No era su estilo transigir ni andar con medias tintas a la hora de sostener sus convicciones. Aun frente a hegemonÃas absolutas, como la de los arquitectos asados de la Sociedad Central de Arquitectos a fines del siglo XIX. Los mismos que, según Carlos Altgelt (1855-1937), eran sumisos adoradores de todos los estilos ses habidos y por haber. Ellos, al igual que los gobernantes que contrataban en el paÃs galo profesionales de dudosa reputación, eran los que, a decir de este arquitecto germano-argentino formado en Alemania, â... van a ParÃs baúl, para volver petacaâ. 1c285s
Autor ây coautor con su primo Hansâ de decenas de edificios educacionales, que hoy forman parte del mejor patrimonio que posee nuestro paÃs, dentro de este legado sobresale la monumental Escuela Petronila RodrÃguez (1886-1889), hoy conocida popularmente como Palacio Pizzurno y sede del Ministerio de Educación de la Nación, declarado Monumento Histórico Nacional. De estilo neorrenacimiento alemán, su porte y magnificencia todavÃa impactan al observador. Más aún cuando se entera de que el Palacio nació como una escuela pública, gratuita, para varones y mujeres. También resultan mojones de identidad las escuelas de ladrillos vistos, de excelente calidad constructiva y compositiva, ubicadas en las calles Caracas 1048 y Güemes 3859 de la Capital. Sobre estas dos últimas bien vale una aclaración. Del mismo modo que atacaba la importación de todo lo francés, Altgelt proponÃa una arquitectura que âa su juicioâ era más propia de nuestra tierra, especialmente por sus ladrillos rojizos vistos de fabricación local, pero con formas de ascendencia germana, en un estilo que definÃa como âgótico brandeburguésâ. Una elección a tono con las influencias recibidas durante sus estudios en la Alemania unificada. Brandeburgo fue uno de los siete electorados del Sacro Imperio Romano Germánico, y junto con Prusia formaron la base original del Segundo Reich o Imperio alemán en 1871, el primer Estado nacional unificado alemán. BerlÃn, futura capital alemana, se encontraba dentro del territorio de Brandeburgo, ciudad donde pasarÃa los últimos años de su vida, y en la que fallecerÃa, el 1° de noviembre de 1937.
Pero Altgelt no sólo dejó un valioso patrimonio edificado. También existen numerosos escritos, en la forma de artÃculos periodÃsticos. Como los que pueden verse en diarios de la época, donde protagonizó duelos memorables contra los ingenieros con atribuciones de arquitectos, una extendida y prolongada práctica, que nadie se atrevÃa públicamente a cuestionar. Gustaba firmar sus trabajos como âCarlos Altgelt. Arquitecto no Ingenieroâ y sostenÃa que los ingenieros eran profesionales ajenos al genio artÃstico, meros usurpadores de la profesión de arquitecto. Vehemente, apasionado, resumÃa su ataque contra los ingenieros con un tajante: âZapatero a tus zapatos...â Para él todo arquitecto podÃa, mediante algunos estudios de ciencia pura, llegar a ser un buen ingeniero, pero ningún ingeniero podrÃa llegar a ser un arquitecto mediocre sin largos años de aprendizaje artÃstico, y sobre todo porque âsiempre siguiendo sus argumentacionesâ ânatura non da lo que Salamanca non prestaâ, esto es, la âchispa divina que hace al artistaâ. Y para que no quedaran dudas, remataba: â... donde empieza el ingeniero, acaba el artistaâ. Más aún, consideraba que la mala calidad de la arquitectura argentina se debÃa a que la Sociedad de Arquitectos estaba invadida por ingenieros que hacÃan de arquitectos.
En esta cruzada unipersonal, Altgelt no encontraba aliados sino réplicas como las de un tal âCosme Fierro. Ingeniero no arquitectoâ, para quien un arquitecto solo era alguien que se habÃa quedado corto, que habÃa realizado a medias sus estudios de ingenierÃa. Los mismos que a su juicio le otorgarÃan los necesarios âpantalones largosâ de ingeniero.
Como se ve, en sus alegatos a favor de la arquitectura, Altgelt planteaba una defensa a ultranza de la disciplina como creación artÃstica, como expresión individual del genio creador. El mismo que no podÃa ser terreno de ingenieros ni reglamentado por nadie. Sólo por el profesional y su cliente. De aquà su oposición a las Comisiones de Estética Edilicia, pues ningún grupo de sabihondos podrÃa juzgar o poner lÃmites a la libertad de creación del artista (arquitecto) ni del propietario de elegir lo bello. Un ataque desde el riñón mismo del eclecticismo historicista y el mundo de las academias, desde dentro, por uno de sus cultores y, como tal, con las contradicciones, errores y limitaciones propios de esta visión.
Recorrer los libros de actas de la Sociedad Central de Arquitectos donde se registra su acalorada participación, asà como la apasionada pluma de sus notas en diarios y revistas, nos invita a sumergirnos en la trastienda de un rÃgido statu quo profesional, donde no eran frecuentes estas exteriorizaciones. Sólo comparables a las de otro colega argentino formado en el exterior, que compartÃa su ácida crÃtica a los proyectos de urbanistas extranjeros, VÃctor Julio Jaeschke (Jeské, 1864-1938). En suma, testimonios por demás interesantes para conocer mejor un momento clave en el reconocimiento de la profesión, y también, para disfrutar una arquitectura educacional que dejó un sello indeleble en la ciudad.
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