El cuento no es, a priori, un género afÃn a José Pablo Feinmann. No suele estar a la cabeza del universo filosófico, literario y cultural que despliega en múltiples frentes: los libros, los programas de filosofÃa en canal Encuentro y las contratapas en este diario. Además, los pocos relatos de su autorÃa que, hasta ahora, conocÃamos estaban más bien al servicio de otros géneros, como si tuvieran una existencia dependiente, satélite y relativa. Tampoco hay mucho en común entre lo que suele ser la brevedad del cuento y las siempre extensas obras del filósofo, novelista, periodista, guionista, conductor de televisión ¡y cuentista! 5u6f27
Sin embargo, a punto de que culminara el 2014, se metieron por la ventana de las librerÃas treinta y tres relatos de su autorÃa. Y la verdad es que Bongo. Infancia en Belgrano R y otros cuentos y nouvelles es un libro que, de hecho, disimula muy bien las diferencias que Feinmann pueda llegar a tener con el género: hay relatos extraordinarios como âAnÃbal Torres y su bandoneón regresan de la muerteâ, un cuento con comienzo costumbrista y vuelta de tuerca vampÃrica que salió en una antologÃa de terror. âDespués de decir que eran todos buenos, la prologuista destacaba que la mayorÃa de esos cuentos no terminaran de manera sorpresiva con los dientes de un vampiro, con lo cual hacÃa que todo Poe quedara nuloâ, dice sin olvidar Feinmann.
También sobresalen âDieguitoâ (âsalió en una antologÃa de fútbol pero tenÃa sólo tres páginas y ahora treintaâ explica), âMadre y esposa ejemplarâ (âme acuerdo de que se lo leà a unos amigos en un restaurante y quedaron todos aplastadosâ) y âGrandeza y decadencia de Roque, el pizzeroâ (âsurgió de dos sketches de un programa que tuvimos con Gerardo Romano en los noventa, en Canal 9, que duró un mes, pero todo el final es nuevoâ).
¿De dónde salieron todos los demás cuentos?
âJajajá, de mi computadora, donde tengo muchos secretos todavÃa. âEl viaje a la luna no ha tenido lugarâ es una versión del cuento que incluà en FilosofÃa polÃtica del poder mediático, y âPerón muereâ apareció en Peronismo. Cuando escribÃa los fascÃculos, que llegaron a ciento treinta, me dije que estaba escribiendo mi Facundo, por eso le puse Peronismo. Todo escritor argentino busca escribir su Facundo, y yo soy un escritor muy ambicioso, más allá de que las ambiciones de un escritor de un mundo subalterno o periférico son muy limitadas. Esos cuentos eran locuras que ponÃa en mis ensayos para que consideraran que son literatura âexplica José Pablo Feinmann desde su cuarto de trabajo, y pasa en una sola frase de la alegrÃa a la tristeza, del optimismo a la resignación, de la paz a la vehemencia, algo muy usual en estos relatos de Bongo, que es, sobre todo, un libro complejo, incómodo y multianÃmico.
Un claro ejemplo de esa montaña rusa emocional es âPerón muereâ, en el que el protagonista intenta exorcizar la angustia por la inminente muerte de Perón, y todo lo que va a venir después âque va a ser mucho peorâ, tratando de levantarse a Rosa Ferrero, decana de SociologÃa en la Universidad de Córdoba que lo invita a dar una conferencia y lo saluda siempre con un beso cerca de la comisura de la boca, porque âdisfruta calentando a los pobres giles para los que, sabe, ella es imposibleâ.
Aunque son muy distintos, ese levante en medio del clima lúgubre recuerda al cuento de David Viñas âLa señora muertaâ.
