âAlzó la vista y apuntó su dedo hacia una de las últimas esculturas del salón. AllÃ, detrás de La silla vacÃa y muy cerca de la ventana, está El mueble de la memoria: una figura sentada, quizás un hombre, inclina su torso hacia atrás ayudado por una cuerda de la que se aferra; a su lado un mueble de madera, destrozado, y frente a sà una extraña vertical, del mismo color, de sus mismos materiales, que aún no se decide en parecer una figura humana. Ahora comprendo aquellas palabras de Kafka: âCada hombre lleva una habitación dentro de sÃâ. Cuando alguien pasa apresuradamente y uno escucha en la quietud de la noche, se percibe, por ejemplo, el golpeteo de la vibración de un espejo que no está bien sujeto a la pared. Aquel movimiento, esa imperceptible vibración es lo que llamamos vida. Porque finalmente, una vez que decidimos enfrentarnos en soledad a sus dibujos, a sus pinturas o sus esculturas, en el ambiente de su casa, es donde se respira una insoslayable luz de intimidadâ, escribe Marcos Krämer en su libro Fernando GarcÃa Curten, Un reflejo en la penumbra. Para entonces, el ensayista y escritor -licenciado en artes visuales por la Universidad de Buenos Aires- ya habrá logrado traducir en palabras la complejidad de ese universo intenso que entraña la vida y la obra de uno de los artistas plásticos más importantes de nuestro paÃs. Y lo hace de un modo tan personal como Ãntimo, o para decirlo en los propios términos de Krämer: âNegando la propia subjetividad del observador y buscando un lente objetivo que identifique tal o cual obra como producto de tal o cual hecho histórico-social o como parte de una traza cultural particular, la actual historia del arte olvida y desmerece los objetivos primarios del arte. Al negar la existencia subjetiva del historiador (que nunca, aunque lo intente puede abandonar su lugar de espectador), niega la experiencia individual y por lo tanto a la obra de arte misma, elimina el momento trascendental que le da origen a la obra, el del encuentro de las experienciasâ. 2u6x39
Ya puede decirse: la experiencia, esos recuerdos acumulados, es lo que le permite al autor desarticular la lógica del discurso academicista a favor de un juego (en el sentido más serio del término): intentar recuperar esa gran amalgama de sensaciones y pensamientos que les despierta la obra de Fernando GarcÃa Curten a las miles de personas que año tras año visitan su Casa Museo en la localidad de San Pedro, su lugar de retiro donde el genial artista ha entablado desde los años 90 una lucha secreta entre el arte y el tiempo. Concretamente luego de haber realizado una muestra retrospectiva en el Centro Cultural Recoleta donde la crÃtica lo aclamó como âEl escultor de los desechosâ, ignorando -o queriendo ignorar- lo que en Europa y Estados Unidos ya era un secreto a voces: la obra de Fernando GarcÃa Curten estaba entre las más originales de las últimas décadas del siglo XX. âSé que son desechos cuando están en un volquete o tirados en la calle, pero cuando están en la escultura pasan a otra instancia. Tienen que ser, no digo bellos, pero sà éticosâ, afirma GarcÃa Curten para que Krämer, luego de citar un ensayo de Abelardo Castillo, perteneciente a Las palabras y los dÃas (âProbablemente Fernando GarcÃa Curten haya elegido el único camino posible: robarle a la muerte sus propios materiales, luchar por la vida con la forma y materia de sus despojosâ) reflexione largamente sobre lo único que puede dar la función de vehÃculo ético a una obra de arte: la sinceridad y la coherencia del artista que la trae al mundo. Por otro lado, el escritor afirma que el trabajo del creador de El ciclista de Hiroshima no tiene ningún pensamiento regulador más allá que el de sus propias manos. No busca figuras ni sabe qué llega primero, y allà radicarÃa su carácter epifánico. Y cita una frase de GarcÃa Curten: âConservo la vieja fotografÃa de la misma manera que conservo alguna vieja y hermosa moldura de mi pueblo destruido por el progreso, sin saber que hacer con ellaâ.
De modo que aquel progreso es como una lava volcánica que ha cubierto los objetos del pasado lenta y casi irremediablemente. Al crear estas esculturas, Curten rompe aquella capa endurecida de lava volcánica y rescata todo lo que ha quedado debajo, las ruinas, no devolviéndoles la vida sino recordándonos su existencia, rescatando su memoria trágica. Y Krämer concluye: âY en esa memoria está la ética de GarcÃa Curten. Por eso al ver sus obras nos invade la misma extraña sensación que cuando observamos las momias de Pompeya o los restos recuperados de los desaparecidos en nuestra última dictadura militar. Porque todos son las horrendas y palpables evidencias del modo en que la muerte actúa abruptamente, cuando aún es muy temprano, cuando aún no se ha dicho todoâ.
Fernando GarcÃa Curten: Un reflejo en la penumbra se va configurando lentamente a partir de lo que podrÃa ser una extensa entrevista donde confluyen otros géneros âel literario y ensayÃstico, sobre todoâ, a lo largo de cuatro dÃas, donde el artista plástico habla, entre muchos otros temas, de sus comienzos e influencias (âAprendà mucho viendo a Goya, sus caprichos y sus pinturas; a Chaim Soutine, a Emil Nolde. Indudablemente también aprendà de Carlos Alonso. Pero, por sobre todo, de Van Gogh, el padre de todos nosotros, como una vez dijera Vlaminikâ), sus criterios estéticos y su anarquismo sin imposturas, todo lo que hay detrás de su decisión de alejarse de los circuitos comerciales y galerÃas de espejos en torno a las obras de arte, y los motivos por los cuales decidió, junto a su compañera de vida, la poeta Susana Tosso, abrir su casa para convertirla en un Museo. âCurten conoce la fuerza de los espacios vacÃos (de otro modo no se hubiera destacado en la escultura), y entiende la relación ineludible entre su obra, esta casa y San Pedro. Cada una vive dentro de la otra, y de ese modo se resignifican a cada instante y de un modo ilimitado pues ninguno puede vivir sin el otro.â
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