El golpe del macrismo para terminar de liquidar toda oposición institucional a las demoliciones y capar la ley de patrimonio sigue haciendo ruido. Como se sabe, el jueves pasado el PRO presentó un proyecto para cambiar los de una entidad que ahora vuelve a ser sello de goma, la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad. Entidad conjunta del Ejecutivo y el Legislativo, la Comisión no servÃa más que para que sus titulares y editaran libros y tuvieran tarjeta con escudito, y su secretarÃa general era tradicionalmente reservada a la oposición. La sinecura se transformó en algo real cuando fue nombrada al frente la kirchnerista Mónica Capano. 3h3r6j
Capano es formada en literatura y es profesora de latÃn, anda cargada de libros de acá para allá, escribe y bien, y siempre hace tres o cuatro cosas a la vez mientras piensa en qué más puede hacer. Al frente de la Comisión descubrió que la entidad tenÃa un asiento en ese otro sello de goma que recibió poderes y ahora volvió a ser un sello de goma, el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales. Y ahà se enteró de las cosas que hacÃa el tal Caap...
El Consejo era, literalmente, un cuartito en el Mercado del Plata donde se reunÃan sus âlos que ibanâ a âasesorarâ al ministro de Planificación, ahora de Desarrollo Urbano, en cosas de ladrillos viejos. Su rol solÃa cerrarse en dar excusas para demoler o dar letra para proyectos âculturalesâ, sus decisiones no eran vinculantes y francamente nadie le daba demasiada bolilla. De hecho, su eminencia gris era Susana Mesquida...
Todo esto cambió recién asumido Mauricio Macri con la explosión patrimonialista, que tomó por sorpresa a su flamante gobierno. El PRO puso los votos para la primera ley de protección del patrimonio, propuesta por la entonces diputada Teresa de Anchorena, que protegÃa en principio todo lo construido antes de 1941. El Caap pasaba a tener la decisión primera sobre los pedidos de demolición, aprobándolos o enviando el caso a la Legislatura para su eventual catalogación. De golpe, el Consejo tenÃa poder, sus decisiones sà eran vinculantes y las consecuencias muy concretas, en dinero y patrimonio perdido. El cuartito, sin embargo, siguió siendo el mismo, como Mesquida.
Aquà entra Capano, asombrada por los criterios con que se dejaba demoler, la total reluctancia a frenar los negocios, la simpatÃa orgánica a âla industriaâ, el abuso constante de términos como âcarga potencialâ y la indiferencia de fondo al patrimonio. Capano empezó a decir que no, discutir, convencer, animar a otros. Y empezó a revisar la chapucerÃa con que se hacÃan cosas que tienen valor de actos de gobierno. Por ejemplo, que el titular formal del Consejo, el director general Antonio Ledesma, nunca fue siquiera a una sesión. Ni una. O que el Consejo inventara âbarridosâ no autorizados por la ley o aceptara âreconsideracionesâ que no tienen asidero ni en los reglamentos. Mientras llegue el incumplimiento de los deberes de funcionario, Capano se dedicó a discutir estas libertades.
Por supuesto, el Consejo autorizó una amplÃsima mayorÃa de demoliciones, con lo que era apenas un fastidio menor para los socios del macrismo. Pero Capano hacÃa ruido y habÃa que acallarla. Primero fue el ministro de Cultura, Hernán Lombardi âcuyas representantes en el Consejo votan contra el patrimonio con entusiasmo y bronca a quien las critiqueâ que intentó ahogar económicamente la Comisión, aunque ni siquiera fuera plata suya. Luego amagaron reemplazar a Capano. Finalmente, hubo que invertir fuerte.
Eso ocurrió el jueves pasado, en la sorprendente sesión de la Legislatura. En la lista de temas a tratar sobre tablas, sin debate, aparece un proyecto para nombrar nuevas autoridades y de la Comisión. El texto habÃa entrado por mesa de entradas la noche anterior, no habÃa pasado por ninguna comisión, ni siquiera la de Labor Parlamentaria, y venÃa firmado por la macrista LÃa Rueda, que preside la Comisión de Cultura, y por los diputados Raffo y Basteiro, de Proyecto Sur.