âSÃ, en eso se parecen, aunque son personajes muy distintos, y éste es básicamente un cuento de respeto. Viñas era muy contrera, tanto que se le iba la mano. Escribió cosas sobre peronismo muy irrescatables, salvo como obras maestras antiperonistas de la Revolución Libertadora, como por ejemplo el guión de la pelÃcula El jefe. Lo que escribo en mi cuento lo vivÃ, me pasó a mÃ. Todos ya habÃan escrito sobre la muerte de Perón, entonces quise contar lo que me pasó a mà con todo eso.
Todo eso es una mÃnima parte de lo que trae Bongo, un libro enorme en el que conviven relatos densos y difÃciles de digerir, como los ya mencionados âDieguitoâ o âGrandeza y decadencia de Roque, el pizzeroâ, con otros luminosos como los de la saga de Bongo, que da tÃtulo al libro, una serie de relatos que, más que protagonizados, parecen directamente ladrados por ese perro de raza indefinida que acompañaba cada uno de sus veraneos en San Clemente y sus primeros años en el barrio de Belgrano.
Bongo es, después de todo, un campo de batalla donde se miden y confrontan, quizá, varios escritores, varias estéticas y concepciones del cuento: âTodo relato requiere, al menos, una idea rectora, está el cuento que describe una situación y el cuento hermético que se escribe siguiendo la musicalidad de las palabras, como la poesÃa. Mis cuentos en general empiezan, se desarrollan y terminan, todos cierran y, casi todos, sorpresivamente. Me gusta que sigan las reglas de Poe. También me parecen importantes los comienzos; para empezar estos cuentos tuve en cuenta una frase de Samuel Goldwyn: Quiero una pelÃcula que empiece con un terremoto y vaya llegando a un clÃmaxâ.
Para usar una analogÃa bestiaria y bestial, casi todos los cuentos de José Pablo Feinmann empiezan con el rugido del león de la Metro-Goldwyn-Mayer y terminan con un cuervo ingresando por una ventana. Tienen, sÃ, mucho de Poe y de sus epÃgonos más brillantes: Guy de Mauant y Horacio Quiroga.
Porque los de Feinmann son, básicamente, cuentos que hablan de amor, de locura y de muerte.
Aunque con su nombre y su pose de prÃncipe bastardo copó tÃtulo y tapa del libro, José Pablo Feinmann lamenta que los relatos de Bongo no hayan salido en una edición aparte, autónoma, y la verdad que razones no le faltan: en los cuentos de Bongo radica la mayor novedad que ofrece este libro sobre Feinmann escritor, una literatura potente y tierna, llena de amor a su perro pero también a la infancia que es, se sabe, uno de los máximos tesoros con los que cuenta un escritor. Bongo no es sólo un perro, es también paraÃso perdido, la literatura antes de ser escrita. Por eso, mientras todas las acciones se nombran en pasado, Bongo siempre se conjuga en presente: âBongo es expresivo, Bongo sufre, Bongo es alegre, Bongo es bravo, Bongo te muestra los dientes y te fruncÃs del julepe. Pero sobre todo ây no lo olvidenâ Bongo piensaâ.
¿Cómo llegaste a Bongo o, mejor dicho, cómo llegó Bongo al libro?
âEsos cuentos marcan el quiebre del libro, el personaje de Bongo nace en una contratapa de Página/12: hubo un dÃa en que no quise escribir de polÃtica y entonces me puse a recordar cómo eran nuestros veranos en San Clemente, esos veraneos eran hermosos porque estábamos todos vivos y sanos. Estaba hasta el Bongo, nadábamos, jugábamos a la pelota, cabalgábamos. Bongo siempre iba con nosotros, Bongo era feliz, Bongo era nuestro compañero. Aunque el que más lo quiso fue mi viejo, que incluso lo bañaba, y no te imaginás lo que eran esos baños, Bongo se sacudÃa y nos mojaba a todos.
