Suena extraña striptease. Entre sueños y traidores. Un striptease del exilio. Es llamativa la palabra, o tal vez sea el lugar de la palabra, o quizá la asociación del erotismo con la idea del exilio, o incluso que provenga de otro idioma, de la suma de strip (âdesnudarâ) y tease (âengañarâ). Es paradójica además porque la palabra striptease implica el cuerpo, el cuerpo en estado de puro engranaje. Es decir, el cuerpo en movimiento desgajándose progresivamente de ropa como previa, quizá, de mucho más movimiento. En definitiva, en muy pocas circunstancias hay tanto cuerpo expuesto como en un striptease. Sin embargo, ¿hay cuerpo en el exilio? ¿No es, precisamente, el cuerpo lo que, por definición, no está en el paÃs de pertenencia durante un exilio? 702c4
Saga de Rumbo al Sur, deseando el Norte, Entre sueños y traidores es una especie de biografÃa â¿anatomÃa?â de ese multifacético ciudadano del mundo que es Ariel Dorfman, quien en este libro se define en oposición a Sinuhé, âel primer caso registrado de exilio, un anciano enfermo y desamparado que habÃa vagado por tierras cuyo nombre ni él podÃa recordar, hasta que finalmente le pidió perdón al faraón que habÃa decretado su expulsión de Egiptoâ. Nos cuenta Dorfman que hoy sólo se conoce el nombre de Sinuhé debido a su abjuración, la de un hombre que, con tal de morir en su patria, fue forzado a destruir su integridad y, como corolario de esta vieja historia, Dorfman hace flamear su bandera: âMi lucha impostergable en el exilio: no imitar a ese hombreâ.
Proveniente de una familia judÃa âsu abuela paterna fue traductora de Trotsky y de Anna Karenina de Tolstoiâ, el destierro parece haber sido, desde siempre, el gran punto cardinal de Dorfman: nace en 1942 en Buenos Aires, pero con tan sólo tres años, y por motivos polÃticos, su padre se lleva a la familia a Nueva York, donde aprende a hablar inglés. Ahà vive casi nueve años, cuando la caza de brujas de McCarthy le abre una puerta en Chile, donde encuentra un hogar y el amor de toda su vida, Angélica. Con los años, además de adquirir la ciudadanÃa chilena, comienza a involucrarse en la primera campaña presidencial de Salvador Allende. Cuando Allende llega al poder, en el segundo intento electoral, Dorfman lo acompaña además como agregado cultural. âEsos tres años, de 1970 a 1973, fueron los años en que más definitivamente vivo me sentÃâ, dice sin dudar.
Profundidad, y lucidez, es lo que trasluce la obra de Dorfman desde su primera novela, Viudas (con una trama absolutamente polÃtica, donde denunciaba sin tapujos la desaparición de personas en Chile), hasta el que, por ahora, es su último trabajo: Memorias del desierto, ese gran libro tremendamente personal sobre el norte de Chile que surgió de un pedido de la National Geographic, pasando por el deslumbrante clásico y moderno ensayo que, como Dorfman, viajó a lo largo de todo el mundo, vendió millones de copias y fue traducido a todos los idiomas: Para leer al Pato Donald, libro a partir del cual muchos niños se hicieron adultos y metieron a Disney en un freezer, quizá sin dejar de disfrutarlo.
Las anécdotas y repercusiones de esa biblia creada junto al belga Armand Mattelart son casi infinitas y algunas muy impresionantes: el propio Walt Disney quiso comprar los derechos mundiales de la obra para sacarla de circulación por 10 mil dólares; sus autores sufrieron distintas manifestaciones en las que un puñado de derechistas vociferaba (¿por qué la derecha siempre desafina tanto?) âviva el Pato Donaldâ; y, por supuesto, extraño ranking, fue uno de los libros más quemados durante la dictadura de Pinochet.
Hay algo de collage en la extensa, variadÃsima y coherente obra de Dorfman, una especie de collage que incorpora y agrega infinitas variaciones en torno, quizás, de una única palabra expresada desde todos los ángulos y perspectivas posibles: el exilio. Como si, a lo largo de todos estos años, Dorfman hubiera grabado a fuego con cada una de las tipografÃas disponibles âArial, Book Antigua, Impact, Times News Roman, etc.â esa única palabra cuyas resonancias aún lo inspiran. Este libro es un claro ejemplo de collage, ya que condensa muchos de esos formatos que Dorfman elaboró y mezcló a lo largo de su carrera: especie de continuación de Rumbo al Sur, deseando el Norte, es también una forma de puesta por escrito de El largo exilio de Ariel Dorfman, pelÃcula hecha por el documentalista canadiense Peter Raymont en 2006, justo el año en que murió el dictador Pinochet. A su vez, las páginas de Entre sueños y traidores incorporan, injertan fragmentos de su inédito diario personal, otra cara más de ese exilio fundante, interminable, que se compone de una sola ida y de múltiples regresos.
