El infierno son los otros. Esta afirmación de Sartre le calza a la perfección al último libro de Yasmina Reza. Felices los felices âsu tÃtuloâ corresponde a âFragmentos de un evangelio apócrifoâ, de Jorge Luis Borges y epÃgrafe de este volumen de relatos ensamblados: âFelices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor. Felices los felicesâ. Con su obra Art traducida a 39 lenguas, Yasmina Reza se convirtió en la dramaturga más representada en el mundo. No menos aclamada resultó Un dios salvaje, que además fue adaptada al cine por Roman Polanski, donde dos matrimonios en un living (único espacio donde transcurre toda la obra) se juntan a discutir acerca del episodio que tuvieron sus hijos en el colegio, donde uno le pegó a otro y terminan en una batalla campal. De reciente aparición en librerÃas, Felices los felices âque podrÃa leerse como una novela atomizadaâ concentra lo mejor del sello Reza. Formada por veintiún relatos cortos ensamblados, con un nombre propio por tÃtulo: âRobert Toscanoâ, âMarguerite Blotâ, âOdile Toscanoâ, âVincent Zawadaâ, etcétera. Nombres que al abrir por primera vez el libro o leer su Ãndice no remiten a nada, pero que al cerrarlo el lector bien podrÃa armar con esos nombres, ahora personajes, una especie de tablero de Scrabble, sabiendo quién se cruza con quién. Porque lo que arma Reza en un acertado y original manejo de la trama es eso: un entrecruzamiento de vidas. En un punto, todas parecidas, quizá por eso que escribió Tolstoi: âTodas las familias felices se parecen pero las infelices lo son cada una a su maneraâ. 5x2o3y
âLas parejas me dan asco. Su acartonamiento, su connivencia retrógrada. Nada me gusta de esa estructura ambulante que atraviesa el tiempo en las barbas de los aislados. Las dos partes me inspiran desprecio y sólo aspiro a destruirlos.â Es la voz de Chantal Audouin, uno de los nombres propios del libro a través de la cual parece hablar la propia Reza, que en las pocas entrevistas que concede ha dicho que no cree en la vida de a dos âaunque la haya practicadoâ. De todas maneras la autora, que publicó otras novelas como En el trineo de Schopenhauer (2005), Ninguna parte (2005) y El alba, la tarde o la noche (2007), resulta más eficaz cuando muestra a sus personajes en acción que cuando, a través de sus declamaciones, parece repetirse a sà misma.
Como prueba valdrÃan algunas de las sobresalientes escenas de los relatos de Felices los felices. En uno de ellos, Raúl Barnèche juega en dupla con su esposa Hélène al bridge y en un momento se desquicia cuando ella hace una mala jugada. âAl final de la partida, exhibà mi rey de tréboles y grité: ¿qué hago con él ahora? ¿Me lo trago? ¿Tú quieres matarme, Hélène?â Esto piensa Raúl antes de âefectivamenteâ comerse la carta delante de todos. âCuando uno come cartón enseguida le entran ganas de vomitar, pero yo lo ataqué a dentelladas, concentrándome en la masticación.â Reza logra, como un mago con el conejo, hacer saltar la violencia de la nada. Lo mismo vale para la inolvidable escena que abre el libro: Odile y Robert Toscano (pareja que funciona como punto de capitón en torno del cual se desarrolla la mayorÃa de las historias) haciendo las compras en el supermercado, despellejándose frente a la góndola de los fiambres. En medio de esa pelea en formato guerra de los Roses, Robert piensa en ese matrimonio amigo que se llaman uno al otro âcorazónâ y dicen frases como âesta noche cenaremos bien, corazónâ. Provocadora, Reza tensa la cuerda, lleva las situaciones al lÃmite de lo soportable. Voces sometidas, socarronas, altivas. Todas las neurosis es capaz de representar Reza como en un gran zoológico de seres humanos. ¿Qué papel jugamos para el otro? ¿Somos para el otro aquello que después terminamos siendo? âBueno, se acabaron tus compras, le dije a Odile empujando el carrito con un golpe seco, ¿no hay más pelotudeces que comprar?â Luego todo termina en una armonÃa precaria y tensa. En un relato siguiente, aquella pareja que Robert recordaba en medio de la discusión con su mujer (la que se llamaban entre ellos âcorazónâ) puede ser la de la escena del palier, donde dos matrimonios se despiden después de cenar juntos, se hacen bromas zonzas, rÃen. Ya en el ascensor, la pareja que se va no necesita fingir más y vuelve a ser la que es en la intimidad.
No todos los relatos giran en torno de las relaciones de pareja. Acaso porque, a la manera de un entramado nefasto, el sometimiento y la tristeza se pasan de generación en generación. Entonces ahà está Vincent Zawada, que acompaña a su madre a la sesión de radioterapia y a ella se le da por señalar a cada paciente en voz alta porque no lleva el audÃfono: âPeluca no, peluca, peluca, no es seguro, peluca no, peluca noâ. Luego, este hijo sometido a los dislates de su madre puede ser el mismo que acosa a su mujer unas páginas más adelante o se encuentra con su amante en un restaurante vacÃo. O el precioso pasaje en el que la cuñada le enseña a manejar el auto a quien es también su amiga, y donde âmanejarâ se convierte bajo la pluma de Reza en un acto poético pleno de sentido.
Un punto aparte merece quizás el desopilante y a la vez oscuro capÃtulo de Jacob, un joven de 19 años âhijo de Pascaline y Lionel, amigos de los Toscanoâ que alucina que es Celine Dion. Sus padres lo internan en un neuropsiquiátrico haciéndole creer que es un estudio de grabación y durante sus esporádicas visitas lo contemplan como una pieza en exposición.
âLa familia es una pequeña celda, placentera, desde la que se contempla el mundo.â Reza dispara al blanco de la âfelicidad cúbicaâ, como hace decir a uno de sus personajes. Claro que se pude discutir si el libro es finalmente una novela atomizada o relatos ensamblados. Qué más da. Estamos ante literatura de la buena, la que apela a la sensibilidad y la inteligencia del lector que descubre, no sin cierta inquietud, que el infierno tan temido está ahà nomás, a la vuelta de la esquina, en el dormitorio o el comedor.
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