Más allá de lo que significa cada uno de esos cuentos que se centran (o, a veces, cuentan al pasar) diferentes episodios de su perro de la infancia âsu relación con el mar, con los adultos, con los chicos, con la libertad y también con su propia muerteâ la estructura misma de Bongo es muy literaria. Tanto el primer relato como el último de la serie no incluyen explÃcitamente al perro en cuestión: âSheradâ (el primero) es una historia de piratas y bucaneros que transcurre en Cartagena y âSus dos deberesâ (el último), un elaborado y complejo relato de cowboys. Ambas historias construyen algo asà como el marco donde trascurrirán las aventuras de Bongo. El recurso, similar a la nubecita con que en los dibujitos animados o los comics se introduce algún flashback o viaje en el tiempo, es eficaz porque esos dos relatos que, a su vez, son mencionados y aludidos en los cuentos de Bongo, Feinmann los empezó a crear precisamente en su infancia y forman parte de esos primeros ejercicios literarios que el escritor se arrepiente de haber tirado alguna vez. âEsos son los cuentos que tuve que escribir de nuevo, es cierto que los escribà de muy chico, pero es obvio que esos relatos que figuran en el libro no pueden haber sido escritos por un chico de diez añosâ, confirma, aunque preservando algo de misterio.
Por otro lado, y en defensa de la inclusión de la serie de cuentos de Bongo en el volumen completo de relatos de Feinmann, hay que decir que también establecen algunas conexiones interesantes con otros cuentos del libro. Como si los ladridos de Bongo tuvieran un inesperado eco en otras historias que no protagoniza, como si su espÃritu libre trascendiera los lÃmites de sus propios relatos para mear, correr y marcar territorio en zonas literarias ajenas. Eso es lo que sucede, por ejemplo, con âDios es ateoâ, relato en el que un ministro de Justicia decide rezar ante la delicada operación que va a atravesar su hijo, y se encuentra con un dios débil, derrotado y sin energÃas, que contrasta con la resolución y el aire triunfal del médico cirujano. El miedo reconcentrado de ese padre es la contracara del amplÃsimo horizonte que proponen los cuentos de Bongo, cuando todos los dÃas estaban por delante y, como dice el propio Feinmann, no faltaba nadie.
¿Cómo se hace para convivir con las ausencias?
âLlega un momento en el que quedás huérfano de una familia. Desgraciadamente, yo no sé rezar. Algunos me van a tomar por loco pero te lo voy a contar igual: hay noches, cuando termino tarde y MarÃa Julia se tiene que levantar temprano, que duermo acá, en esta pieza, y en el silencio, en la oscuridad, voy diciendo en voz alta âpapáâ, âmamáâ, âEnriqueâ, que es el nombre de mi hermano. A veces me duermo y a veces no porque el bocho no para nunca. Nombrarlos me hace bien pero también me asusta, porque es invocar sombras entre sombras, indagar dónde están, dónde se fueron, si saben de mÃ, y eso que no soy un tipo de fe o al menos eso digo. De todas formas creer en Dios y leer los diarios es un oxÃmoron.
En La astucia de la razón, una sus más celebradas novelas, José Pablo Feinmann plasmaba a partir de una escritura sinuosa, laberÃntica, la neurosis del protagonista Pablo Epstein en el peor momento de su vida. Es probable que algo de ese registro obsesivo compulsivo tal vez se haya extendido a muchas de sus novelas: un predominio claro de la razón que, a lo sumo, se nubla con las nubes de la neurosis pero siempre se mantiene a flote. En los cuentos, en cambio, lo que parece haber es psicosis ây no sólo por la pelÃcula de Hitchcock que Feinmann retoma en el cuento âEl grito de Janetââ sino porque muchos de éstos emprenden la utopÃa de darle voz a la locura.