Ver la transcripción de la sesión es inolvidable: a los gritos, violenta, arbitraria, con votos que partÃan hasta al bloque cofirmante, y truculenta hasta con los insultazos borrados (los taquÃgrafos de la Legislatura cuidan las formas). El resultado fue sacar a Capano y poner a un obediente Ricardo Pinal Villanueva en su lugar.
La lista de repudios a esta transparente maniobra es larga: el ex decano de la FADU Jaime SorÃn, el historiador MilcÃades Peña, y comisiones de cultura de todas las comunas porteñas, Basta de Demoler, Proteger Barracas, SOS Caballito, las ONG de La Boca, Boedo y Floresta, los Amigos del Lago de Palermo, el defensor adjunto del Pueblo porteño Gerardo Gómez Coronado, Irene Karakachof, el ambientalista Manuel Ludueña, los Vecinos de La Cuadra, el Centro por la Cooperación, la Asociación de Abogados de Buenos Aires y una interminable lista de personas y personalidades, incluyendo la cantante y diputada porteña Susana Rinaldi, cuyo texto se publica aparte.
Es llamativo que lo que fuera un sello de goma despierte semejantes repudios y solidaridades. Y es notable cómo el PRO vuelve a pagar costos polÃticos para proteger al sector económico al que le debe tanta lealtad. Pero no sólo lo paga por eso, la remoción violenta de Capano es una ofensiva contra el Frente para la Victoria gestada desde comienzos de mes, que incluyó trucos como pedir a diputados diversos nombres de asesores para âuna comisión de temas patrimoniales dentro de la Comisión de Culturaâ. Algunos de esos asesores terminaron como vocales de la nueva Comisión, laderos de Pinal.
¿Y por qué aparecen esas firmas apoyando a LÃa Rueda, y luego aparecen votos hasta de bloques que votaron divididos? En la Legislatura señalan la coincidencia de que súbitamente, entre el viernes de la semana pasada y los primeros dÃas de ésta, se desbloquearon varios contratos para asesores de los diputados que pusieron el voto. No parece ser el caso del diputado Pablo Bergel, de Proyecto Sur, que le mandó una carta a Capano explicando que no fue a la sesión porque estaba enfermo, pero que se disculpa porque su bloque âpromovió o posibilitó esa desgraciada decisiónâ.
Donde la noticia cayó muy bien fue en el Caap, donde se libraron de una enemiga. Susana Mesquida y su socia de facto Graciela Aguilar hasta hacÃan bromas de que se merecen un aumento de sueldo. Mesquida, empleada municipal de décadas, tal vez lo necesite, pero Aguilar tiene una curiosa carrera privada de arquitecta... dedicada al patrimonio contra el que vota en el Consejo, un tema que merecerá un estudio detallado.
El verdadero festejo fue que en la reunión de este martes el Caap volvió a votar en contra de todas, absolutamente todas las protecciones patrimoniales. Hubo un ciento por ciento de aprobación a los pedidos de demolición de privados, gracias también a la nueva representante de la Comisión de Planeamiento de la Legislatura Ana Pusiol y al del AU Juan Manuel Urgell, especialistas en gestión ambiental y en empresas inmobiliarias, respectivamente.
Por suerte, no todas son lágrimas. Proteger Barracas comunicó una alegrÃa, de las pocas que tenemos los porteños en estos dÃas. El decreto 1113/2012 convierte en âMonumento Histórico y ArtÃstico Nacionalâ a la iglesia linda de Santa Felicitas, en Isabel La Católica al 500, justo enfrente de la vandalizada âpor el gobierno porteñoâ plaza Colombia. Santa Felicitas es de 1873, pero está cargada de historia como pocos edificios de esta ciudad. Por un lado, fue erigida como capilla privada de lo que era todavÃa una estancia en recuerdo de Felicitas Guerrero, viuda joven asesinada por un enamorado despechado, y todavÃa hoy tiene el anómalo estatus de ser una iglesia con escala urbana pero no ser parroquia.
