He aquà un libro sorpresivo, que cae cuando mucho no se lo esperaba. Alejandro Hosne, nacido en Buenos Aires, se fue a vivir a México y allá trabajó como guionista de cine e hisotrietas, y publicó esta novela que ahora tiene su edición argentina. Ningún infierno es en gran medida un libro que habla de los noventa y de la crisis de 2001 (y también es más que eso, por supuesto). Esa época, postula Hosne, sólo podrÃa ser contada desde el punto de vista y la mirada de un asesino frÃo, desalmado, probablemente psicópata, aunque lúcido en su extremismo. Alguien que se decide a hacer justicia pero no justicia social ni tampoco a ejercer una mera venganza personal. El narrador- asesino de esta novela tiene un afán de justicia ontológica porque lucha contra el vacÃo, la nada. Su justicia no puede sino estar a tono con ese núcleo vacÃo en que todo se disgrega. La época, por debajo de la lÃnea del consumismo o su imposibilidad, serÃa un coktail explosivo que reverbera y luego revienta en la cabeza del narrador, una latencia de violencia y sexo que se convierte en monólogo y acto. 3a3x4o
Para entrar en materia y para ahorrar descripciones, puede sintetizarse que la novela de Hosne trata acerca de un asesino serial, hiperviolento que anda suelto en Buenos Aires de fines de los noventa. En el primer capÃtulo va a bailar, conoce a una chica, la lleva a un hotel y la destripa. Es, a su manera, una âaplicaciónâ de American Psycho a la idiosincrasia porteña, argenta. De todas formas, no deja de haber un tono de desafÃo e ironÃa con respecto al modelo de Easton Ellis. Reproduce algunos de sus tics asociados a la puntillosidad cosmética y el cultivo del fÃsico, y los gestos glaciales e imperturbables de un personaje-máquina, pero en el fondo parece decirle a Patrick Bateman sos un tilingo de Armnani y Hugo Boss, a ver si te bancás los noventa en Argentina. Y también es cierto que se aleja astutamente del modelo para contar otra historia, otro territorio y otra forma de desamparo donde sus paisajes pueden ser una avenida tan desangelada como Córdoba o un colectivo donde el tránsito y el resentimiento están a punto de desencadenar una tragedia a cada instante.
Ningún infierno tiene su dÃa y su noche. De dÃa, la oficina, un tÃpico lugar de explotación y flexibilidad laboral, con chicos y chicas sometidos por jefes canallas. Esas historias de oficina revelan la forma eficaz, engañosa y encantadora en que puede manejarse el narrador y asà contrastarlo con su yo nocturno, que puede ser eficaz y engañoso en otra dirección. Y también, ese mundo oficinesco marca uno de esos infiernos pequeños que se van sumando para terminar diciendo que no hay âningún infiernoâ como centro único del dolor y la maldad. De noche, se trata de salir a cazar y matar porque sÃ, sobre todo chicas de boliche pero también damas dignas, jóvenes zarpados, hombres anónimos, locos y locas.
Otro frente a destacar es el de la casa donde se reúnen los amigos posadolerscentes, y en cuyo fondo más deseado y oscuro, anida el amor por Julieta, la adolescente que está sola y espera. Todo parece discurrir bajo la mirada desencantada de una vida común y corriente. âEl presente idiotizado era lo único que tenÃan Pablo y Sebas y no lo dejaban escaparâ, analiza el narrador. âLlevaban este tipo de vida desde hacÃa años, yo también. Nuestra diferencia con la mayorÃa de los jodones porteños era que trabajábamos o estudiábamos y no podÃamos dormir tanto al otro dÃa de la jodaâ. Poco a poco, el cazador se irá arrimando a su presa, pero no lo hace de la manera en que suele atacar a sus otras vÃctimas.
Hay a lo largo de Ningún infierno escenas memorables y otras que el lector rogarÃa olvidar lo más pronto posible. Pero en la manera de narrar la hiperviolencia y sus alrededores (tortura, violaciones, huesos triturados, fluidos imparables, fist fucking, cruces irreproducibles entre goce y dolor), Hosne nunca renuncia a hacerlo con estilo, con la cabeza puesta en la literatura. De todas formas, la legibilidad es todo un tema en este texto. ¿Tolerará su lectura el lector medio argentino? Es posible que algunos sÃ, es posible que otros no, y eso no los volverá a unos superados y a otros pacatos. Pero también hay que ser tolerantes con los lÃmites que plantea una novela que busca romperlos. Desde ya, estamos bastante lejos de la historia en el fondo aleccionadora de un asesino contada por él mismo como el despliegue de un caso clÃnico o un thriller psicológico. Hay aquà más bien el recurso a una fantasÃa alucinada pero desplegada con realismo, Hay un nihilismo de fondo que puede remitir a una cruza de Easton Ellis y Fernando Vallejo (en el fondo, el killer se vive quejando de todo y de todos), y también, por poner algunos ejemplos argentinos, una deriva arltiana: Ningún infierno es en definitiva el extenso monólogo de alguien que sueña el sueño de la destrucción porque no tolera el mundo que lo rodea. Y, en la historia de amor, hay una cita voluntaria o no al gran romance entre MartÃn y Alejandra de Sobre héroes y tumbas. Pero el asco de este âyoâ, y en eso reside quizás el máximo logro del libro, no se recubre de la angustia existencial del Hombre sino que nunca se aparta del escenario preciso y la época en que cobra sentido su furia, su rabia criminal. Ningún infierno ofrece una determinada versión de la ciudad, una Buenos Aires como sumergida en el agua, en la niebla, en la densidad ácida que parece emanar de sus cloacas, una Buenos Aires difusa, subterránea y falsamente brillosa como hace mucho no se la describÃa. La novela es en gran medida la construcción de esa mirada, la relación entre el yo y el ellos. Y âellosâ son los habitantes de esa ciudad sumergida, que por razones a veces atendibles, otras no, le resultan intolerables al âyoâ. Se podrÃa decir que Ningún infierno es una catarsis en su más clásica acepción, si se acepta que es una catarsis con fuerte sentido narrativo y voluntad estética. Una vez producido el âefecto limpiezaâ de la catarsis, irá quedando claro que el âyoâ es una especie en extinción: un psicópata sabio, un asesino romántico, que se pone a contar âlo que harÃaâ si no estuviera tan ocupado en sus mentales menesteres.
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