El ejemplo más claro de eso es, otra vez, âDieguitoâ, la historia de un chico inteligente y solitario que presencia el terrible accidente ferroviario que sufre su Ãdolo Diego Armando Maradona. Dieguito va cayendo en una irremediable locura que la escritura del cuento retrata, por ejemplo, a partir de un verdadero tabú, el uso del gerundio, que repercutirá en el redondÃsimo final del relato: âEl estudio intensivo del gerundio âexplica la maestraâ suele adherirse al habla de ciertos alumnos muy permeables a la enseñanza. Esa permeabilidad hizo de Dieguito, hasta hoy, un muy buen alumno. Ahora le juega una mala pasada. Le gusta hablar gerundiando. Se siente un ser superior. PodrÃamos decir, sin temor a equivocarnos, que Dieguito, ahora, es, todo él, un gerundioâ. Otra vuelta interesante, tÃpica de Feinmann, es que dentro de Dieguito aparece otro cuento incrustado que relata uno de los personajes, y que corresponde nada menos que a Robert Bloch, el escritor de Psicosis.
âYo le hago caso a mi pluma, cuando empiezo algo estoy constantemente pensando en eso, soy un apartado. Yo querÃa un libro de cuentos más o menos como éste, estoy muy contento, aunque arreglarÃa âLa última invasión de Buenos Airesâ, dice autocrÃtico Feinmann acerca de una Buenos Aires reaccionariamente apocalÃptica y desintegrada en la que se aprueba la Ley Giménez (âel que mata, debe morirâ) y la brecha entre pobres y ricos resulta ya irreversible. Es cierto que la acumulación de nombres propios apenas disimulados de la actualidad (Chiechi Gelberg, Ceci Giménez, Martha Lestrand y, el peor de todos, León Aguininsky) efectivamente le absorbe al relato fuerza literaria. Además de hacernos recordar las últimas apariciones televisivas y escritas de José Pablo Feinmann criticando la culocracia de Showmatch luego de que la Legislatura porteña decidiera destacar al conductor como personalidad de la cultura, lo cual motivó a Feinmann a devolver ese mismo premio que antes él habÃa ganado.
¿Por qué decidiste incluir esos nombres?
âCon ese cuento traté de hacer El matadero y âLa fiesta del monstruoâ de Borges y Bioy, pero ese recurso es muy fácil y hoy me doy cuenta de que no tendrÃa que haber metido tantos personajes conocidos. Pero la verdad es que me pueden, los odio tanto que los extraño, detesto a esos periodistas perversos y llenos de un lenguaje brutal y vulgar, tanto que me voy de boca. En el cuento no aparece Tinelli, pero pronto quiero escribir algo literario sobre él, estoy muy orgulloso de todo lo que dije sobre eso, y las reacciones fueron las esperadas. Esta televisión crea un mundo de zombies, persigue la estupidización del sujeto, busca que la gente no piense y el pensamiento es la única salida que tenemos en este mundo terrible.
No hay dudas de que las mejores radiografÃas de este mundo terrible Feinmann las consigue haciendo zoom en la locura. Una locura contagiosa que involucra a famosos, ignotos, inteligentes, idiotas y, sobre todo, a los adalides de la mediocridad capaces de escribir un poema insalubre (âcuando llega la noche/ ya no puedo verte/ no tengo esa suerte/ que la tendrÃa/ si fuera tu amante/ y verte podrÃaâ), y que encima se considera bueno porque âun sistema es perfecto cuando consigue que nadie haga las preguntas que revelen su imperfecciónâ. Esa locura colectiva, anidada, familiar, institucional es la que aparece en relatos como âLa Máscara del doctor Muerteâ o en el desolador âMadre y esposa ejemplarâ, un escupitajo literario sin signos de puntuación.
âSalvo la infancia no queda nada, es un libro terrible, muy amargo, es la caÃda del Muro de BerlÃnâ, afirma Feinmann sonriente. Y eso que todavÃa no hablamos de uno de los mejores cuentos de la serie, âLa habitación N 10â, en el que una negativa se convierte en una urticante tentación que, como decÃa Oscar Wilde, sólo puede superarse sucumbiendo a ella. Un cuento de terror filosófico acerca del sinsentido y el vacÃo, un cuento que dice todo acerca de la nada y termina con un rotundo y, al mismo tiempo, indeciso: âLo que resta es la locura. O la muerteâ.