Leer Entre sueños y traidores tiene mucho de ese momento cúlmine de todo viaje en que, a punto de arribar y llegar a destino, la ciudad y sus luces ofrecen una especie de espectáculo en maqueta, un universo en miniatura que, poco a poco, irá mostrando en otra perspectiva, en otra escala, sus encantos, sinuosidades, grietas, heridas. La conjunción de esas grietas indelebles que implica el exilio junto con la inesperada y alternativa felicidad que ese mismo destierro provocó, hacen de este libro una obra literaria y de la vida de Dorfman un personaje casi de novela.
Esas heridas, aun cuando Dorfman no las termina de hacer explÃcitas, adquieren múltiples formas: silencios no deseados como la imposibilidad de escribir que atravesó durante los primeros años de exilio en ParÃs y Amsterdam luego del golpe en La Moneda, y que recién logró romper con la escritura de Viudas; traumas que aun duelen como la muerte de Allende, de quien Dorfman recuerda una especie de despedida una semana antes del golpe, el 4 de septiembre de 1973, cuando él y un millón de partidarios se habÃan reunido en el centro de Santiago para celebrar el tercer aniversario del triunfo electoral. Entonces, Allende salió a saludar desde un balcón de La Moneda, agitando un pañuelo blanco, con ciertos rasgos de tristeza y soledad que, más tarde, el propio Dorfman atribuirÃa a la forma emocionada en que el presidente les estaba diciendo adiós. También hay paradojas como el hecho de que uno de los autores de cabecera de Dorfman, uno de los más mentados en este libro, es nada menos que Michel de Montaigne, quien nació y murió en el mismo sitio, el castillo donde se encerró a escribir los Ensayos hasta el dÃa de su muerte. Es notable que sea justo a Montaigne, contracara en cierto sentido de Dorfman, a quien él llame su amigo y de quien resalta, sobre todo, la frase: âLa pobreza de bienes se cura fácilmente, la pobreza mental es irreparableâ.
Otra de las múltiples formas que adquieren las grietas del exilio son los malentendidos que se van sumando a lo largo del tiempo, como el hecho de que muchos piensan y aseguran que Ariel Dorfman estuvo dentro del Palacio de La Moneda el dÃa que derrocaron a Allende.
âEs un mito que me cuesta destruir por mucho que lo desmienta. Gran parte de mis memorias anteriores se dedica a contar cómo sobrevivà al golpe debido justamente a una cadena de azares que me salvó de estar en La Moneda donde, en efecto, trabajaba junto a Allende, ese dÃa letal, el 11 de septiembre de 1973. Beatriz Allende, la hija de Salvador, tuvo una alucinación (no tengo otra palabra para describir su experiencia) en que me vio al lado de su padre en La Moneda. Ella propaló este mito y creo que fue Fidel Castro el que se lo contó a otros, y asà se fue creando una leyenda falsa que me sigue persiguiendo. Lo increÃble es que eso es, precisamente, lo que hubiera querido que pasara y no pudo pasar porque no logré, si bien traté de hacerlo, llegar a La Moneda ese dÃa, morir allá junto a mi presidente. Esa culpa de no haber muerto me forjó en el exilio, es lo que tuve que superar, el deseo de autodestruirme. Les pasa a muchos sobrevivientesâ, cuenta Ariel Dorfman, en plenas vacaciones, desde un remoto sitio de Brasil donde no abunda la conexión a Internet.
