvas a verla, me quedo tranquilaâ. Poco después le escribÃa a Bachmann: âHe leÃdo sus poemas. Me han conmocionado. Entiendo muchas cosas a través de ellos y tengo vergüenza de las reacciones que pude tener cuando Paul volvió con ustedâ. La historia de ambas no fue una simple amistad. Las unió la comprensión y iración mutua. La correspondencia que mantuvieron hasta después de la muerte de Celan es conmovedora.
A comienzos de los â60 Celan publicó el poemario Reja del lenguaje. El crÃtico Günter Blöcker reseña el libro y, entre otras cosas, tilda la poesÃa de Celan de âfiligrana verbalâ e âinodoraâ. El poeta leyó la reseña y le escribió al dramaturgo Max Frisch (en ese momento ya en pareja con Bachmann): âHitlerÃo, hitlerÃo, hitlerÃo. Las gorras de visera. Vea, por favor, lo que escribe el señor Blöckerâ. Indignado, el poeta escribió otra carta a Sartre contándole que era objeto de difamación para convertirlo en un nuevo caso Dreyfus. Nunca llegó a enviarla. Aunque las acusaciones de plagio no habÃan tenido una total recepción en la comunidad literaria alemana, Celan desconfiaba de todos, incluida Bachmann.
La noche del 19 de abril de 1970, Celan decidió arrojarse al Sena desde el puente Mirabeau. Poco tiempo antes una revista de Bucarest habÃa publicado el poema El de Immanuel Weissglas, poeta que habÃa sido su compañero en la universidad. El poema compartÃa temas de Todesfuge. En el libro PoesÃa contra poesÃa de Jean Bollack, se pueden leer todas las hipótesis al respecto. Pero en el interior del poeta, en conflicto y agraviado una y otra vez, ¿temió, acaso, una nueva acusación de plagio?
Las cartas no son explÃcitas en las escenas de crisis: dos veces Celan intentó matar a su mujer. Su última internación, en 1967, duró más de un año. Las cartas de ese perÃodo están llenas de silencios y miedos. Bachmann ya no le escribirÃa. Como en las imágenes de los poemas de Celan, como en las abstracciones de los trazos en los grabados de Gisèle, o como el silencio en la escritura de Bachmann, dieron cuenta de lo que no se podÃa contar: las âheridas de realidadâ.
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