Encontrarse con un libro âel primero, en rigorâ de cuentos de Tomás Eloy MartÃnez después de habernos acostumbrado a meganovelas históricas entre la ficción y la no ficción como La novela de Perón y Santa Evita, trabajos periodÃsticos rigurosos, crónicas y heterodoxias deslumbrantes como Lugar común la muerte, causa un poco de extrañeza, un efecto mezclado de curiosidad y desasosiego. Como asistir al comienzo âlos comienzosâ ya en el final. Este efecto no tiene por qué ser compartido por todos los lectores, es cierto, pero podrÃa pensarse como una reacción natural sobre todo porque se trata de cuentos, relatos, piezas breves, a veces claramente cercanas al bosquejo y la intentona, otras tan cerca de la representación focalizada de una obra mayor, como sucede con el relato que da tÃtulo a este volumen, âTinieblas para mirarâ, donde el cadáver de Evita (y el de Aramburu, su perseguidor) se cruzan en una historia plena, perturbadora y de numerosas aristas y planos, una protonovela que solita y sola bien vale esta misa de escritos reencontrados. nv61
En una nota posliminar de Tinieblas para mirar, Ezequiel MartÃnez relata el origen y el destino de los textos de su padre, cuáles fueron publicados tempranamente en Tucumán, durante el exilio en Caracas o en alguna antologÃa, en cuáles trabajó en diferentes versiones. Allà cuenta cómo fueron los tiempos finales de la corrección de su última novela, Purgatorio. âUn par de años después âcuenta Ezequielâ, cuando empecé a poner en orden los archivos de su computadora, encontré una carpeta etiquetada con el nombre de âCuentosâ. Ahà estaban la mayorÃa de los que integran estas páginas, algunos con hasta tres o cuatro versiones actualizadas. Muchos ya los habÃa leÃdo, porque fueron apareciendo en diversas publicaciones a lo largo de los años. Luego, cuando les tocó el turno a los archivos de papel, descubrà con emoción otros inéditos, escritos a máquina y con las correcciones a mano de su letra minúscula. En todos los casos tomé la última versión como la definitiva.â
Obviamente el orden de aparición no fue establecido por TEM, pero igualmente no es necesario consultar todo el tiempo la cronologÃa o cuáles fueron publicados y cuáles permanecÃan inéditos para comprobar una vez más que aun en algunos breves muy primerizos, Tomás logró una prosa rigurosa, precisa y de parca belleza desde muy temprano, cuando iba tanteando, y también cuando fue cerrando el cÃrculo de su escritura. Una escrupulosidad proveniente del periodista perseguidor encarnizado de datos y fuentes testimoniales ayudan a acrecentar la sensación de prolijidad y legibilidad que lejos de achatar el material, logran elevarlo, pulido y neto, hasta erigirse en una polÃtica literaria: hay que decir que después de purgarse de los vestigios de lo âreal maravillosoâ, Tomás igual conservó una poética alejada de un realismo directo, explÃcito y, en ese sentido, el desborde imaginativo o la trillada matriz de que âla realidad es tan delirante como la ficciónâ siempre lo pusieron en riesgo de irse de cauce. Por eso, la contención del oficio, de la corrección, generaron en su escritura un efecto lÃmpido y, retomando, la polÃtica literaria de ser claro y preciso a la hora de comunicar al lector, sin dejar de ser imaginativo o complejo en la comprensión de lo real. Esa es quizás la primera conclusión, el sabor de boca que deja este conjunto de cuentos, salvo, tal vez, uno muy bueno pero sà un tanto fuera de cauce como âEl Reverendo y las corrientes de aireâ: aquÃ, siguiendo una lÃnea de Lewis Carroll a Nabokov, planteando la traicionera sensualidad de brisas, correntadas y corrientes de aire, logra una fantasiosa abstracción erótica, notable, pero en otro registro, quizás un atajo del sendero principal para explorar brevemente y volver al centro de la Historia.
âTinieblas para mirarâ es algo más que un capÃtulo traspapelado de Santa Evita o su precuela gracias a su joven narrador que quiere ser poeta y para superar su formalismo yerto necesita hundirse en el barro de la aventura polÃtica en la que chapotean sus amigos y amigotes, y gracias a ellos vive una alucinante y destructiva andanza en un camión cisterna que recorre rutas y caminos fantasmales con los cadáveres más ilustres y buscados del paÃs. También es muy destacable âColimbaâ, una narración autobiográfica, o autoficción, basada en la experiencia del servicio militar en el año 1955, donde los soldados debÃan cambiar de bando y de arma casi a diario, por los vaivenes del golpe a Perón, los cambios de lealtades y las órdenes y contraórdenes de los superiores. Su sustancia es, sin embargo, algo tan actual y dramático como la obediencia debida.
Volviendo un poco a esa sensación extraña señalada al principio, bien puede decirse que al terminar Tinieblas para mirar quizá las tinieblas no se disipan del todo pero la extrañeza, en gran medida, sÃ. No es un TEM insólito el que acaba de leerse. Es muy estimulante, de todas maneras, asistir a una suerte de laboratorio de la Obra Mayor con piezas que valen por sà mismas y además terminan de armar el rompecabezas entre el periodismo y la literatura que fue siempre el de-safÃo, la propuesta y la lÃnea que debÃa ser superada por el propio escritor, su desafÃo frente a colegas y lectores más exigentes. Y también experimentar una vez más esa sensación de âprosa consumada desde el arranqueâ que nos regalaron pocos narradores âBriante, Castillo, Fogwillâ en la literatura argentina. En TEM la madurez estaba incubada desde los comienzos o en los entretiempos y entretelones de sus grandes novelas históricas. Fue parte notable de su ser escritor.
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