Lo cierto es que una de las conclusiones más potentes y elaboradas que extrae Dorfman de semejante experiencia, y que ya habÃa anunciado en el documental, es, precisamente, que si sobrevivió fue porque alguien debÃa contar esta historia: âMi libro es un incesante intento de retorno a Chile, desde fines de 1973, cuando comienza mi exilio. Vuelvo una y otra vez, primero en la imaginación y en los escritos, enseguida en artÃculos periodÃsticos clandestinos y semiclandestinos, finalmente con mi persona en 1983. En 1987, como explico detalladamente en las memorias, me toman preso en el aeropuerto de Santiago junto a mi hijo de ocho años, y la dictadura me expulsa del paÃs. Esto significa que sólo puedo regresar en forma definitiva en 1990 junto al retorno de la democracia, y el libro se estructura en torno de la minuciosa reconstrucción de esos meses en que me doy cuenta de que Chile ha cambiado demasiado, que ya no es el paÃs soñado, y que es necesario partir de nuevo. Pero, claro, es también la constatación de cuánto he cambiado yo, cuánto ha cambiado la mujer de mi vida, mi Angélica, y de que no podemos quedarnos en Chile si queremos seguir sanos de mente y alma. No me arrepiento de nada. Pero me da penaâ.
Si nunca hubiera existido el exilio, ¿creés que también habrÃas sido escritor?
âYo querÃa ser escritor desde los nueve años de edad; en mi libro cuento cómo me topé con Thomas Mann, nada menos, en una travesÃa del Atlántico a esa temprana edad, y cómo aquel encuentro fugaz me marcó para siempre, aunque ya era un niño de una imaginación desbordante. Era inconcebible para mà que no pudiera escribir, y por eso fue tan traumático encontrarme sin palabras durante los primeros años del exilio. Y por cierto que hubiera sido un escritor diferente si no hubiera tenido los sueños, ni hubiera sufrido las traiciones y las autotraiciones y contaminaciones del destierro. No sé si mejor o peor, pero definitivamente otro. Estas memorias detallan, justamente, cómo uno se transforma, a su pesar, cuando la lejanÃa te construye y carcome.
Movimiento polÃtico y literario que tuvo lugar en gran parte de Latinoamérica en los umbrales del siglo XX, y liderado por el uruguayo José Enrique Rodó a partir de la publicación de su ensayo Ariel, uno de sus mandamientos fundamentales era oponerse al utilitarismo anglosajón, revalorizando los valores de la cultura grecolatina. Hay algo de arielismo en la obra de Ariel Dorfman: asà como Ulises, durante su Odisea de regreso, iba encontrándose con personajes de todo tipo (aunque la mayorÃa bastante desagradables), aquel fugaz encuentro con Thomas Mann serÃa sólo el primero de una larga lista de os que el exilio le iba a deparar. De hecho, uno de los beneficios del exilio, por decirlo sin comillas, fue la gente de la cual se rodeó, algunos de los cuales fueron los impulsores de la solidaridad y quienes empezaban a denunciar los crÃmenes del general Pinochet y a proveer refugio a los exiliados. Una interminable gama que va desde Bruno Bettelheim hasta el polémico Günter Grass, con quien Dorfman discutió en su propia casa (y tuvo que quedarse sin el guiso que preparaba el alemán) por defender la Primavera de Praga, pasando por el siempre sonriente Antonio Skármeta, Ernesto Cardenal, Sergio RamÃrez y hasta el Superman por antonomasia, Christopher Reeves, quien viajó a Chile para apoyar el plebiscito que, en 1988, logró sacar a Pinochet del poder.
Por supuesto, el bilingüismo de Dorfman lo ayudó a hacer más claro y, por lo tanto, potente tanto el reclamo como la comunicación con estas personalidades de la literatura, la polÃtica y hasta del mundo de Hollywood, un bilingüismo que constituye otro avatar del exilio, y cuya máxima expresión radica en el hecho de que Dorfman es el propio traductor de la mayorÃa de sus obras. Es decir, el mismo dÃa en que termina de escribir una obra en inglés empieza, inmediatamente, su traducción al español, un verdadero fenómeno lingüÃstico atÃpico en el mundo entero.
âMi bilingüismo es un tema central de las memorias. Tiene que ver con toda la trayectoria dividida de mi vida. Durante muchos años quise negar mis dos idiomas: rechacé el castellano de niño en Nueva York, e hice lo mismo con el inglés durante la revolución chilena. El exilio me forzó a aceptar que soy este ser migrante, en un feliz adulterio con mis dos idiomas. Parte de esa aceptación es que cada libro y cada artÃculo periodÃstico lo escribo en una de mis lenguas y luego lo reescribo en la otra. No traduzco de hecho mi propia obra sino que la voy rehaciendo, adecuando, ajustando, cambiando. Por ejemplo, en este caso, escribà estas memorias por primera vez en inglés (porque los traumas los vivà en castellano, asà que el inglés me permitÃa adquirir distancia frente al dolor), pero de inmediato me metà en la versión en castellano y âcon ésa en manoâ corregà la inglesa, y asÃ, ida y vuelta. La verdad es una labor ardua. Es más fácil ser monolingüeâ, se explaya Dorfman.
