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No lo leà de joven, porque él es casi de mi generación. DebÃa tener 9 o 10 años más que yo. Es una generación muy cercana, eran los poetas de La Nación. Pero cuando volvà a Buenos Aires por primera vez en el 90, hicieron una reunión en la Casa de la poesÃa con los chicos de la revista 18 Whiskys, donde estaba él. Me sentà impresionada de cómo conocÃa a los más jóvenes, algo que iré en seguida y con lo que después me identifiqué. Los poetas de cierta edad a veces se alejan y él no. Respecto de su poesÃa, su tono menor, de la intimidad, siempre me impresionó mucho. Yo me siento una gritona en comparación con una poética asÃ. Siempre me conmovió él, su poesÃa, su actitud sencilla. Rescato algo que comparte con otros grandes: quedándose en un universo de cuatro paredes o tres cuadras, lograr algo universal. Han logrado escapar de lo miserablemente cotidiano. Me acuerdo de ese poema extraordinario que se llama âMi hija se viste para salirâ. En un departamento común, un hombre común que observa a la hija. Hay que ser un grande para hacer de eso una gran poesÃa. Porque vos cuando estás en medio de sucesos extraordinarios de lo exterior que te envuelven, de una revolución, bueno, estas muy estimulado para escribir. Pero lo difÃcil es lo contrario. Y eso logra JoaquÃn Giannuzzi, alimentarse de su mundo pequeño. Era un hombre Ãntimo. Sin caer en la miseria, que serÃa un poema al jefe, o un poema a la mujer. Sino escribir verdaderamente desde la vida propia, sin adornarla ni soñar con otra. El es su vida, que es una vida muy serena y lineal. Esa es la grandeza. Y es una poesÃa que no envejece. No se basó en cosas pasajeras y temporales. Sino en su vida y eso es eterno.
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