Los vecinos de Immanuel Kant sabÃan que eran las tres y media en punto porque a esa hora exactamente el filósofo salÃa de su casa en el pueblo de Konigsberg. Esto no deberÃa llamar tanto la atención ya que hay personas tan puntuales como rutinarias, aunque el poeta Heine fue mucho más allá en la consideración de estos rituales rayanos en la manÃa. âLa historia de la vida de Kant es difÃcil de describir âescribióâ, pues no tuvo ni vida ni historia. Vivió una existencia mecánicamente organizada, casi abstracta, sin casarse nunca, en un callejón tranquilo y apartado de Konigsberg, una vieja ciudad en la frontera nordeste de Alemania. No creo que el gran reloj de la catedral completase su tarea con menos pasión y menos regularidad que su compatriota Immanuel Kant.â Más adelante nos enteraremos de que Heine exageraba bastante, pero lo cierto es que Kant quedó como caso ejemplar del artista o pensador atado a los rituales más severos, a la manera de castigos autoimpuestos para destilar la obra, un repetidor de ceremonias, casi un personaje de La invención de Morel. Los rituales del noctámbulo Proust (¡uno de los pocos en un verdadero mar de escritores diurnos!) también son célebres desde que se encerrara a escribir En busca del tiempo perdido entre paredes de corcho, con el café con leche y las croissants bien calentitas, con el abrigo cubriéndolo y escribiendo en posición casi horizontal. Es de suponer que estas personas creativas cedÃan a los rituales porque buscaban producir una obra y encauzar la pulsión creativa. El poeta Auden, extremista, se habÃa convertido en un esclavo del reloj, pero tenÃa claro el objetivo: âLa rutina, en un hombre inteligente, es signo de ambición âdeclaróâ. Un estoico moderno sabe que el camino más moderno para disciplinar la pasión pasa por disciplinar el tiempoâ. Y él mismo sabrÃa que con sentar la cola en la silla tampoco alcanza. 62521f
Con este espÃritu, Rituales cotidianos, de Mason Currey, un crÃtico y periodista norteamericano que llevó un blog del mismo nombre para luego convertirlo en este libro, recopiló hábitos, horarios de trabajo, opiniones sobre la disciplina y la creatividad, pequeñas historias de las invisibles batallas heroicas de escritores, músicos, pintores, filósofos contra la sequedad, la vida disipada y las trampas sociales, manÃas y algunas rarezas. Como el mismo autor declara, la intención de su registro es más bien superficial, como quien dice sin grandes pretensiones, y tiene algo de autoayuda: querÃa indagar acerca de âcómo realizar una obra creativa que valga la pena mientras te ganas la vida al mismo tiempoâ. Cuenta que una vez estaba paralizado frente a un artÃculo que tenÃa que escribir contrarreloj y que en vez de escribirlo, se puso a buscar por Internet en qué horarios trabajaban los artistas. Asà arrancó. Pero, tal vez sin quererlo, el resultado traspasa la frontera de la curiosidad y la rutina.
Suponemos que Currey sabe a esta altura que la lectura de su libro de corrido resulta hipnótica, pero quizá no sea tan consciente de que además produce una sensación de shock, algo asà como la cachetada metafÃsica. La procesión de nombres atrae y asusta ¡tan parecidos!, Dickens, Jane Austen, Patricia Highsmith, Proust, Ingmar Bergman, Marx, Thomas Mann, Louis Armstrong, Sartre, Francis Bacon (turbulento y disciplinado a la vez), Erik Satie, Isaac Asimov, Liszt, Darwin...
No es que todos fuesen partidarios de la mañana y la disciplina, pero todos âhasta Descartes, hasta Kantâ probaron de la amarga necesidad de disciplinar la pulsión, todos enfrentaron la necesidad de estar solos y de tener una posición frente a los estimulantes, desde el café a la bencedrina, todos bajaron alguna vez la cabeza y frente a la obra en progreso debieron decir: sÃ, esto es un trabajo. Si no, no hay obra.
Por supuesto, es difÃcil encontrar aquà héroes románticos, poetas como Keats o Rubén DarÃo (además no hay un solo ejemplo latinoamericano), intelectuales escindidos entre el fusil y la novela, reos de nocturnidad al estilo Bryce. Pero la lista es larga, variada y sobre todo no se limita a la imagen del escritor adusto y profesional con pipa y planes de tantas palabras al dÃa, aunque desde luego queda claro que muchos hombres y mujeres de letras adoptarÃan este criterio cuantitativo para mensurar su trabajo y llevarlo hacia alguna parte. Muchos se consolaban con el famoso cálculo de que una página al dÃa al final del año termina en un nada desdeñable volumen de 365 páginas. Pero hay otras variables y extrañezas en juego, y se puede entrar a Rituales cotidianos como a una enciclopedia de datos tan útiles como inútiles. Pero en lo superfluo, lo fútil o trivial o, si se quiere ser más piadoso, en lo más normal de la vida cotidiana al servicio de una causa poco cotidiana, se pretende demostrar que aquà late algo que no es meramente decorativo sino que hace al corazón del arte.
Cada quien puede llegar a la conclusión de qué hacer o no hacer para llevar adelante su vida creativa. El libro pone a los artistas a nivel de la tierra y ese efecto es bastante positivo. Desde luego no hay una evaluación de los resultados de la influencia de horarios, hábitos, alimentos y bebidas ingeridas durante la producción de cuadros, libros y melodÃas célebres. El muestrario rompe con el mito de la creación como hija del estÃmulo, pero queda claro que el tema de cómo ir para adelante siempre estuvo presente. ¿Hay algo de espÃritu pragmático y de la moral del trabajo en todo esto? SÃ. Pero en muchos casos vivido como desgarramientos, momentos cruciales en los que hay que elegir y decidir cómo ser un artista. Si de dÃa o de noche puede ser, a la larga, indiferente para el arte y la literatura, pero es crucial en algún momento para el artista, y de eso se trata este libro que de tan ameno y grato termina por resultar inquietante.
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