De todas aquellas personalidades que tuvo la posibilidad de conocer a lo largo de su exilio, y que incluyen también a Bono, el lÃder de U2, quien llegó a dedicarle un concierto ante una multitud de 50 mil personas, Dorfman destaca dos: âSon dos mis maestros literarios (uno en la narrativa y el otro en el teatro), y tuve la suerte de que ambos terminaran convirtiéndose en amigos, aunque en realidad los considero hermanos mayores. Uno era Julio Cortázar, que me bendijo a mà y a mi mujer Angélica con su amparo durante nuestro exilio en ParÃs. Tengo la impresión de que todavÃa nos protege en el más allá fantástico en que él creÃa. El otro fue Harold Pinter. Extraño que pasaran muchos años antes de que nos cruzáramos fÃsicamente, ya que él era activo en la solidaridad con América latina y habÃa leÃdo en forma pública mis poemas y yo habÃa escrito mi primer libro sobre su obra ya en 1968. Finalmente nos cruzamos el dÃa de la primera lectura de La muerte y la doncella en Londres y desde entonces él y su mujer Antonia Fraser compartieron casi dos décadas de intimidad conmigo y Angélicaâ.
La muerte y la doncella es uno de los grandes hitos en la carrera de Dorfman, una obra de teatro notable cuya historia se centra en la circunstancial convivencia entre Paulina, una mujer torturada y esposa de un abogado defensor de los derechos humanos, y su represor. Además de cosechar un elogio en cada puerto, la obra tuvo una versión cinematográfica a cargo de Roman Polanski, una versión a la altura de las circunstancias: âFue tal el éxito internacional de la obra teatral que pude escoger entre seis o siete directores, todos del calibre de Roman. Fue un poco como un sueño del que era difÃcil despertar. Y traté de que no me hiciera arrogante, aunque no siempre con entero éxito. ¿Puede ser que sea de veras yo el que me estoy paseando por el mundo entrevistando a todos estos genios del cine que he irado durante años? Si finalmente me decidà por Polanski, era por muchos motivos: su obsesión claustrofóbica; su interés por mujeres que rompen todas las normas y pagan un alto precio; su conocimiento de diversas formas de represión, lo que significaba que no tenÃa yo que explicarle nada respecto de lo que es vivir con miedo. Pero sobre todo es un cineasta con un pie en Hollywood y un lenguaje global/popular, y otro pie en el arte independiente. Su gran talento y humanidad iban a proteger la obra. Yo sabÃa que no la iba a traicionarâ.
¿Dorfman es argentino? ¿Dorfman es chileno? ¿Dorfman es estadounidense? ¿Dorfman es imposible de encasillar?
âMe siento mucho mejor recibido en la Argentina que en Chile. Y sÃ, me resulta difÃcil entrar en una casilla. Trabajo todos los géneros y muchos estilos diferentes. Ultimamente me he dedicado a las colaboraciones musicales. Vamos a estrenar Naciketa, con un libreto mÃo basado en los Upanishads, en Mumbai, el año que viene, y también en 2013 espero abrir en Londres un musical que se llama Dancing Shadows y cuyo compositor es el recién fallecido Eric Woolfson, que fundó y escribió todas las canciones del Alan Parsons Project.
Nombraste a Angélica varias veces y además ella aparece en las dedicatorias de, prácticamente, todos tus libros. En Konfidenz, por ejemplo, se lee: âEste libro es para MarÃa Angélica. Ella sabe por quéâ. Entre los múltiples agradecimientos de Entre sueños y traidores, el primero, el principal y más rotundo es para Angélica. ¿Qué significa ella en tu vida?
âEs el amor de mi vida, la persona más Ãntegra y honesta que he tenido el privilegio de conocer. Debido a su lealtad estoy vivo. No exagero, por muy lÃricas que parezcan mis palabras. Si vieras cómo sus ojos profundos y suaves y de firmamento iluminan una pieza y el mundo entero cuando sonrÃe, si vieras su radiancia, palabra que no creo que exista en castellano, pero que ahora invoco para nombrarla. Y te agradezco esta pregunta sobre todas las otras, porque demasiadas veces a ella se la posterga, se la deja de lado, ella, que es inapreciable y única. Y comparte además conmigo el amor que tuvo ella hacia mis benditos padres, un amor que ellos correspondieron con verdadera y merecida adoración.
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