Acá la gente se queja del tiempo, del sol, la lluvia, el frÃo, la escarcha. Allá, nunca. Allá, del otro lado del mundo, la gente acomoda los zapatos cuando se los saca, acá, la gente los deja como quiere. Allá es Japón y acá es Buenos Aires. Los árboles caÃdos también son el bosque, primer libro de cuentos de Alejandra Kamiya, amalgama la distancia entre un lugar y el otro. Entonces lo familiar y lo desconocido, lo cercano y lo extraño, aquello que podrÃa ser un desencuentro, termina siendo el nacimiento de algo nuevo. âhalfâ âasà con minúsculaâ se nombra en Japón a los hijos de un japonés con una persona de otra raza. Antes se los llamaba âainokoâ (hijo del amor) pero después de la guerra empezó a tener una connotación negativa para nombrar a los hijos de las japonesas con los soldados americanos. âPartir es hacer mitadesâ, dice la mujer half que va en el auto, rumbo a tener a su hijo sola y a los cuarenta años, en uno de los cuentos de Kamiya. En otro, un padre japonés enseña a su hija cómo se limpia el arroz y dice que este paÃs, de apenas 200 años, es un paÃs niño. Y podrÃa ser el mismo padre de âPartirâ, que hace las valijas vestido con su kimono, mientras guarda sus trajes. La hija, una niña a la que los chicos cargan en el colegio y le dicen âchinaâ, mientras se estiran los ojos con los Ãndices. Que no, que es japonesa, se defiende ella. Pero los otros: que no importa, que es lo mismo. En Los árboles⦠las piezas incompletas de la herencia, arman una composición de lugar. 1u3o31
Los cuentos de Alejandra Kamiya âque nació en Buenos Aires y ha colaborado con la revista National Geographicâ, fueron premiados en varias ocasiones: Premio Fundación Victoria Ocampo/ Fundación Banco Ciudad (2012), Premio Horacio Quiroga (Uruguay 2012), Premio Unicaja (España 2014) entre otros; además de haber integrado antologÃas. Ahora esos cuentos se publican reunidos por primera vez y parecen potenciarse en esa aparición. Algunos relatos se trabajan en derredor de apenas pequeñas anécdotas. Como la del soldado de âEl pozoâ âque se adentra en el bosque de los árboles caÃdos, el relato más extenso quizás columna vertebral del libroâ al que en medio de la guerra le ordenan cavar un pozo y lo dejan ahÃ, solo por dÃas. Ahora bien, esa pequeña historia es contada por Kamiya de tal modo que lo experimentado crece âcomo el pozoâ hacia adentro y profundo. Al igual que âDesayuno perfectoâ, sostenido por la voz de esa mujer que se habla a sà misma una mañana que no es como cualquier otra porque ella ya tomó una decisión. O âLa oscuridad es una intemperieâ, donde las vecinas se hablan a través del balcón sin conocerse la cara. Otros cuentos en cambio, funcionan como sÃntesis de vidas enteras condensadas en frases, silencios, imágenes. Como âLos nombresâ donde un hermano deja la casa y nunca más se habla en esa familia, de él. Su hermana crece âuna mujer yaâ y lo busca. âDe repente supe que toda mi vida mis labios quietos no habÃan hecho más que repetir las primeras letras de ese nombre dormido. Dormido en mi boca quietaâ. Porque además, Kamiya tiene una manera muy propia de nombrar las cosas y entonces, âel cansancio es como un lÃquido pesado que fluye lento entre sus huesosâ. O una mirada, trepa como una enredadera; las palabras son valles; los chismes bichos que revolotean alrededor de la bosta o de la luz. Los árboles⦠es también una cruza de lenguas âde allá y de acáâ logrando la composición de un territorio literario, propio y original. âEstán en pedoâ, dice un personaje, mientras otro compara la cara de una viejita con una umeboshi, esas ciruelas pequeñas y arrugadas que se consiguen sólo en Japón.
âLo que falta siempre dispara preguntasâ, piensa la fileteadora de pescados de âLas botasâ mientras se muere de dolor porque la bota es dos números más chica y aprieta. Llegó tarde a la planta y al ponerse el uniforme, ya no quedaban de su medida. Un zapato que aprieta âcomo lo que faltaâ es difÃcil de ignorar. Los cuentos de Alejandra Kamiya son un poco asÃ. Por lo incómodos en el mejor de los sentidos, pero fundamentalmente porque al leerlos, no se puede dejar de prestarles atención.
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