Una página famosa de Platón refiere que Tales de Mileto (a quien los griegos consideraron el primer filósofo) cayó en un pozo por caminar mirando hacia arriba para estudiar los astros; esta situación provocó la risa de una criada tracia, porque el filósofo querÃa âsaber las cosas del cielo, y se olvidaba de las que tenÃa a sus piesâ. La tradición entendió que detrás de esa risa habÃa algo más que una mera burla. Se sucedieron incontables reflexiones, tan diversas como infructuosas, para conjurar ese misterio. Las explicaciones de los filósofos (varones todos ellos) suelen apuntar a la actitud teórica de Tales, pero dejan en un cono de sombras a la muchacha y su triple condición de mujer, extranjera y esclava. ¿Acaso no hay relación entre esas condiciones y la risa que causa un logos atareado en lejanÃas pero indiferente a lo más urgente de la propia vida? Hacer visible esta ceguera del logos dominante es quizás la primera de una serie de apuestas que constituyen el valor (y el coraje) de Otro logos. 1l1j3g
Este ensayo de Elsa Drucaroff, escrito a partir de su tesis de doctorado en ciencias sociales, sostiene sus conceptos antes que en su encadenamiento formal o meramente lógico, en el anclaje a un sustrato cuasi narrativo, un orbe de experiencias que intentan apuntalar esas significaciones a la vida. En esa dirección quizás vaya el llamativo uso de la primera persona, que más que afiliarse a la tradición de las meditaciones parece buscar que la reflexión no pierda el suelo bajo sus pies. A partir del funcionamiento de dos grandes bloques conceptuales Ãntimamente dependientes, se despliega una esforzada relectura de gran parte de los textos fundamentales de las teorÃas crÃticas de nuestro tiempo, que van desde Marx y Freud hasta Kristeva, Butler, Rubin, Derrida o Deleuze. Esas relecturas se empeñan, además, en desactivar los efectos de dominación masculina de la teorÃa lacaniana. Pero el punto descollante acaso sea la original articulación de los pensamientos, tan potentes como invisibilizados, de las filósofas Luce Irigaray y Luisa Muraro, junto a algunos importantes aportes de León Rozitchner.
En el Manifiesto comunista Marx y Engels sostuvieron que el desarrollo de la historia se fundaba en el principio conflictivo de la lucha de clases. Elsa Drucaroff continúa esa tradición, pero modificada en algo esencial: la lucha de clases (Orden de clases) es uno de los motores primordiales de la historia, pero no el único. HabrÃa un segundo orden conflictivo, tanto o más antiguo que el de clases: el Orden de géneros. Allà se produce a lo largo de la historia la minuciosa opresión de las mujeres; y no sólo de ellas, a través suyo se dará también la de todo aquello que difiera de (y con) la forma dominante de la masculinidad. Todo conflicto se inscribe en ambos planos contiguos, el de géneros y el de clases, pero de un modo especÃfico. La relación entre ambos órdenes, que constituye lo esencial del primer bloque conceptual, podrÃamos graficarla entonces como un sistema de coordenadas: latitudes y longitudes que sitúan todo conflicto. Ninguno de los dos ejes puede reducirse al otro. Si alguno prevalece perdemos la localización del conflicto, pero cada orden exige la polÃtica especÃfica de su propia lógica.
El otro bloque conceptual consiste en la relación entre las palabras y las cosas, entre semiosis y no semiosis. Sostiene Drucaroff que la relación del cuerpo y la palabra se da como un corro en perpetuo movimiento (Muraro); cada extremo reenvÃa al otro incansablemente, como las caras titilantes de una moneda que gira sobre su eje. Pues si los cuerpos sostienen la existencia de toda significación, una vez iniciado el movimiento de la vida humana ya no podremos encontrar cuerpos sin significación, como asà tampoco significaciones que no se sostengan en algún cuerpo. La separación entre semiosis y no semiosis, que jerarquiza el lugar del sentido por sobre el de los cuerpos, es la forma misma de la dominación masculina: el falo-logocentrismo (Irigaray). El Verbo que crea la carne de la nada. Un logos, entonces, que como el inverosÃmil barón de Münchhausen se levanta a sà mismo tirando de sus propios cabellos.
La expropiación de las capacidades significantes del cuerpo femenino se da principalmente a través de la sustitución del origen del sentido: ya no será el cuerpo de las madres gestadoras y sus enseñanzas (la lengua materna), sino la palabra del padre. Es por esto que âorden simbólico y opresión de las mujeres están profundamente ligadosâ. Drucaroff encuentra en la figura de la Virgen MarÃa la forma cabal de esta usurpación (Rozitchner), la âconfiscación del orden simbólico de la madre, de su potencia creadora por parte del Orden de géneros falo- logocéntrico.â
De lo que se trata, entonces, es de una denuncia del carácter âhistórico, polÃtico y fálicoâ de la razón que nos rige, que ha recluido lo femenino en el ámbito de la irracionalidad muda de la materia. La mujer, en tanto que modelo humano, tendrá entonces una racionalidad prestada y siempre inadecuada: la que propone el modelo humano del âhombreâ. Pero que exista tal cosa como una âmateria mudaâ, es decir, que el sentido sea lo otro de la materia, es claramente resultado del abismo abierto entre las palabras y las cosas. El signo es entonces el campo de batalla (Voloshinov) en el que se juega no solo la dominación de clases sino también, y de un modo anterior, la de géneros.
¿Pero cómo se da esa cristalización del Orden de géneros en el lenguaje? Principalmente, a través de la instauración de una jerarquÃa entre los dos modos fundamentales de la significación: la metáfora por sobre la metonimia (Muraro). La metáfora serÃa la forma de significación en la que el signo sustituye aquello que denota. Es la forma del pensamiento abstracto, de los razonamientos puros, del logos masculino. Por su parte la metonimia supone una lógica antagónica a aquella: el signo no sustituye sino que señala más allá de sà mismo. Un dialogo, por lo tanto, entre semiosis y no semiosis. Este aspecto del lenguaje, en el que los cuerpos no se pierden en la significación, tiene su origen y fundamento en el orden simbólico de las madres, es decir, en ellas como garantes originarias de la relación entre las palabras y las cosas.
El libro se cierra dejándonos abierto un desafÃo: â¿Qué pasarÃa si el falo no fuera la única forma de producir sentido? ¿Cómo serÃa una cultura que dialogara con lo real, con la no semiosis, con la naturaleza, con la muerte?â
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