Y por otro lado es una obra de nuestro primer arquitecto, Ernesto Bunge, que estudió en la Real Escuela de Artes de Krefeld y en la Real Academia de Arquitectura de BerlÃn, en Alemania. No extraña, entonces, que el edificio sea una pieza muy lograda de neogótico en el estilo romántico alemán, con esculturas también alemanas y un notable órgano restaurado hace una década. Las pinturas interiores cubren completamente techumbres y muros, jugando con los vitrales, y siguen en buen estado gracias a una restauración del maestro Augusto Juan Fusilier de la década del sesenta.
Santa Felicitas guarda además un tesoro urbano que ya debe ser único en Buenos Aires y probablemente en Argentina. Al ser capilla privada no sufrió los vaivenes de la moda como otras iglesias y, por ejemplo, nunca fue electrificada debidamente. Hay algún cable por ahà y por allá, con lámparas improvisadas, pero el edificio tiene en su lugar lo que quizá sea el último sistema más o menos completo de iluminación a gas. ¿Qué tal restaurarlo y poder mostrarnos cómo se veÃa el mundo con esa luz?
Y ya que hacemos preguntas, ¿cuánto más tardará la manoseada restauración de los bronces del mástil en la plaza, justo enfrente del templo? El gobierno porteño dijo que andaba pidiendo presupuesto para las masivas piezas que tiene tiradas en el barrio del parque Tres de Febrero desde hace más de un año.
Otros que también festejan son los del pueblo viejo de Liebig, en Entre RÃos, gente que vive en un raro tejido urbano, el de un pueblo planificado alrededor de lo que fuera una enérgica planta industrial. Liebig nació en 1863 para fabricar extracto de carne y carnes enlatadas, maravillas de la tecnologÃa victoriana que llegaron a todos los rincones del mundo (en la India todavÃa puede pedirse, en algún pueblo, un âliebigâ en lugar de viandada). El lugar fue minuciosamente planificado y fue el primer pueblo argentino en tener tendido completo de luz eléctrica, red de agua corriente, sanitarios en todas las casas y hasta una planta de hielo.
Quien lo visite hoy se encontrará con un centro de grandes cuadras de vago aire criollo, una central con galerÃa perimetral, y un barrio de casas para el personal jerárquico que parece un conjunto de chacras suburbanas con un gran fondo compartido en el que ya creció un bosquecito. Todo esto, más la planta industrial, el balneario y el centro deportivo acaba de ser proclamado por el gobernador Sergio Urribarri como lugar histórico-cultural de la provincia. Con lo que todos los edificios, privados y públicos, su contenido, instalaciones y mobiliario pasan a ser controlados por la secretarÃa de patrimonio de la provincia.
Gran idea: Liebig es un lugar único en el paÃs, está pegado a Colón y tiene un potencial turÃstico importante, previa restauración.
En temas de arquitectura comercial argentina, la historia se repite y repite, como farsa y también como papelón. Es el caso de esta humorada salida del Auto CAD de alguien que entró a la FADU alguna vez soñando ser un creador. La mala broma está en Coghlan, donde se acaba de anunciar un âemprendimientoâ llamado Palacio Roccatagliata, una supertorre en dos volúmenes que sobrepasa por mucho las alturas del lugar y que deja a la linda quinta de los Roccatagliata reducida a una maqueta. Y, conociendo estos emprendimientos, a un ammenity.
El mal gusto del diseño queda más que destacado por la exageración del marketinero a cargo, que hasta diseñó un escudo de armas para el edificio. Está bien que los argentinos llamamos âpalacioâ a cualquier edificio grande, tal vez por falta de sinónimo o rechazo a frases como âhotel de villeâ. Pero abusar del inflador para vender algo tan derivativo, ramplón y común...
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