âLa muerte fue, desde el inicio, el tema de mi vida. Crecà temiendo perder a mi viejo. Tener nueve años y ver que tu viejo ya tiene el pelo blanco, en tanto los viejos de tus amigos son todos tipos de treinta o menos y no tienen una cana ni para adorno, no es fácilâ, dice el protagonista de âRosario y el marâ, uno de los cuentos de Bongo aunque, palabras más palabras menos, también lo dice el propio Feinmann durante la entrevista. Porque todo miedo es autobiográfico.
En la nouvelle âGrandeza y decadencia de Roque, el pizzeroâ se dice de alguien que âvivirá el resto de sus dÃas buscando conjurar la muerte, olvidándola, metiéndose en miles de problemas con tal de no recordarla, o recordándola y echando mano a innúmeros artilugios, unos más patéticos que otros, para negarla, para superarla, ya creyendo que hay un Reino de los Cielos, un ParaÃso donde está Jesús de Nazareth junto al malvado Padre que lo abandonóâ.
La muerte o, mejor dicho, el miedo a la muerte que, en el fondo, quizá sea lo mismo es algo asà como la contracara de Bongo, el otro lado de esa infancia paradisÃaca que también contribuyó, y mucho, al nacimiento del escritor: âPor el cáncer de testÃculos que tuve no pude ni exiliarme, el miedo del golpe sumado al miedo al cáncer activó en mi ADN una cuestión psÃquica que podrÃa no haberse activado nunca. Yo creo que el sufrimiento enseña mucho, como decÃa Sabato, pero también se aprende de la alegrÃa, es un gran aprendizaje disfrutarla y valorarla luego del horrorâ, aclara Feinmann quien, lejos de tomarse vacaciones, está finalizando tres novelas y dos libros de ensayos: uno sobre su máximo referente, Jean-Paul Sartre, y otro sobre Gershwin.
âEl dÃa que presentamos en sociedad la editorial Octubre en la sala Roberto Arlt de la Feria del Libro, Baltasar Garzón me miró y me dijo: qué suerte que tienes, eres profeta en tu tierra. Pero no me lo dijo alegre, me lo dijo con dolor porque él está exiliado de su paÃs. De todas formas, no creo que llegue a trascender nunca como acá lo hacen Carver, Paul Auster o cualquier pelotudito francés que publica un libro más o menos potable y se lo traducen a todas las lenguas. Nosotros no, ya no importamos mucho. No obstante, uno sigue escribiendo porque tiene esa pasión, porque escribir es vivir, porque lo hago constantemente y, además, el dÃa que no escriba, chau, me las picoâ, concluye Feinmann y, por momentos, su propia voz se confunde con la de los diálogos que incluye en casi todos los cuentos, uno de las marcas registradas de quien ganó el Premio Konex como mejor guionista de cine de la década del noventa. Y que ahora se queja de que la muerte le complicara un poco su trascendencia internacional tras el fallecimiento del editor de Albin Michel, prestigiosa editorial sa que le habÃa traducido Les derniers jours de la victime y Lâarmée des cendres, y luego con el accidente que sufrió el filósofo italiano Franco Volpi, quien tenÃa ganas de traducir La sombra de Heidegger y La filosofÃa y el barro de la historia hasta que lo atropelló un camión por eso que Feinmann llama âla mala suerte del filósofo distraÃdoâ.
¿Y pensás también en tu propia muerte?
âSÃ, pienso mucho, la muerte está en todas partes. Quizá por eso quise hacer este libro tan lanzado, con Bongo a la cabeza, que representa todo aquello que fue y no volverá a ser. Te voy a decir que un poco siento que ya está dicho todo lo que vine a decir a este mundo, lo cual, por supuesto, no quiere decir que no vaya a decir más cosas ni que, en ese momento, no me vaya a cagar entre las patas.
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