âYo habÃa llegado a los diez años, una maraña de infancia enmudecidaâ, anuncia el protagonista de Los peces no cierran los ojos. âDiez años era una meta solemne, por primera vez se escribÃa la edad con doble cifra. La infancia acaba oficialmente cuando se añade el primer cero a los años. Acaba, pero no ocurre nada, uno se queda dentro del mismo cuerpo de crÃo atascado con los demás veranos, revuelto por dentro e inmóvil por fuera. TenÃa diez años. Para decir la edad, el verbo tener es el más preciso. Estaba en un cuerpo encapullado y sólo la cabeza intentaba forzarlo.â 162x60
Como sucede en toda la obra del napolitano Erri De Luca, el protagonista es un alter ego del autor, que ha asegurado en varias entrevistas haberse atrevido a recordar sus diez años recién al haber cumplido sesenta, a modo de celebración del medio siglo transcurrido desde aquellos dÃas. Un tiempo que De Luca ocupó creciendo en Nápoles, para huir sin mirar atrás a la edad de dieciocho, sumándose al grupo de extrema izquierda italiano Lucha Continua. Conoció la cárcel temprano y mucho más tarde, al abandonar los sueños revolucionarios, supo ser obrero y albañil. También fue camionero, conduciendo vehÃculos de apoyo humanitario durante la guerra de Bosnia. âNingún obrero hace su trabajo por vocación sino por necesidad. Para ellos, el hecho de que yo escribiese significaba que tenÃa un segundo empleo. Y como seguÃa en la obra, entendÃan que no valÃa gran cosaâ, cuenta De Luca, escritor tardÃo, que empezó a publicar recién al acercarse a los cuarenta. âInventar me parece un abuso de confianzaâ, asegura el napolitano, que una vez que publicó su primer libro (Aquà no, ahora no, 1989)â siguió haciéndolo con regularidad. El éxito le llegó una década después, con Tu, mÃo (1998), y desde entonces se ha convertido en una celebridad europea, llegando a formar parte del jurado del Festival de Cannes en el 2003, junto a Meg Ryan y Steven Soderberg. Venerado en Italia, y celebrado en Francia y Alemania, la obra de De Luca en español ha tenido suerte diversa, ligada a la de las pequeñas editoriales que han publicado sus breves libros, como Akal o Siruela. Por eso es que Los peces no cierran los ojos, la primera novela de De Luca editada por Seix Barral e impresa de este lado del Atlántico, resulta ser todo un acontecimiento. Y no podÃa ser más perfecta la iniciación local en su obra que con esta encantadora y dura novela âjustamenteâ de iniciación.
Bautizado Erri en honor de su abuelo norteamericano, napolitanizando el tan anglosajón Henry, De Luca recuerda el verano en que su padre cumplió el sueño de viajar a los Estados Unidos, dejando a su mujer y sus dos hijos en casa. Si en su primera novela reconstruye la vida de sus padres a partir de los recuerdos que le disparan viejas fotos, más de dos décadas después De Luca da un paso aún más atrás, remontándose al comienzo de todo, con el mismo estilo de pequeños párrafos, cincelados con frases cortas, pero precisas, y una narrativa sencilla que resulta sabia de manera irablemente natural.
Ese fin de la infancia que narra (recuerda) De Luca parte del nuevo lugar que ocupa el primogénito en una familia ante la ausencia del padre, aun cuando no tiene edad para ocupar nada, pero también se mueve hacia el chico-conoce-chica que resulta básico en toda novela de iniciación. Y la chica que conoce ese pequeño fanático del neorrealismo italiano, apasionado por los crucigramas y que se considera un mecánico del artefacto adulto (âsabÃa desmontarlo y volver a montarloâ) resulta tan particular como él, un apasionado del Quijote. âPor las tardes voy a nadar o a la playa de los pescadores, a ver el arrastre de las redesâ, se presenta él. âYo soy escritoraâ, responde ella.
Entre los encuentros con un veterano pescador que le permite subir a su barca y le enseña algunos secretos del oficio, y el diario momento del helado en la playa con su nueva amiga, mayor que él, el niño que está dejando de serlo elegirá crecer de golpe. No sabe muy bien lo que hace, pero su decisión incluye el salto a una incipiente adolescencia de la mano de esa fascinante niña sin nombre, un desliz de la memoria por el que no deja de disculparse De Luca, que asegura que sus historias no son de iniciación o de formación. âEscribo historias del pasado, pero no me gusta la expresión novela de formación, porque en el Nápoles en el que crecà no habÃa ninguna formación.â
Aun cuando se trate de la historia de un niño que se deslumbra ante la aparición de un nuevo mundo, el femenino, la vida adulta de De Luca no deja de aparecer en la historia. âUn escritor es como un zapatero, lo que tiene que hacer es buenos zapatos. Si quiere darle un valor ético o polÃtico a su trabajo, lo que debe hacer es actuar para que nadie tenga que ir descalzoâ, asegura De Luca cuando insisten en preguntarle por los vÃnculos entre su literatura y la polÃtica.
Resignado a que le cuelguen el cartel del escritor obrero y también (ex) revolucionario, las entrevistas que ha dado De Luca por la edición del breve y bello libro que es Los peces no cierran los ojos siempre tocan el tema de la actualidad polÃtica europea y las prácticas de ese nuevo actor que son los indignados. âVeo una juventud que quiere dialogar con el poder, quiere ser escuchada. Es una generación democrática y, por lo tanto, ésa es la actitud que toma. Tienen fe en que la otra parte se sentará a escucharlos, pero yo no creo que eso ocurraâ, asegura De Luca, que no reserva sus mejores opiniones para la actual clase polÃtica europea. âLa polÃtica es una hermosa palabra. Lo que ahora se hace no es polÃtica, es el poder económico de unos pocos, y a eso se le llama oligarquÃa. No utilizarÃa una palabra noble como es polÃtica para describir lo que hacen los es de nuestros gobiernos, que se limitan a hacer cuentas, lo que ha convertido a la polÃtica en una rama menor de la economÃa. Esas cuentas que hacen los polÃticos las pagan los que menos tienen. Los polÃticos son es de una sociedad de acciones de la que son los principales accionistas y ya no hay ciudadanos, sino clientesâ, asegura el obrero, el revolucionario pero, antes que nada, el escritor. Como lo demuestra un libro breve y hermoso que cuenta la historia de un niño que aprendió a besar con los ojos abiertos. Como los peces, que nunca cierran los ojos.
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