La noche en Santa Teresita nos miraba caminar por la arena, las olas del mar y el viento gritaban una canción. Caminábamos hacia los médanos donde habÃamos encontrado nuestro lugar para estar lo más lejos posible de la vida humana. Llevaba mi guitarra. Vimos una fogata, unos tipos cantaban y bebÃan, parecÃan estar pasándola bien. Ãbamos hablando con un amigo mientras pasábamos cerca de aquél fogón. Un grito golpeó nuestras espaldas. â¡Todos al piso!â, nos dimos vuelta y unos policÃas nos apuntaban. Todos al piso, la cara contra la arena frÃa, ânadie se muevaâ. Nos dijeron que estaba prohibido hacer fuego en la playa y que estábamos todos detenidos. No era nuestro fuego pero no parecÃa ser conveniente abrir la boca. Nos dijeron que Ãbamos a subir todos al patrullero. Las instrucciones eran estas: âMi compañero les va a señalar a cada uno el momento de subir. Cuando les de la señal se levantan y corren hasta el patrullero, se suben y esperan.â La señal era una patada en las costillas. Sentà la patada, fui corriendo con la guitarra en la mano y uno me dijo, âdame esoâ. Le di mi guitarra al policÃa y sentà miedo de que no me la devuelva. Yo era menor de edad, lo único que querÃa era tocar la guitarra en unos médanos con mis amigos y ahà estábamos, apretujados yendo hacia la comisarÃa de Santa Teresita. 6s563q
Sin cordones, sin cinturones, encerrados en una celda con unos borrachos treintañeros que se reÃan como si viviesen ahÃ.
â¿Cuántos años tenés? ¿cinco? âpreguntó uno y los otros se rieron. La pregunta iba para uno de mis amigos. Nos transpiraban las manos.
De pronto el oficial entró con cara de enojado y se nos quedó mirando.
âHay un kilo de cocaÃna adentro de la guitarra. ¿De quién es la guitarra?
Las miradas me señalaron y supe que habÃa perdido.
âMÃa.
â¿Asà que vendés merca?
No podÃa ser cierto. Estábamos en la playa, era una noche hermosa ¿qué estaba pasando?
â¡Lo vas a matar del susto!- gritó uno de los borrachos y se tiró al piso de la carcajada.
âVenÃ. A ver qué le decÃs al comisario.
Lo seguà por un pasillo, abrió la última puerta. SalÃa humo de aquella oficina, habÃa unos diez policÃas, olor a cigarrillo, botellas. Los policÃas se estaban divirtiendo con un pibe que estaba con la guitarra susurrando un tema de Bob Marley. Lo cantaba para adentro, casi ni se escuchaba y tenÃa una cara de susto tremenda, me hizo pensar que yo tendrÃa la misma cara. ParecÃa una fiesta de policÃas. Una luz blanca de oficina y yo estaba entrando ahà con mi guitarra, mis 16 años y sin entender nada.
El tipo que parecÃa ser el comisario se cansó y dijo âBueno, basta. ¡A joder a otro lado!â y de a uno pero sin dejar de reÃr se fueron yendo todos.
â¿Cómo es tu nombre?
âMaxi.
â¿Asà que sabés tocar la guitarra?
âUn poco.
âY decime ¿qué música te gusta?
No sabÃa que contestar, daba la sensación de que no podÃa hablarle normalmente, pero tampoco sabÃa cómo mentirle.
âMe gusta el rock.
â¿Pero qué grupo te gusta?
âNo creo que lo conozca.
âCortala. Decime, a ver.
âNirvana.
â¿Y por qué no me puede gustar Nirvana? ¿Te pensás que a mi no me gusta Nirvana?
Se puso de pie y fue hasta unos cajones del escritorio. Empezó a revolver y finalmente sacó de una pila de objetos, una copia en cd del Nevermind. No lo podÃa creer. TenÃamos algo en común. Era extraño.
â¿Sabés tocar las canciones de este disco? Si me gusta como cantás te dejo ir... Smels lique tin spirit... la sabés?
âSÃ.
âA ver...
Empecé a tocar el tema y me interrumpió.
âPará, pará âLo miró al rastafari- ¿Vos no la sabés?
âNo. ¿A ver cómo es? âme preguntó.
âNo, no. Fuera. Andate. Decà que te mandé yo y te toman los datos y te vas.
El rastafari dejó la habitación y mientras salÃa, una mujer policÃa entraba y se sentaba en otro escritorio.
âEstá por cantar una canción, escuchá.
â¡Ah si? âdijo con cara de aburrida.
-Cam. As. Iu. Ar. ¿Sabés esa? ¡Tocala!
Toque unos segundos y me interrumpió.
â¿Qué le pasa a estos pendejos? ¿Todos cantan bajito?
âEs que yo no soy cantante, sólo toco la guitarra. Mis amigos saben cantar...
El comisario no se la tragó, pero se rió de la ocurrencia y mandó a llamar a mis amigos. Al minuto llegaron, todos estaban pálidos.
âMe dice acá su amigo que saben cantar. Estuve todo el dÃa escuchando pibes cantar para adentro. ¡Canten fuerte, mierda!
Empecé a tocar y mis amigos estaban como yo cuando entré, asustados, confundidos, con nervios y ganas de irse de ahÃ. El miedo a la autoridad nos impedÃa cantar fuerte. No sabÃamos cantar, solo sabÃamos gritar. Y eso era lo que nos estaba pidiendo el comisario. Era hora de que se pudra todo y la única forma de averiguarlo era con âTerritorial Pissingsâ. Sin baterÃa, sin bajo, sin distorsión, con una guitarra criolla pero a los gritos.
âOficial, hay una canción de ese disco que la podemos cantar bien fuerte. Pero no quiero que se enoje si la cantamos como es.
â¡Al fin! Hace horas que están ahà y no se escucha nada.
âBueno, pero mire que vamos a gritar.
â¡Perfecto!
Le entré a los tres acordes como loco. mis amigos al ver que el oficial sonreÃa se pusieron a cantar a los gritos. Le pusimos todo. Empezamos a sentir adrenalina, la canción era en inglés y evidentemente no entendÃan nada asà que improvisamos unos cambios en la letra y empezamos a insultarlos en aquél idioma que desconocÃan. Mi vieja dormÃa en Buenos Aires sin sospecharlo. Estábamos en la comisarÃa, encerrados, haciendo pogo, gritando, insultando a un comisario mientras él nos aplaudÃa y se reÃa. Asà que estando detenidos jugamos a ser un poco cÃnicos, que era lo poco que no nos podÃan quitar.
Nos dieron la libertad, una hoja en la que mecanografiaron los motivos de nuestra detención, y nos fuimos hasta la casa en la que parábamos. Fue una caminata que me recuerda a la pelÃcula Cuenta conmigo.
Abrimos unas cervezas y tratamos de entender todo lo que habÃa pasado.
En la playa, el mar seguÃa gritando canciones. Es solo una cuestión de tiempo, y la roca será arena, dijo el viento.
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