Lo único que le faltaba a Enrique Vila-Matas para ser feliz era estar sentado sobre un urinario firmado por Duchamp. En vez de eso, el escritor catalán estaba ubicado en una mesa que podrÃa parecer normal y corriente a primera vista, pero que, en realidad, correspondÃa a una obra artÃstica basada en el concepto de desplazamiento. Lejos de trabajar en su lugar habitual, el autor habÃa sido invitado a hacerlo en la mesa de un restaurante chino a las afueras de la ciudad de Kassel, Alemania, en el marco de la feria Documenta del pasado año. Sobre su extraño escritorio, un florero horrendo y un cartel amarillo alertaban al visitante: âWriter in residenceâ. Sin embargo, no hubo demasiados merodeadores, salvo por una señora absolutamente emocionada que abrazó al autor una y otra vez al grito de âWriter, writer!â. 20414m
Enrique Vila-Matas estuvo a punto de no ir y, una vez que llegó, estuvo a punto de largarse. El dÃa anterior le habÃa llegado un mail advirtiéndole que al mexicano Mario BellatÃn, anterior invitado en Kassel, le habÃan robado la computadora. Al leer esto, Enrique decidió que no irÃa porque creyó que el Dschingis Khan, el restaurante chino en cuestión, âno sólo era un lugar aburrido al final de un parque, sino un antro en el que los delincuentes entraban a saqueo, con ametralladoras cabÃa suponer, entraban sin contemplaciones y les quitaban la herramienta de trabajo a los pobres prosistasâ, como queda escrito en las primeras páginas del libro en las que se explica cómo empezó todo, con un tono de deliciosa ironÃa que llega para quedarse. Tras otro mail tranquilizador, esta vez del mismo BellatÃn, la curiosidad le pudo al miedo inicial y, en consecuencia, Enrique Vila-Matas decidió acudir. Salió de Barcelona a las seis de la mañana, justo el 11 de septiembre, coincidiendo con el dÃa de la fiesta nacional de Cataluña. Se tomó un avión con un cierto alivio por lo que dejaba atrás. Sin embargo, al llegar al aeropuerto alemán y sufrir un desencuentro con quien era la encargada de ir a buscarlo, decidió comprar los billetes de vuelta de inmediato. Pero finalmente desistió. La responsable da con él a tiempo. Y menos mal. Si se hubiese ido, Kassel no invita a la lógica, su última novela, nunca hubiese sido escrita. Tuvo que crearla en condiciones similares a las que escribió Mujer en el espejo contemplando el paisaje, su ópera prima publicada en 1973 gracias a la editora Beatriz de Moura. Se puede decir que el entonces servicio militar obligatorio español fue una bendición para la historia de la literatura. Enrique Vila-Matas, obligado a ser soldado colonialista en la ciudad de Melilla, en el norte de Africa, decidió ponerse a escribir por las tardes en la trastienda del regimiento de artillerÃa, no para publicar nada sino simplemente para no perder el tiempo. Si cambiamos la milicia por el Dschingis Khan, el resultado es similar. Enrique Vila-Matas estaba obligado a ejercer la premisa de Chus MartÃnez, una de las artÃfices de la Documenta: âEn arte no se innova, eso ocurre en una industria. [...] El arte hace, y ahà te las compongas. Pero el arte, desde luego, ni innova ni creaâ. Asà que ahà precisamente estaba él, aliviado por no tener encima la presión de la novedad, pero fuera de foco, desplazado, ideando y dando forma a un libro que, con su declarada voluntad de ir hacia lo inclasificable, quiere ser un punto medio entre narración y ensayo.
El éxito en esta cuestión formal se lleva a cabo a través de un yo reflexivo que apunta adonde debiera hacerlo la gran novela del siglo XXI. Kassel no invita a la lógica no es ni un ensayo novelado ni una autoficción. Expone un retrato del declive de Europa y, a su vez, muestra una mano que señala el camino hacia el centro de la creación artÃstica donde, a pesar del espÃritu plúmbeo instalado, la solución pasa por la alegrÃa. Como suele ocurrir en la obra de Vila-Matas, la vertebración del libro tiene que ver con la figura del paseante. Se basa, esta vez de forma fundamental, en El paseo, de Robert Walser, pero también en el Locus Solus, de Raymond Roussel. En el recorrido, ese paseante descubre alucinado obras de arte de Tino Sehgal, entre otros, y de esa forma evita caer en la desazón y la tristeza que suelen atacarle al final del dÃa. Consciente de la fuerte crisis de España, el protagonista afirma cosas tan duras como ésta: âEn mi tierra se habÃa vivido de espaldas desde siempre al drama del declive de Europa, quizá porque en el fondo se habÃa vivido prácticamente siempre en el propio declive, estábamos tan sumergidos en él que ni sabÃamos percibirloâ. Tal vez utilizar el escenario de Kassel para ubicar esta novela sea, además de una coincidencia, una señal. La feria Documenta nace del desastre de la Segunda Guerra Mundial. Tras la devastación, los kaselianos, en vez de sumarse a la reindustralización como otras ciudades alemanas, optaron por la cultura, inaugurando la primera feria en 1955, aunque su eclosión no se diera hasta 1972.
La necesidad de repensar la vida y el arte en Europa para salir de su estado de abatimiento actual tiene su núcleo simbólico en este libro en la figura de una joven voceadora vestida de negro, llamada precisamente Kassel. Esta advierte âque Antonin Artaud fue de los primeros en denunciar que la Ilustración habÃa destruido Occidenteâ. Más allá de adherirse a la idea que promulga su personaje, Vila-Matas lucha por situar en primera lÃnea la risa y la provocación, consiguiéndolo desde el inicio de la obra. Ahà nos introduce al concepto del mcguffin que, en realidad, ya venÃa tramando desde el 9 de octubre de 2012, fecha en la que su columna habitual del diario El PaÃs de España coincide sutilmente con los primeros párrafos de este libro. Plagiarse a sà mismo es toda una declaración de intenciones y, a la vez, un diálogo con su propia vida. Fue en Cadaqués, ese pueblo del Mediterráneo en el que vivieron, entre otros, Salvador DalÃ, donde Vila-Matas sintió por primera vez la fascinación por la vanguardia. Al ver en un restaurante a dos mujeres absolutamente distintas del resto, el curioso Vila-Matas preguntó a una moza y ésta le aseguró que se trataba de las viudas de Man Ray y de Duchamp, respectivamente. Fascinado por aquella visión, el escritor catalán tuvo en la Documenta de Kassel la ocasión perfecta de volver para redimirse. En su último libro deja de nuevo en ridÃculo a la crÃtica literaria española, que en el año 1985, respecto a su Historia abreviada de la literatura portátil, sentenció: âSe nota que el autor veranea en Cadaquésâ. Otro urinario para el crÃtico, por favor.
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