En el otro extremo literario, los comisarios del plagio levantaron su dedo en dirección a Michel Houellebecq quien, luego de ganar el prestigioso y esquivo premio Goncourt en 2011 con su extraordinaria novela El mapa y el territorio, fue acusado de plagiar a Wikipedia âsobre todo en un pasaje del libro que describe el vuelo de la mosca domésticaâ, acto que él mismo reconoció (no el del vuelo sino el del plagio).
Sin embargo, luego de un módico acuerdo con la enciclopedia virtual y colectiva, que todos defenestran pero nadie deja de usar, Houellebecq salió también indemne del asunto.
Con una extensión de casi quinientas páginas originales, sÃ, aunque repletas de citas a dos columnas para evidenciar diversos casos de préstamos literarios, Sobre el plagio, de la doctora en Letras por la Sorbonne Hélène Maurel-Indart, constituye una valiosÃsima referencia teórica para pensar aquellas historias dos veces contadas bajo un tamiz literario, filosófico, cultural, pero también jurÃdico.
En realidad, se trata de una versión recargada âextendida y actualizadaâ que esta especialista en ladrones de medio texto y sus citas no explÃcitas habÃa publicado allá por el año 1999 y que se traduce por primera vez al español.
Sobre el plagio trasciende la teorÃa y se lanza a analizar casos emblemáticos que van desde los permanentes préstamos culturales, literarios y onomásticos que los romanos tomaban de los griegos, hasta la inédita acusación de plagio psÃquico formulada por la escritora Camille Laurens contra su colega, y hasta entonces amiga, Marie Darrieussecq. Laurens habÃa publicado en 1995 un libro llamado Phillipe en el que, llevando al paroxismo lo que los ses llaman lâautoficction, ponÃa en palabras su dolorosa experiencia de ver morir a un hijo poco después del parto. Doce años después, Darrieussecq saca la novela Tom ha muerto y Laurens le endilga una responsabilidad absurda: la acusa de plagio psÃquico, es decir, de haberle robado el dolor de la historia de su hijo para escribir el libro. El escándalo se interrumpe con un simple argumento por parte de los editores de Darrieussecq: el duelo es un tema universal y no es obligatorio vivir aquello que se escribe.
El gran momento bisagra que establece Maurel-Indart en la historia del plagio, más allá incluso de la creación de la imprenta, en 1436, y del papel, en 1440, es la Revolución sa. Claro, entre los pilares de fraternidad, libertad e igualdad se colaban también múltiples derechos individuales, y entre ellos la reivindicación de la propiedad de una obra. Una obviedad que la autora convierte en algo muy interesante al explicar que, si bien hasta entonces el plagio era una actividad tan recurrente como permitida, no dejaba de ser, en muchos casos, un acto vergonzante, lamentable y vil que también podÃa redundar en algunas acusaciones fuertes aunque, por supuesto, no jurÃdicas.
Una de esas voces trataron de ensuciar, por ejemplo, a Rabelais por apropiarse, en el capÃtulo VI de Pantagruel, de un fragmento de Le Champfleury de Geoffroy Tory; e incluso al gran Michel de Montaigne por la bendita costumbre de citar sin comillas, en sus ensayos, a autoridades de la talla de Séneca.
De aquel entonces a esta parte, y al igual que sucede con los criterios subjetivos que se ponen en práctica a la hora de entregar un premio literario, no existe hasta hoy un ojo de halcón o telebeam que precise con rigor cientÃfico las fronteras entre el robo y la intertextualidad, pese a que hay también casos indudables. Es decir que, más allá de las pruebas y los fundamentos, los juicios de este calibre se definen, muchas veces, por una interpretación arbitraria.
Maurel-Indart intenta no dejar nada en su libro librado al azar, y entre tanto juicio y entrecruzamiento de acusaciones se mete con la pregunta del millón: por qué los concursos literarios suelen ser siempre hervideros de denuncias de plagio. Ofrece, entonces, un argumento quizá rebatible según el cual los que denuncian robo son, casi sin excepción, escritores poco conocidos, ya que los autores consagrados suelen ser inmunes tanto a las imitaciones como al lucro cesante que pudiera sufrir su obra. El concurso literario es, siguiendo ese razonamiento, el gran escenario que los confronta, la instancia a partir de la cual unos y otros âanónimos y consagradosâ se ven cara a cara. Pero además el objetivo de algunos premios literarios es, en algún punto, volver famosos a escritores ignotos, lo cual obviamente los expone a cualquier tipo de ataque, justificado o no. Cuenta Maurel-Indart que cuando Proust ganó de manera ajustada el Goncourt en 1919, el editor Albin Michel mandó a imprimir junto a Cruces y muertes, el libro de su autor Roland Dorgèles, una faja que decÃa con letra bien grande: âPremio Goncourt, 4 votos de 10â. La editorial Gallimard ganó el juicio: Michel tuvo que retirar las fajas de circulación y pagar una suma considerable por los daños y perjuicios aunque, en el medio, el libro en cuestión llegó a vender nada menos que 53 mil ejemplares en sólo un año.
Además de repasar y aclarar diferencias entre falsificación y plagio (la primera es la concreción en tanto delito de la segunda); cita, pastiche, parodia, intertextualidad, traducción y alusión, y ofrecer un inventario de plagiadores melancólicos (que, como el corazón delator de Poe, siempre terminan confesando su crimen literario) y plagiadores conquistadores (aquellos que no sólo no reconocen como una falta su conducta sino que además le atribuyen un valor literario), uno de los conceptos más atractivos que desarrolla Maurel-Indart es el de scriptoricidio: un ataque letal contra un escritor análogo a lo que serÃa una condena a muerte, ya sea por acusación de plagio o bien por atribución de su obra a otro. Es decir: si el plagio significa un robo contra el esfuerzo intelectual de un autor, la acusación no fundamentada de plagio puede aniquilarlo a tal punto de no sólo destruir su carrera sino devorar su propia identidad en tanto autor. Los ejemplos que ofrece Maurel-Indart al respecto son las hipótesis que aseguran que Shakespeare no existió o, en todo caso, que fue una especie de testaferro que nunca compuso las obras que a él le atribuyen, y que Corneille escribió todas las comedias de Molière. También repasa, en este sentido, los casos prototÃpicos de Alfred Jarry, cuyo Ubú Rey es una transcripción de un cuaderno escrito por los alumnos del Liceo de Saint-Brieuc, y el de Bajtin eclipsado por las autorÃas paralelas de Voloshinov y Medvedev.
Todos casos distintos que dan cuenta del genoma literario y tienen en común cierta irregularidad (en algunos casos probada y en otros no) en la autorÃa, lo cual no significa de ninguna manera dar la razón a quienes pretenden expulsar a estos escritores del olimpo literario que bien supieron conquistar.
Aunque por supuesto se centra en la literatura sa, el corpus de casos de Maurel-Indart trasciende las fronteras y se dedica a explorar los plagios que sufrió el best seller Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell. Otro matiz: no se trata en este caso tanto de una copia propiamente dicha sino más bien de la apropiación de una idea general para aprovechar su éxito. Algo que también se pone en juego en las tÃpicas continuaciones de una obra o personaje célebre por parte de otro autor: un amplÃsimo abanico que va desde la extraordinaria y muy legÃtima Ancho mar de los sargazos de Jean Rhys con respecto a Jane Eyre de Charlotte Brontë, hasta esa catarata muy poco esforzada de avatares eróticos que siguieron al éxito desmesurado de Cincuenta sombras de Grey.
También resulta muy interesante el espejo dentro del espejo que aporta Maurel-Indart al hacer un racconto de ficciones literarias que abordan la temática del plagio y todas sus fronteras. El Pierre Ménard de Borges (que, a su vez, fue adaptado como personaje por Michel Lafon), por supuesto, a la cabeza. Al parecer, Borges se inspiró para escribir ese relato en la lectura del libro de crÃtica Promenades littéraires (Paseos literarios) de Rémy de Gourmont, que dedica uno de sus artÃculos a âLouis Ménard, un mÃstico paganoâ, un poeta aficionado a la parodia que âintentó reescribir ciertas obras perdidas de los trágicos griegos e intentó, incluso, una versión del Prometeo liberado de Esquilo en francés para comodidad de sus lectoresâ. También se destaca el cuento âVentana secreta, jardÃn secretoâ de Stephen King, la historia de un escritor que alterna su posición de plagiado y plagiario, y nosotros podrÃamos incluir en esta lista la novela de Guillermo MartÃnez, La muerte lente de Luciana B, acerca de dos escritores que no sólo compiten por su secretaria sino también por imponer su propia estética.
Riguroso pero ameno, académico y muy poco solemne, Sobre el plagio concluye acercando los extremos de quienes se pierden en aras de la originalidad absoluta (y por evitar cualquier tipo de influencia terminan siendo derrotados por el pánico de la hoja en blanco) y los que intentan calmar su propio vacÃo vampirizando la escritura ajena. Los dos bandos, las dos patologÃas, precisa Maurel-Indart, ânacen del mismo sueñoâ.
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